La
enfermedad del ciego de nacimiento, según nos relata el Evangelio de (Juan 9:
1-12), fue para que las obras de Dios se manifestasen en él.
Y esto se cumplió cabalmente.
La sanidad de este hombre no sólo es un
hecho milagroso del Señor, sino que es también una metáfora de la ceguera
espiritual del hombre natural, y de cómo ella es sanada.
Luego que el Señor sanó a este hombre, su
visión del Señor Jesucristo pasó por tres etapas, al final de las cuales, el
Señor mismo se reveló personalmente a él.
Cuando las gentes lo interrogaban acerca de
quién lo sanó, él dijo: "Aquel
hombre que se llama Jesús". Su conocimiento es vago e insuficiente.
La segunda vez que es interrogado, esta vez
por los fariseos, él contesta de Jesús que era "profeta". Aquí vemos que la luz comienza a manifestarse en él.
Más adelante, cuando los fariseos le apremian más, el hombre se vuelve más y más osado, hasta el extremo de decirles: "Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer", lo cual implica, por un lado, aceptar el riesgo de dar un testimonio favorable a Jesús, y por otro, declarar directamente que Cristo venía de Dios.
Como era de esperar, después de dar este
testimonio, los judíos expulsan al hombre de la sinagoga.
Mas cuando oyó Jesús que le habían
expulsado, lo buscó, lo halló y le dijo: "¿Crees tú en el Hijo de Dios?", y entonces se reveló a él.
Y aquí hay cosas muy importantes que destacar.
Primero, que la luz espiritual, la
revelación de Dios, es gradual.
Aunque el ciego quedó sano inmediatamente
de su ceguera, en lo espiritual, el conocimiento espiritual pasó por etapas de
mayor luz cada vez.
Segundo, que recibe más luz quien es
consecuente con la luz que ha recibido.
Este hombre se mantuvo firme en medio del
abandono de que fue objeto por parte de sus padres, y de la hostilidad por
parte de los líderes de la sinagoga.
El hombre no temió ante las amenazas que se
cernían sobre él. Su gratitud y su deseo de honrar a quien lo había sanado
pudieron más que toda otra consideración.
Tercero, que esa luz recibida de Cristo lo
fue “sacando” literalmente de la
sinagoga.
Ya la discusión final con los fariseos lo
ubica en un bando totalmente distinto de aquellos que le interrogan. Por eso,
no debió sorprenderle que le expulsasen.
Cristo no era aceptado en las sinagogas
como el Cristo; en ese ambiente no había lugar para Cristo.
Cuarto, que Cristo se le reveló cuando él
estaba afuera.
Sólo afuera de ese sistema formalista y
opresivo, el hombre pudo conocer realmente quién era Jesús.
Adentro, sólo Moisés era reconocido como
profeta ("Nosotros discípulos de
Moisés somos"), Jesús no era nadie.
El Señor no descalificó las sinagogas,
aunque eran una institución ajena a la ley misma, surgida en tiempos del
cautiverio babilónico.
Sin embargo, el hecho de no fustigarla no
significaba que las respaldara.
En ellas eran leídos la ley y los profetas
– que daban testimonio de Cristo; sin embargo, Cristo mismo no era creído en
las sinagogas.
¡Bendiciones para todos!
Aguasvivas.cl
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