"Porque
todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
(Romanos 10:13).
Por Charles Spurgeon
Un eminente teólogo ha afirmado que cuando muchos de nosotros predicamos la Palabra, suponemos un gran conocimiento de parte nuestros oyentes. "Muy a menudo," dice este teólogo, "hay personas en la congregación que desconocen totalmente la grandiosa ciencia de la teología. Son perfectamente ignorantes de todo el sistema de la gracia y de la salvación."
Por esto es muy
conveniente que el predicador se dirija algunas veces a su audiencia como si
fueran completos desconocedores de su mensaje, y más bien que predique como
algo nuevo, exponiendo todo como si creyera que sus oyentes son ignorantes del
tema. "Pues," dice este buen hombre, "es mejor suponer muy
escaso conocimiento, y así explicar el tema claramente hasta lograr su más
detallada comprensión, que
suponer demasiado conocimiento, y así permitir que el ignorante escape sin una palabra de instrucción."
suponer demasiado conocimiento, y así permitir que el ignorante escape sin una palabra de instrucción."
Entonces, yo creo que no
voy a cometer el error que ese teólogo menciona en su punto de vista, pues voy
a suponer que por lo menos algunos miembros de mi congregación desconocen en su
totalidad el grandioso plan de salvación. Y estoy seguro que quienes lo conocen
muy bien, y han experimentado su valor, serán indulgentes conmigo, mientras yo
intento narrar, utilizando las palabras más sencillas que labios humanos puedan
expresar, la historia de cómo los hombres se encuentran perdidos, y de cómo los
hombres son salvados invocando el nombre del Señor, de conformidad a las
palabras de mi texto.
Pues bien, debemos
comenzar por el principio. Y debemos decirle primero a nuestros lectores, que
en la medida que nuestro texto nos describe que los hombres son salvados,
implica que los hombres necesitan la salvación, y les decimos que si los
hombres hubieran sido como Dios los creó, no hubieran necesitado ninguna salvación.
Adán, en el huerto del Edén no necesitaba ninguna salvación, pues era perfecto,
puro, limpio, santo, y aceptable a Dios. Él era nuestro representante, estaba
como el representante de toda la raza, y cuando tocó el fruto prohibido, y
comió del árbol del cual le había dicho Dios: "Mas del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás;" cuando transgredió de esa manera contra Dios, necesitó un
Salvador, y nosotros, su descendencia a través de su pecado, venimos a este
mundo, cada uno de nosotros, necesitando un Salvador.
Nosotros, los que ahora
estamos presentes, no debemos sin embargo culpar a Adán; ningún hombre ha sido
condenado hasta ahora únicamente por el pecado de Adán. Los niños que mueren,
sin duda alguna, son salvados por la gracia soberana a través de la expiación
que es en Cristo Jesús. Tan pronto cierran sus ojos aquí en la tierra, puesto
que son inocentes de todo pecado cometido por ellos, los abren de inmediato en
la bienaventuranza del cielo. Pero ni tú ni yo somos niños. No necesitamos
hablar ahora de los pecados de Adán. Nosotros tenemos nuestros propios pecados
por los cuales responder, y Dios sabe que son suficientes. La Santa Escritura
nos informa que todos nosotros hemos pecado, y estamos destituidos de la gloria
de Dios, y la conciencia da testimonio de esa misma verdad. Todos nosotros
hemos quebrantado los grandes mandamientos de Dios, y como consecuencia de
ello, el Dios justo está obligado en justicia a castigarnos por los pecados que
hemos cometido.
Entonces, hermanos míos,
es debido a que ustedes y yo hemos quebrantado la ley divina y estamos sujetos
a la ira divina, que tenemos necesidad de misericordia. Por tanto cada uno de
nosotros, si cada uno de nosotros quiere ser feliz, si quiere habitar con Dios
en el cielo para siempre, debe ser salvado.
Pero hay una gran
confusión en las mentes de los hombres acerca de lo que significa ser salvo.
Permítanme entonces decir que la salvación significa dos cosas. Quiere decir,
en primer lugar, nuestro escape del castigo por los pecados cometidos; y, en
segundo lugar, quiere decir la liberación del hábito del pecado, de tal manera
que en el futuro no viviremos como hemos vivido.
Dios salva a los hombres
de dos maneras: ve que el hombre es pecador, y que quebranta Sus leyes; Él
dice: "Yo te perdono, no te voy a castigar. He castigado a Cristo en tu
lugar; tú serás salvado." Pero esto es sólo la mitad de la obra. Él dice a
continuación: "Hombre, no te voy a permitir que continúes pecando como has
estado acostumbrado a hacerlo; Yo te daré un nuevo corazón que dominará tus
hábitos perversos. De tal manera que aunque has sido esclavo del pecado,
estarás en libertad de servirme. Aléjate de él, no vas a servir más a tu negro
amo; debes abandonar a ese demonio, y Yo haré que seas mi hijo y mi siervo. Tú
dices: 'yo no puedo hacer eso.' Vamos, Yo te daré gracia para que lo hagas; te
doy gracia para que abandones la borrachera, gracia para que dejes de jurar,
gracia para que no profanes el domingo; Yo te doy gracia para que corras por
los caminos de mis mandamientos, y para que descubras que esos caminos son
deliciosos."
Entonces digo que la
salvación consta de dos elementos: por un lado, liberación del hábito de vivir
en enemistad con Dios; y por el otro lado, del castigo que conlleva la
transgresión.
El gran tema frente a
nosotros hoy, sobre el cual trataré de insistir utilizando un lenguaje muy
sencillo, evitando los vuelos de la oratoria de cualquier tipo es: cómo pueden
ser salvados los hombres. Esa es la única gran pregunta. Debemos recordar qué
significa ser salvos. Significa ser hechos cristianos, tener nuevos
pensamientos, nuevos corazones, y luego, tener un nuevo hogar a la diestra de
Dios en la bienaventuranza eterna.
¿Cómo pueden ser salvos
los hombres? "¿Qué debo hacer para ser salvo?" es un grito que está
brotando aquí de muchos labios el día de hoy. La respuesta que da mi texto es
ésta: "Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
Primero trataré de explicar un poco el texto: explicación. En segundo lugar
trataré de aclarar el texto en relación a algunos errores relativos a la
salvación, que son muy populares: esta será refutación. Y luego, en tercer
lugar, voy a enfatizar la utilidad de mi texto: eso será exhortación. Explicación,
Refutación, Exhortación; ustedes recordarán los puntos, y ¡que Dios los grabe
en sus mentes!
I. Entonces, en primer
lugar, EXPLICACIÓN. ¿Qué es lo que quiere decir aquí, invocar el nombre del
Señor? Y yo tiemblo en este instante al tratar de explicar mi texto; pues
siento que es muy fácil "oscurecer el consejo con palabras sin
sabiduría." En muchas ocasiones el predicador más bien oscurece la
Escritura mediante sus explicaciones, en lugar de hacerla más luminosa. Muchos
predicadores han sido como una ventana pintada, bloqueando el paso de la luz en
lugar de facilitarlo. No hay nada que me confunda más y que ponga más a prueba
mi mente, que la respuesta a esa simple pregunta: ¿Qué es la fe? ¿Qué es creer?
¿Qué es invocar el nombre del Señor? Para entender el verdadero sentido de
esto, recurrí a mi concordancia, y busqué los pasajes donde se emplea la misma
palabra; y hasta donde puedo juzgar, puedo declarar basado en la autoridad de
la Escritura, que la palabra "invocar" significa adorar; de tal forma
que lo puedo traducir así: "Todo aquel que adore el nombre del Señor será
salvo." Pero permítanme explicar esa palabra "adorar" de acuerdo
al significado que le da la Escritura, que se debe entender para poder explicar
la palabra "invocar."
Invocar el nombre del
Señor significa, en primer lugar, adorar a Dios. Ustedes encontrarán en el
libro de Génesis que "cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre
la faz de la tierra, entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de
Jehová." Esto es, comenzaron a adorar a Dios, construyeron altares a Su
nombre, ellos certificaron su creencia en el sacrificio que vendría ofreciendo
un sacrificio tipo sobre el altar que habían preparado; doblaron su rodilla en
oración; elevaron su voz en un himno sagrado y clamaron: "Grande es
Jehová, Creador, Preservador, sea Él alabado por los siglos de los
siglos."
Ahora, quienquiera;
quienquiera que viva en el ancho, ancho mundo, y que es capacitado por gracia
para adorar a Dios, de la manera que Dios lo establece, será salvo. Si lo
adoras por medio de un Mediador, teniendo fe en la expiación de la cruz; si lo
adoras por medio de la oración humilde y de la alabanza sincera, tu adoración
es prueba de que serás salvo. No podrías adorar así, a menos que tengas gracia
dentro de tu corazón; y tu fe y gracia son una prueba que tendrás la gloria.
Quienquiera pues que, en humilde devoción, sobre el verde pasto, bajo las
tupidas ramas de un árbol, bajo la bóveda del cielo de Dios, o en la casa de
Dios o fuera de ella; quienquiera que adore a Dios de manera ferviente con un
corazón puro, buscando la aceptación por medio de la expiación de Cristo, y se
arroje mansamente sobre la misericordia de Dios, será salvo. Así lo establece
la promesa.
Pero para que nadie se
vaya con una idea errónea de lo que es la adoración, debemos explicarla todavía
un poco más. La palabra "invocar," en el significado de la Escritura,
quiere decir oración. Ustedes recuerdan el caso de Elías: cuando los profetas
de Baal se esforzaban por conseguir de su falso dios la lluvia, él dijo:
"yo invocaré el nombre de Jehová," es decir, "voy a orar a Dios,
para que envíe la lluvia." Ahora, la oración es un indicio seguro de vida
divina interior. Quien ore a Dios por medio de Jesucristo con una oración
sincera, será salvo.
¡Oh, yo puedo recordar
cómo consoló mi espíritu este texto un día! ¡Sentía el peso del pecado, y yo no
conocía al Salvador; yo pensaba que Dios me aplastaría bajo Su ira, y me
destruiría con Su ardiente disgusto!
Yo iba de una capilla a
otra a oír la predicación de la Palabra, pero jamás escuché una frase del
Evangelio que, como este texto, me preservara del fin hacia el que me dirigía:
el suicidio motivado por la pena y el dolor. Fue esta una dulce palabra: "Todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo." Bien, pensé, yo no
puedo creer en Cristo como desearía; yo no puedo encontrar perdón, pero sé que
invoco Su nombre, sé que oro, ay, y oro con gemidos y lágrimas y suspiros día y
noche; y si me condenara, yo podría argumentar esa promesa: "Oh Dios, Tú
dijiste que el que invoque Tu nombre será salvo; yo lo invoqué; ¿me arrojarás
fuera? Yo ciertamente usé como argumento tu promesa; yo ciertamente elevé mi
corazón en oración; ¿puedes Tú ser justo y sin embargo condenar al hombre que
realmente oró?" Pero observa con atención ese dulce pensamiento: la
oración es ciertamente la precursora de la salvación. Pecador, tú no puedes
orar y sin embargo perecer; la oración y la perdición son dos cosas que nunca
pueden ir juntas.
Yo no te pregunto en qué
consiste tu oración; puede ser un gemido, puede ser una lágrima, puede ser una
oración sin palabras, o una oración en un lenguaje cortado, con muchas fallas
gramaticales y desagradable al oído: pero si es una oración que brota de lo más
íntimo del corazón, tú serás salvo; o de lo contrario esta promesa es una
mentira. Tan ciertamente como tú ores, independientemente de quién seas, sin
importar cuál haya sido tu vida pasada, o las transgresiones a las que te hayas
entregado, aunque hayan sido las más inmundas que contaminan a la humanidad, a
pesar de ello, si has aprendido a orar con tu corazón:
"La oración es el
aliento de Dios en el hombre,
Que retorna a su lugar de
procedencia."
Y tú no puedes perecer si
el aliento de Dios está contigo. "Todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo."
Pero la palabra
"invocar" significa algo más; significa confiar. Un hombre no puede
invocar el nombre del Señor, a menos que confíe en ese nombre. Debemos tener
confianza en el nombre de Cristo, pues de lo contrario no lo habremos invocado
correctamente. Escúchame entonces, pobre pecador afligido; tú has llegado aquí
el día de hoy sintiendo tu culpa, consciente de tu peligro; aquí está tu
remedio. Cristo Jesús el Hijo de Dios, se hizo hombre; Él "nació de la
virgen María, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado." Él hizo esto para salvar a pecadores como tú. ¿Quieres creer
esto? ¿Quieres confiar tu alma a esta verdad? ¿Dirás: "Ya sea que me hunda
o nade, Cristo Jesús es mi esperanza; y si perezco, pereceré con mis brazos
alrededor de Su cruz, clamando:
"En mis manos no
traigo nada,
Simplemente a Tu cruz me
aferro."
Pobre alma, si tú puedes
hacer eso, serás salva. Ven ahora, no se requiere de ninguna de tus buenas
obras: de ningún sacramento; todo lo que se te pide es esto, y Él te lo da a
ti. Tú no eres nada; ¿quieres tomar a Cristo para que sea tu todo? Ven, tú
estás negro, ¿no quieres ser lavado? ¿Quieres caer de rodillas, y clamar:
"Dios, sé propicio a mí, pecador; no por nada que yo haya hecho, o pueda
hacer, sino por causa de Aquél, cuya sangre manaba de Sus manos y pies, en
Quien únicamente confío?" Entiende pecador, los sólidos pilares del
universo se tambalearán antes que tú perezcas; ay, el cielo lloraría un trono
vacante y una Deidad extinguida, antes que la promesa sea violada en alguna
instancia en el mundo. El que confía en Cristo, invocando Su nombre, será
salvo.
Pero hay algo más, y con
esto creo que les habré dado todo el significado de la Escritura relativo a
esta palabra. Invocar el nombre del Señor significa profesar Su nombre. Ustedes
recuerdan lo que Ananías le dijo a Saulo, quien más tarde se llamó Pablo:
"Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre." Ahora,
pecador, si tú quieres ser obediente a la palabra de Cristo, la palabra de
Cristo dice: "El que creyere y fuere sumergido, será salvo." Fíjense
que yo he traducido la palabra. La versión King James (en inglés) de la Biblia,
no registró la traducción. Yo no me atrevo a ser infiel a mi conocimiento de la
palabra de Dios. Si su significado fuera rociar, que nuestros hermanos la
traduzcan como "rociar." Pero no se atreven a hacer eso; ellos saben
que no tienen ninguna base en todo el lenguaje clásico que pudiera
justificarlos jamás para hacer eso; y ellos no tienen la desfachatez de
intentarlo.
Pero yo me atrevo a
traducirlo: "El que creyere y fuere sumergido, será salvo." Y aunque
la inmersión no es nada, sin embargo Dios requiere que los hombres que creen
sean sumergidos, para hacer una profesión de su fe. Yo repito que la inmersión
no es nada en materia de salvación, es la profesión de salvación; pero Dios
exige que cada hombre que pone su confianza en el Salvador deba ser sumergido,
tal como lo fue el Salvador, para el cumplimiento de la justicia. Jesús
descendió mansamente de la ribera del Jordán, para ser sumergido bajo las olas;
y cada creyente debe ser bautizado en Su nombre de la misma manera.
Ahora, algunos de ustedes
retroceden ante la idea de hacer una profesión. "No," dicen,
"creeremos pero seremos cristianos en lo secreto." Escuchen esto,
entonces: "El que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se
avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y
de los santos ángeles." Voy a repetir una verdad manifiesta; ninguno de
ustedes ha conocido jamás a un cristiano secreto, y lo voy a comprobar. Pues si
ustedes supieran que un hombre es un cristiano, ya no podría ser un secreto;
pues si fuera un secreto ¿cómo hubieran podido saberlo? Entonces, puesto que
nunca conocieron a un cristiano secreto, no tienen ninguna justificación para
creer que existe alguien así. Deben salir a la luz pública y hacer una
profesión. ¿Qué pensaría la Reina de Inglaterra de sus soldados si ellos
juraran que son leales y honestos, y dijeran: "Su Majestad, nosotros
preferimos no usar estos uniformes; queremos vestir de civil. Somos hombres
verdaderamente honestos y rectos; pero no queremos permanecer en sus filas, no
queremos ser reconocidos como sus soldados, preferimos andar furtivamente en el
campo enemigo, y en nuestro propio territorio, y no usar nada que nos señale
como soldados suyos."
¡Ah!, algunos de ustedes
hacen lo mismo con Cristo. Ustedes van a ser cristianos secretos, ¿no es cierto?,
y van merodear furtivamente en el campamento del diablo, y en el campamento de
Cristo, sin que sean reconocidos por alguien. Bien, tienen que asumir el riesgo
si quieren ser así, pero a mí no me gustaría correr ese riesgo. Es una amenaza
solemne: "De éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su
gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles." Es algo solemne,
digo, cuando Cristo afirma: "El que no lleva su cruz y viene en pos de mí,
no puede ser mi discípulo." Entonces, exhorto a cada pecador aquí, a quien
Dios ha despertado para sentir la necesidad de un Salvador, a que obedezca el
mandamiento de Cristo, tanto en este punto como en todos los demás.
Oigan cuál es el camino de
la salvación: adoración, oración, fe, profesión. Y la profesión, si los hombres
quieren ser obedientes, si quieren seguir la Biblia, debe ser hecha a la manera
de Cristo, mediante un bautismo en agua, en el nombre del Padre, del Hijo, y
del Espíritu Santo. Dios exige esto; y aunque los hombres son salvados sin ningún
bautismo, y multitudes de personas vuelan al cielo sin haber sido lavadas jamás
en la corriente; aunque el bautismo no salva, si los hombres quieren ser
salvados, no deben ser desobedientes. Y si Dios da un mandamiento, yo debo
obedecerlo. Jesús dijo: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a
toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no
creyere, será condenado." Esta es entonces la explicación de mi texto.
Ningún ministro de la iglesia puede objetar mi interpretación. La Iglesia de
Inglaterra cree en la inmersión. Solamente establece que si los niños están
débiles, deben ser rociados; y es asombroso ver la cantidad de niños débiles
que deben haber nacido últimamente. ¡Estoy muy sorprendido de que algunos de
ustedes todavía vivan, después de descubrir cuánta debilidad ha existido por
todas partes! Los queridos pequeñitos son tan tiernos, que unas cuantas gotas
serán suficientes en vez de la inmersión que su propia iglesia establece.
Quisiera que todos los ministros anglicanos fueran mejores hombres de iglesia;
si quisieran ser más consistentes con sus propios artículos de fe, serían más
consistentes con la Escritura; y si fueran un poquito más consistentes con las
reglas de su propia iglesia, serían un poco más consistentes con ellos mismos.
Si sus hijos están enfermos, ustedes pueden permitir que sean rociados; pero si
ustedes son buenos miembros de la iglesia los bautizarán por inmersión, si los
niños pueden soportarlo.
II. Y ahora, el segundo
punto es REFUTACIÓN. Hay algunos errores populares en relación a la salvación,
que necesitan ser enfrentados mediante la refutación. Mi texto dice: "Todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo."
Ahora, una idea que entra
en conflicto con mi texto es esta, que los sacerdotes o los ministros son
absolutamente necesarios para ayudar a los hombres en la salvación. Esa idea es
muy prevaleciente en algunos otros círculos además de la Iglesia Católica; son
muchos, ¡ay!, tal vez demasiados, los que convierten al ministro de una iglesia
independiente en su sacerdote, de la misma manera que el católico hace de su
sacerdote su mediador. Son muchos los que se imaginan que no se puede alcanzar
la salvación excepto de una manera misteriosa e indefinible, y el ministro o el
sacerdote están involucrados en ella.
Escuchen entonces, si
nunca hubieran visto a ningún ministro en su vida, si nunca hubieran escuchado
la voz del obispo de la iglesia, o de algún anciano de la misma, pero invocaran
el nombre del Señor, su salvación sería tan segura con ellos como sin ellos.
Los hombres no pueden invocar a un Dios que no conocen. La necesidad de un
predicador radica en exponer cuál es el camino de salvación; pues ¿cómo pueden
oír sin un predicador, y cómo pueden creer en Él de quien no han oído nada?
Pero el oficio del
predicador no va más allá de la simple exposición del mensaje; una vez que lo
hemos expuesto, Dios, el Espíritu Santo, debe aplicarlo; pues no podemos ir más
lejos. Oh, cuídense de las maquinaciones sacerdotales, de las astucias humanas,
de las intrigas ministeriales y de las artimañas clericales. Todo el pueblo de
Dios está formado por clérigos, todos somos cleros de Dios, todos somos Su
clero, si hemos sido ungidos con el Espíritu Santo y somos salvos. Nunca debió
existir una distinción entre clero y laicos. Todos los que amamos al Señor
Jesucristo formamos parte del clero, y ustedes son tan capaces de predicar el
Evangelio, si Dios les ha dado esa habilidad y los ha llamado a ese ministerio,
como cualquier otro hombre pudiera serlo. No se requiere ninguna mano
sacerdotal, ninguna mano presbiteriana, que significa sacerdotal, no es
necesaria ninguna ordenación de hombres; nos basamos en el derecho humano de exponer
aquello en lo que creemos, y también nos basamos en el llamamiento del Espíritu
de Dios en nuestro corazón que nos ordena testificar Su verdad.
Pero, hermanos míos, ni
Pablo, ni un ángel del cielo, ni Apolos, ni Cefas, pueden ayudarles en la
salvación. La salvación no es del hombre, ni por los hombres, y ni el Papa, ni
el Arzobispo, ni el obispo, ni el sacerdote, ni el ministro, ni nadie tiene
gracia para repartir a los demás. Cada uno de nosotros debe recurrir a la
fuente, argumentando esta promesa: "Todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo."
Si yo fuera encerrado en
las minas de Siberia, donde no pudiera oír el Evangelio, pero yo invoco el
nombre de Cristo, el camino es tan recto sin el ministro como con él, y la
senda al cielo es tan directa desde las selvas del África y desde las cuevas de
la prisión y del calabozo, como lo es desde el santuario de Dios.
Sin embargo, todos los
cristianos aman el ministerio para edificación, mas no para salvación; aunque
no confían ni en el sacerdote ni en el ministro, a pesar de eso, la palabra de
Dios es dulce para ellos, y "¡Cuán hermosos son los pies de los que
anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!"
Otro error muy común es
que un buen sueño es la cosa más espléndida para salvar a la gente. Algunos de
ustedes desconocen hasta qué punto prevalece este error; yo sí lo sé. Muchas
personas creen que si tú sueñas que ves al Señor en la noche, serás salvo, y si
Lo puedes ver en la cruz, o si piensas que has visto algunos ángeles, o si sueñas
que Dios te dice: "Estás perdonado, todo está bien," serás salvo.
Pero si no tienes un sueño muy agradable, no puedes ser salvo. Eso es lo que
piensan algunas personas.
Ahora, si esto fuera así,
entre más pronto empecemos a consumir opio, mejor; porque no hay nada que haga
que la gente sueñe tanto como el opio; y el mejor consejo que yo podría dar
sería: que cada ministro distribuya opio generosamente, y entonces toda su
congregación entraría al cielo gracias a los sueños. Debemos desechar esa
basura; no hay nada cierto en ella. Los sueños son los tejidos desordenados de
una imaginación desbocada; los bamboleos de los hermosos pilares de una
grandiosa concepción; ¿cómo pueden convertirse en el medio para obtener la
salvación?
Ustedes conocen la
excelente respuesta de Rowland Hill. Debo citarla pues no conozco nada mejor.
Cuando una mujer argumentaba que era salva porque había soñado, él dijo:
"Bien, mi buena mujer, es bueno tener sueños agradables cuando duermes;
pero yo quiero ver cómo actúas cuando estás despierta; pues si tu conducta no
es compatible con la religión cuando estás despierta, no daría un centavo por
tus sueños."
Ah, me sorprende que haya
personas que puedan llegar a tales extremos de ignorancia como para contarme
las historias que yo mismo he escuchado acerca de los sueños. Pobres criaturas,
cuando estaban profundamente dormidas vieron que las puertas del cielo se
abrían y un ángel blanco salía y lavaba sus pecados, y luego vieron que habían
sido perdonadas; y desde entonces nunca han tenido ninguna duda ni temor.
Entonces, es tiempo que empiecen a dudar; es un tiempo oportuno para que lo
hagan; pues si esa es toda la esperanza con que cuentan, es una esperanza muy
pobre. Recuerden que es "Todo aquel que invocare el nombre del Señor,"
no, todo aquel que sueñe con Él.
Los sueños pueden hacer
bien. Algunas veces ciertas personas han enloquecido de miedo a causa de ellos;
y fue mejor que enloquecieran a que permanecieran en su juicio, pues en su
juicio hacían más lo malo que en su locura; y los sueños hicieron bien en ese
sentido. También algunas personas han sido alarmadas por los sueños; pero
confiar en ellos es como confiar en una sombra, como basar sus esperanzas sobre
burbujas, que escasamente requieren un soplo del viento para reventarse y
convertirse en nada.
Oh, recuerden que no
necesitan ninguna visión, ni ninguna aparición maravillosa. Si han tenido
alguna visión o algún sueño, no necesitan despreciarlos; pueden haberles
beneficiado: pero no confíen en ellos. Pero si no han tenido ningún sueño,
recuerden que la promesa radica únicamente en invocar el nombre de Dios.
Y ahora, una vez más, hay
otras personas, un tipo de gente muy buena, que han estado riéndose mientras yo
hablaba acerca de los sueños, y ahora nos toca a nosotros reírnos de ellos. Hay
algunas personas que piensan que deben tener sentimientos de tipo maravilloso,
pues de lo contrario no pueden ser salvos; algunos pensamientos sumamente
extraordinarios, tales como no los han tenido nunca antes, pues de lo contrario
ciertamente no pueden ser salvos.
Una vez, una mujer me
solicitó que la admitiera a la membresía de la iglesia. Yo entonces le pregunté
si había tenido un cambio de corazón. Ella respondió: "Oh, sí señor, ¡qué
cambio! Usted sabe," dijo, "lo sentí atravesando mi pecho de una
manera tan especial, señor; y cuando estaba orando un día sentí algo que no
podía identificar, me sentí tan diferente. Y cuando fui a la capilla, señor,
una noche, al salir me sentí tan diferente de lo que había sentido hasta ese
momento; tan ligera." "Sí," le respondí, "ligera de cabeza,
mi querida alma, así es como se sintió usted, pero nada más, me temo." La
buena mujer fue muy sincera; ella pensó que había sido convertida porque algo
había afectado sus pulmones, o había sacudido de alguna manera su cuerpo
físico.
"No," oigo decir
a alguien, "la gente no puede ser tan estúpida como para eso." Les
aseguro que si pudieran leer los corazones de la congregación aquí presente,
descubrirían que cientos de personas no tienen una mejor esperanza para llegar
al cielo que ésa, pues me estoy refiriendo en este momento a una objeción muy
popular. "Yo pensé," me dijo alguien un día, "yo pensé cuando me
encontraba en el jardín, que ciertamente Cristo podía quitarme los pecados tan
fácilmente como Él podía desplazar las nubes. Sabe, señor, en un instante o dos
la nube había desaparecido, y el sol estaba brillando. Pensé: el Señor está
borrando mi pecado."
Tú dices que un
pensamiento tan ridículo como ese no puede ocurrir a menudo. Pues déjame
decirte que sí ocurre y muy a menudo por cierto. La gente llega a suponer que
lo más absurdo del mundo es una manifestación de la gracia divina en sus
corazones. Sin embargo, el único sentimiento que quiero sentir jamás es
justamente éste: quiero sentir que soy un pecador y que Cristo es mi Salvador.
Ustedes pueden quedarse con sus visiones, sus éxtasis, sus raptos, y bailes; el
único sentimiento que deseo tener es el de un profundo arrepentimiento y una fe
humilde; y si tú tienes eso, pobre pecador, eres salvo.
Algunos de ustedes creen
que antes que puedan ser salvos debe darse un tipo de choque eléctrico, algo
maravilloso que debe traspasarlos desde la coronilla hasta la planta del pie.
Ahora escuchen esto: "Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu
corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca
que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo." ¿Qué pretendes con toda esta insensatez de sueños y
de pensamientos sobrenaturales? Todo lo que se requiere es que como un pecador
culpable debes venir y descansar en Cristo. Hecho eso, el alma está segura, y
todas las visiones del universo no le podrían dar mayor seguridad.
Y ahora, tengo un error
más que debo tratar de rectificar. Entre la gente muy pobre, (y yo he visitado
a algunos de ellos, y sé que lo que digo es verdad, y algunos de ellos están
aquí presentes, y a ellos me estoy dirigiendo), entre la gente muy pobre y sin
educación, hay una idea muy prevaleciente que de alguna manera u otra la
salvación está conectada con saber leer y escribir. Ustedes tal vez se rían,
pero yo sé que es cierto. A menudo una pobre mujer me ha dicho: "¡Oh!,
señor, esto no es bueno para pobres criaturas ignorantes como nosotros; no hay
esperanza para mí, señor; yo no puedo leer. ¿Sabe, señor, que no puedo leer ni
una sola letra? Pienso que si pudiera leer un poquito podría ser salva; pero,
ignorante como soy, no sé como puedo ser salva; pues yo no tengo entendimiento,
señor." Yo he encontrado esto también en los distritos rurales, entre
gente que podría aprender a leer si quisiera. Y todos podrían aprender, a menos
que sean perezosos. Y sin embargo continúan fríos de indiferencia en relación a
la salvación, bajo la noción que el ministro puede ser salvado, pues lee muy
bien un capítulo de un libro; que el oficinista puede ser salvado, pues dice
"Amén," tan bien; que el hacendado puede ser salvo, pues sabe
muchísimo, y tiene muchos libros en su biblioteca; pero que ellos no podrían
ser salvos, pues ellos no saben nada, y por lo tanto eso es imposible para
ellos.
Ahora, ¿hay alguien así
aquí presente el día de hoy? Le voy a hablar con toda claridad. Mi querido
amigo, tú no necesitas saber mucho para ir al cielo. Yo te recomendaría que
aprendas lo más que puedas; no seas negligente en cuanto al aprendizaje. Pero
en relación a ir al cielo, el camino es tan sencillo, que "el que
anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará."
¿Sientes que has sido
culpable, que has quebrantado los mandamientos de Dios, que no has guardado el domingo,
que has tomado Su nombre en vano, que no has amado a tu prójimo como a ti
mismo, ni a tu Dios con todo tu corazón? Bien, si lo sientes, Cristo murió por
gente como tú; Él murió en la cruz, y fue castigado en tu lugar, y Él te pide
que lo creas. Si quieres oir más acerca de esto, ven a la casa de Dios y
escucha, y vamos a tratar de guiarte a algo más. Pero recuerda que todo lo que
necesitas saber para llegar al cielo son estas dos cosas: Pecado y Salvador.
¿Sientes tu pecado? Cristo es tu Salvador; confía en Él, pídele a Él; y tan
cierto como que estás aquí presente ahora, y que yo te estoy hablando a ti, tú
estarás un día en el cielo.
Te diré dos oraciones para
que ores. Primero, di esta oración: "Señor, muéstrame cómo soy." Esa
es una oración sencilla para ti. Señor, muéstrame cómo soy; muéstrame mi
corazón; muéstrame mi culpa; muéstrame el peligro en que estoy; Señor,
muéstrame cómo soy." Y cuando hayas dicho esa oración, y Dios la haya
respondido, (y recuerda, Él escucha la oración) cuando Él la haya respondido, y
te haya mostrado cómo eres, aquí tengo otra plegaria para ti: "Señor,
muéstrate a mí. Muéstrame Tu obra, Tu amor, Tu misericordia, Tu cruz, Tu
gracia." Ora eso; y prácticamente esas son las únicas oraciones que
necesitas decir, con las que llegarás al cielo: "Señor, muéstrame cómo
soy;" "Señor, muéstrate a mí." Entonces, tú no necesitas saber
mucho. No necesitas deletrear para llegar al cielo; no necesitas hablar bien
para llegar al cielo; el ignorante y el rudo son bienvenidos a la cruz de
Cristo y a la salvación.
Disculpen que haya
respondido así a estos difundidos errores; los encaro porque son populares, y
populares incluso entre las personas aquí presentes. Oh, hombres y mujeres,
escuchen una vez más la palabra de Dios: "Todo aquel que invocare el
nombre del Señor, será salvo." Hombre de ochenta años, niño de ocho años,
joven y jovencita, rico, pobre, educado, analfabeta, a ustedes es predicado
esto en toda su plenitud y gracia, sí, a cada criatura bajo el cielo "todo
aquel;" (y eso no deja fuera a nadie,) "Todo aquel que invocare el
nombre del Señor, será salvo."
III. Y ahora no me resta
sino finalizar con una EXHORTACIÓN. Mi exhortación es: les suplico por el
nombre de Dios que crean en el mensaje que en este día declaro basado en la
Palabra de Dios. No se alejen de mí debido a que el mensaje está expresado
sencillamente, no lo rechacen debido a que he decidido predicarlo sencilla y
llanamente al pobre, sino oigan atentamente otra vez: "Todo aquel que
invocare el nombre del Señor, será salvo." Les imploro que crean en esto.
¿Parece difícil de creer? Nada es muy difícil para el Altísimo. ¿Dicen ustedes:
"he sido tan culpable que no puedo creer que Dios me salve"? Escucha
a Jehová cuando dice: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que
la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis
pensamientos más que vuestros pensamientos. ¿Dicen ustedes: "yo estoy
excluído. Ciertamente, no puedes decirme que Él quiere salvarme"? Escucha
atentamente; dice: "Todo aquel"-"todo aquel" es una
grandiosa puerta ancha, que permite entrar a grandes pecadores. Oh,
ciertamente, si dice, "todo aquel," no estás excluído si llamas; ese
es el punto.
Y ahora ven, debo
argumentar contigo, voy a hacer uso de unas cuantas razones para inducirte a
creer en esta verdad. Serán razones basadas en la Escritura. Que Dios las
bendiga para ti, pecador. Si tú invocas el nombre de Cristo, serás salvo. Te
diré en primer lugar que tú serás salvo porque eres elegido. Hasta el momento
ningún hombre que no haya sido elegido ha invocado jamás el nombre de Cristo.
Esa doctrina de la elección que confunde a muchos y aterra a muchos más, no
necesita hacer eso. Si tú crees, eres elegido; si invocas el nombre de Cristo,
eres elegido; si te sientes pecador y pones tu confianza en Cristo, eres
elegido. Ahora, los elegidos deben ser salvados, para ellos no hay condenación.
Dios los ha predestinado para la vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie los
arrebatará de las manos de Cristo. Dios no elige a los hombres para luego
desecharlos; Él no los elige para luego arrojarlos al abismo.
Ahora, tú eres elegido, no
pudiste haber invocado si no hubieras sido elegido, tu elección es la causa de
tu invocación, y en la medida en que has invocado, y has invocado el nombre de
Dios, tú eres elegido de Dios. Y de conformidad a Su libro, ni la muerte ni el
infierno pueden borrar jamás tu nombre. Es un decreto omnipotente; ¡la voluntad
de Jehová será cumplida! Su elegido debe ser salvado, aunque la tierra y el
infierno se opongan; Su fuerte mano romperá sus filas, y Él guiará a Su pueblo
a través de ellas. Tú perteneces a este pueblo. Al fin, tú estarás ante Su
trono, y verás Su rostro sonriente en la gloria eterna, porque tú eres elegido.
Ahora, otra razón. Si tú
invocas el nombre del Señor serás salvo porque tú eres redimido. Cristo te ha
comprado y pagó por ti derramando la sangre más ardiente de Su corazón, para
pagar por tu rescate. Partió Su corazón y lo hizo pedazos para librar tu alma
de la ira. Tú has sido comprado; tú no lo sabes, pero yo veo la marca de la
sangre en tu frente. Si tú invocas Su nombre, aunque todavía no tengas
consuelo, sin embargo Cristo te ha llamado Suyo. Desde aquel día en que Él dijo
"Consumado es," Cristo ha dicho: "Mi deleite está en él, pues Yo
lo he comprado con mi sangre;" y puesto que tú has sido comprado nunca
perecerás. Nadie de los que han sido comprados con la sangre de Jesús se ha
perdido. Aúlla, aúlla, oh infierno, pero no podrás aullar sobre la condenación
de un alma redimida. Desechen esa horrible doctrina que los hombres son
comprados con sangre, y sin embargo son condenados, es demasiado diabólica para
que yo la crea.
Sé que lo que hizo el
Salvador, realmente lo hizo, y si Él redimió, realmente redimió; y aquellos
redimidos por Él están positivamente redimidos de la muerte y del infierno y de
la ira. Mi mente no puede aceptar la injusta idea que Cristo fue castigado por
un hombre, pero que tal hombre será castigado nuevamente. Nunca he podido
entender cómo Cristo pudo estar en lugar de un hombre y ser castigado en su
lugar, y sin embargo que ese hombre deba ser castigado nuevamente. No, en tanto
que tú invocas el nombre de Dios, hay prueba que Cristo es tu rescate.
¡Ven, regocíjate! Si Él
fue castigado, la justicia de Dios no puede demandar una doble venganza,
primero, de las manos sangrantes de tu Garantía, y luego de ti. Ven, alma, pon
tu mano sobre la cabeza del Salvador, y di, "Bendito Jesús, Tú fuiste castigado
por mí." Oh, Dios, yo no le tengo temor a Tu venganza. Cuando mi mano está
sobre la expiación, golpea, pero Tú debes golpearme a través de Tu Hijo.
Golpea, si quieres, pero no puedes pues lo has golpeado a Él, y ciertamente Tú
no golpearás de nuevo por la misma ofensa.
¡Cómo! ¿Acaso Cristo
sorbió toda mi condenación, de un solo trago de amor, y seré yo condenado
después de eso? ¡Dios no lo quiera! ¡Cómo! ¿Será injusto Dios para olvidar la
obra del Redentor a favor nuestro, y permitir que la sangre del Salvador haya
sido derramada en vano? Ni siquiera el infierno se ha permitido ese pensamiento
que sólo ha sido digno de hombre traidores a la verdad de Dios. Ay, hermanos,
si invocan a Cristo, si oran, si creen, pueden estar muy seguros de la salvación,
pues son redimidos, y los redimidos no pueden perecer.
¿Les digo otro argumento
más? Crean esta verdad: debe ser verdad. Pues si invocan el nombre de Dios,
"En la casa de mi Padre," dice Cristo, "muchas moradas
hay," y allí hay una para ti. Cristo ha preparado una morada y una corona,
desde antes de la fundación del mundo, para todos los que creen. ¡Vamos! ¿Crees
que Cristo prepará una morada, pero no llevará a su habitante allí? ¿Preparará
coronas y luego perderá las cabezas que deberán llevarlas? ¡Dios no lo quiera!
Vuelve tus ojos al cielo. Hay allí un asiento que debe ser ocupado, y debe ser
ocupado por ti; hay una corona que debe ser llevada, y debe ser llevada por ti.
¡Oh!, ten ánimo: la
preparación del cielo no tendrá moradas vacías; Él tendrá un espacio para
aquellos que creen, y debido a que Él ha establecido ese espacio, quienes creen
vendrán allí. ¡Oh! ¡Quiera Dios que yo me entere que alguna alma puede
aferrarse a esta promesa! ¿Dónde estás? ¿Estás por allá, lejos, de pie en medio
de la multitud, o estás sentada en la nave principal o en la galería superior?
¿Estás sintiendo tus pecados? ¿Derramas lágrimas en secreto por causa de ellos?
¿Lamentas tus iniquidades? ¡Oh! Aprópiate de Su promesa: "Todo aquel
(dulce todo aquel) todo aquel que invocare el nombre del Señor, será
salvo." Dilo así. El diablo dice que es inútil que invoques; has sido un
borracho. Respóndele que dice: "Todo aquel." "No," dice el
espíritu maligno, "es inútil para ti; nunca has asistido a escuchar un
sermón, ni has ido a la casa de Dios estos últimos diez años." Respóndele
que dice, "Todo aquel." "No," dice Satanás, "recuerda
tus pecados de anoche, y como te apareciste en el salón de música lleno de
lujuria." Díle al diablo que dice: "Todo aquel," y que es una
terrible falsedad de su parte que diga que tú puedes invocar a Dios y sin
embargo ser condenado. No; dile que:
"Si todos los pecados
que los hombres han cometido
De pensamiento, de palabra
o de obra,
Desde que los mundos
fueron creados o el tiempo comenzó,
Pudieran juntarse en una
pobre cabeza,
Únicamente la sangre de
Jesucristo
Por toda esta culpa puede
expiar."
Oh, graben esto en su
corazón. ¡Que el Espíritu de Dios lo haga! "Todo aquel que invocare el
nombre del Señor, será salvo."
Amén.
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