Predestinación
y Llamamiento
“Y a los que predestinó, a éstos también llamó”.
(Romanos 8: 30.)
Por Charles Spurgeon.
El gran libro de los decretos
de Dios está sellado herméticamente para la curiosidad del hombre.
El hombre vano quisiera ser sabio;
quisiera romper los siete sellos de ese gran libro y leer los misterios
de la
eternidad. Pero eso no puede ser. No ha llegado todavía el tiempo
para que el libro sea abierto y aun entonces
los sellos no habrán de ser desatados por mano
mortal, sino que se dirá: “El León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y
desatar sus siete sellos”.
“Eterno Padre, ¿quién habrá de atisbar en Tu secreta
voluntad?
Nadie
sino el Cordero tomará
el libro, Y abrirá cada sello”.
Nadie sino Él podrá desplegar
ese registro sagrado y leerlo ante el mundo
que habrá sido congregado.
Entonces, ¿cómo podré saber si he sido predestinado por Dios para la vida
eterna o no? Es una
pregunta en la que están en juego mis
intereses eternos; ¿pertenezco a ese desdichado número de personas a las que se dejará para que
vivan en pecado y cosechen la debida recompensa de su iniquidad, o pertenezco a esa buena compañía de seres que, aunque han pecado,
serán lavados en la sangre de Cristo y recorrerán vestidos
de blanco las calles de oro del paraíso? Mi corazón
no puede descansar mientras esa pregunta
no reciba
una respuesta, pues siento
una intensa ansiedad
al respecto. Me preocupa infinitamente más mi destino eterno que todos
los asuntos temporales.
Videntes
y
profetas, si ustedes lo saben, díganmelo,
oh, díganme si mi nombre está registrado en ese libro de la vida. ¿Soy yo uno de aquellos que
están ordenados para vida eterna, o seré dejado para que siga mis propias concupiscencias y pasiones y para que destruya mi propia
alma? ¡Oh, amigo, existe una respuesta para
tu pregunta! No es posible abrir el libro, pero Dios mismo ha publicado muchas de sus páginas. Él no ha publicado
la página en la que figuran los nombres
específicos de los redimidos,
pero la página del
sagrado decreto en la que consta el carácter de esos redimidos ha sido publicada en Su Palabra y te será proclamada en este día. El sagrado registro
escrito por la mano de Dios es publicado hoy por doquier bajo el cielo, y el que tiene oído, oiga lo que el Espíritu le dice. Oh, mi querido
oyente, yo no te conozco por tu nombre,
ni la Palabra de Dios te identifica por tu nombre, pero
tú puedes leerlo si te fijas en tu carácter,
y si
tú has sido hecho partícipe del llamamiento que se menciona
en el texto, entonces
puedes concluir que
tú estás,
sin ningún
lugar a dudas, entre los predestinados: “A los que predestinó, a éstos llamó”.
Y si
eres llamado, se sigue como una inferencia
natural que tú eres predestinado.
Ahora, al considerar este solemne tema, permítanme comentarles que hay
dos clases de llamamientos que son mencionados
en la Palabra de Dios. El primero es el llamamiento general, que hace sinceramente el Evangelio a todo aquel que oye la palabra. El ministro tiene el deber de llamar a las almas
a venir
a Cristo, pero no
debe hacer ninguna distinción de ningún tipo: “Id por todo el mundo
y predicad el evangelio a toda criatura”.
La trompeta del Evangelio suena audiblemente en nuestras congregaciones
para todo ser humano: “A todos los sedientos:
Venid a las aguas; y los que no
tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid,
comprad sin dinero
y sin precio, vino y leche”.
“Oh hombres, a vosotros clamo; dirijo mi voz
a los hijos de los hombres” (Proverbios 8: 4). Este llamamiento
es sincero de parte de Dios, pero el hombre es por naturaleza
tan opuesto a Dios que ese llamamiento nunca es eficaz, pues el hombre lo
ignora, le da la espalda,
y prosigue su camino sin que estas cosas
le importen. Pero
fíjense
que
aunque este
llamamiento sea rechazado, el hombre no tiene excusa en su repudio; el llamamiento
universal contiene tal autoridad que la persona que no lo obedezca
no tendrá ninguna excusa en el día del juicio. Cuando se te ordena creer
y arrepentirte, cuando
se te exhorta a huir de la ira venidera,
si desprecias la exhortación y rechazas el mandamiento
el pecado recae sobre tu propia cabeza. Y este solemne texto
hace saber una terrible
advertencia: “¿Cómo escaparemos
nosotros, si descuidamos una salvación tan
grande?” Pero les repito
que este
llamamiento universal es rechazado por el
hombre; es un llamamiento, pero no va acompañado de la fuerza divina ni de la energía del Espíritu Santo
en un grado tal que lo convierta en un llamamiento irresistible; por lo tanto los hombres perecen aun cuando el llamamiento
universal del Evangelio resuena en sus oídos. La campana de la casa de Dios tañe
cada día y los pecadores la oyen pero tapan sus oídos con sus
dedos, y prosiguen su camino, el uno a su labranza,
y el otro a sus negocios, y aunque son invitados y llamados a la boda (Lucas 14: 16,
27, 18), no quieren asistir, y por no ir, incurren en la ira de Dios y Él declara
acerca de esas personas: “Ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena”
(Lucas 14: 24).
El llamamiento de nuestro texto es de un tipo diferente; no es un llamamiento universal, sino que es un llamamiento especial, particular, personal,
discriminante, eficaz e irresistible. Este llamamiento es enviado a los predestinados, y sólo a ellos; por la gracia
ellos oyen el llamamiento,
lo obedecen y lo reciben. Ellos son los que pueden
decir ahora: “Atráeme; en pos de ti
correremos”.
Al predicar sobre este llamamiento esta mañana, voy a dividir mi sermón
en tres partes breves: primero,
voy a
dar unos ejemplos del llamamiento;
en segundo lugar, vamos a examinar si hemos sido llamados; y
luego, en tercer lugar, veremos qué deleitables consecuencias fluyen de allí. Ejemplo, examen,
consolación.
I. Entonces, ante todo les daré algunos EJEMPLOS. Para ejemplificar el llamamiento eficaz de la gracia que va dirigido a los predestinados, debo usar primero el caso de Lázaro. ¿Ven aquella
piedra que fue rodada hasta la boca del sepulcro?
Mucha necesidad hay de que la piedra sea asegurada con firmeza, pues dentro del
sepulcro se encuentra un pútrido cadáver. Junto a la tumba está la hermana de ese muerto en estado
de descomposición, y dice: “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”. Esa es la voz de la razón y de la naturaleza. Marta
tiene razón. Pero junto a Marta está un hombre
que es Dios verdadero de Dios verdadero
a pesar de toda Su humildad. “Quitad la piedra”,
dice Él, y le obedecen; y ahora, óiganlo clamar: “¡Lázaro, ven fuera!” Esa orden va dirigida a un cadáver
putrefacto, a un cuerpo que ha estado muerto durante cuatro días y en el que los gusanos ya han celebrado
su festín; pero, por extraño que parezca, de esa tumba emerge un hombre que está vivo; ese
cadáver en estado de descomposición ha sido resucitado,
y sale, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto
en un sudario. “Desatadle, y dejadle ir”, dice el Redentor; y entonces el hombre camina con toda la libertad de la vida.
El llamamiento eficaz de la gracia tiene una idéntica
similitud. El pecador está muerto en el pecado.
No solamente está en el pecado
sino que está muerto
en el pecado, y es completamente impotente para darse él mismo
la vida de gracia. Es más, no sólo está muerto, sino
que está putrefacto; sus concupiscencias, como los gusanos,
han reptado en su interior; un hedor terrible ha llegado a las narices
de la justicia; Dios lo aborrece, y la justicia clama: “Sepulten al muerto de
delante de mí, échenlo en el fuego para que se consuma”.
Misericordia Soberana viene,
y allí está esa inconsciente e inerte masa de pecado.
Gracia Soberana clama, ya sea a través del ministro
o directamente por el Espíritu de Dios, sin
la intermediación de ninguna otra agencia: “¡Ven fuera!”, y ese hombre vive. ¿Contribuye
él en algo a su nueva vida? No; Dios es
el único que le otorga su vida. El individuo estaba muerto,
absolutamente muerto, podrido en su pecado, pero cuando llega el llamamiento se le otorga la
vida y, obedeciendo al llamamiento
el pecador
sale
del
sepulcro de sus concupiscencias y comienza a vivir una nueva vida, una vida que es
la vida eterna que Cristo da a
Sus ovejas.
“Bien” –pregunta alguien- “pero, ¿cuáles son la palabras que Cristo
utiliza cuando llama al pecador y lo hace salir de la muerte?
Pues bien, el Señor puede usar cualesquiera palabras. No hace mucho tiempo vino a este salón un hombre que estaba sin Dios y sin Cristo, y
la simple lectura
del himno:
“Jesús, amante de mi alma”,
fue el instrumento de su vivificación. Se preguntó: “¿Me ama Jesús? Entonces tengo que amarlo”,
y fue resucitado en esa misma hora. Las palabras que emplea Jesús son diversas en diferentes casos. Yo confío en que incluso mientras
me encuentro hablando
esta mañana, Cristo hablará
por mi medio y alguna
palabra que pudiera
caer de mis labios,
sin premeditación y casi sin deliberación, será enviada
por Dios como un mensaje
de vida a algún corazón aquí presente que está muerto y putrefacto, para que alguna persona que ha vivido en
pecado hasta este momento
viva ahora para justicia
y viva para Cristo. Ese es el primer ejemplo
que les daré de lo que significa el llamamiento eficaz. Encuentra muerto al pecador,
le da la vida, y el
pecador obedece el llamamiento de vida
y vive.
Pero consideremos una segunda fase del mismo. Ustedes recordarán que mientras el pecador está muerto en su pecado, está lo
suficientemente vivo en todo lo concerniente a cualquier oposición contra Dios. Es impotente
para obedecer,
pero es lo suficientemente potente para resistirse al llamamiento
de la gracia divina. Puedo ilustrarlo con el caso de Saulo de Tarso: este altivo fariseo aborrece al Señor Jesucristo; ha apresado a cada seguidor de Jesús que encuentra a su alcance;
ha arrastrado a hombres
y mujeres a prisión; con la avidez de un avaro que anda a la caza del oro, ha andado tras la preciosa vida de los seguidores
de Cristo, y habiendo agotado su
presa en Jerusalén, solicita cartas y sale con rumbo a Damasco
con la misma sangrienta encomienda. Háblale en el camino, si quieres; envíale al apóstol Pedro, y que Pedro le diga: “Saulo,
¿por qué te opones a Cristo? El tiempo vendrá cuando tú serás Su discípulo”.
Pablo se daría la vuelta y se echaría a reír hasta el escarnio:
“Vete de aquí, pescador, vete de aquí. ¡Yo un discípulo de ese impostor
Jesús de Nazaret! Mira, esta es mi confesión de fe: voy a arrojar en prisión
a tus hermanos y a tus hermanas y voy a golpearlos en la sinagoga y voy a obligarlos a blasfemar y voy a cazarlos hasta la muerte,
pues respiro amenazas y mi corazón es como un fuego
en contra
de
Cristo”. No ocurrió una escena así, pero si los hombres
lo hubieran reconvenido, pueden concebir
fácilmente que esa hubiera sido la
respuesta de Saulo. Pero Cristo resolvió
que llamaría a ese hombre.
¡Oh, qué empresa era esa! ¿Detener a
Saulo? Vamos, él se precipita desenfrenadamente en su loca carrera. Pero he aquí, una luz brilla
en torno a él, y cae al suelo y oye una voz que clama: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. Los ojos de Saulo se llenan de lágrimas,
y luego se cubren de tenebrosas
escamas, y clama: “¿Quién eres, Señor?” Y una voz dice: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. No transcurren muchos minutos antes de que comience
a sentir su pecado por haber perseguido a Jesús,
ni
muchas
horas
antes de que reciba la seguridad de su perdón, y no transcurren muchos días antes de que
quien perseguía a Cristo se ponga de pie para predicar con
vehemencia y elocuencia sin par, en favor de la
misma causa que una vez holló bajo
sus pies.
Vean lo que el llamamiento eficaz logra
hacer. Si Dios decidiera esta mañana llamar a algún desventurado
ser con el corazón más empedernido
para oír el Evangelio, tendría que obedecer. Cuando Dios llama, el hombre puede resistir,
pero no puede hacerlo eficazmente. Pecador, tú caerías postrado
si Dios clamara abajo; no hay forma de que te mantengas
en pie cuando Él quiere que caigas.
Y fíjate que todo hombre que es salvo, es salvado
siempre por un llamamiento irresistible al que no puede hacer frente; puede resistirse por un tiempo, pero no puede resistir
como para vencerlo;
tiene que ceder, tiene que
rendirse cuando Dios habla. Si Dios dice: “Sea la luz”, la oscuridad impenetrable cede ante la luz;
si Él dice: “Sea la gracia”, el pecado indecible cede, y el pecador
de corazón más empedernido se derrite ante el fuego del llamamiento eficaz.
He ilustrado
así el llamamiento de
dos maneras, por el estado del
pecador en su pecado, y por la omnipotencia que abate la resistencia
que el pecador ofrece. Y ahora veremos otro caso. La soberanía
del
llamamiento eficaz puede ser ilustrada mediante el caso de Zaqueo. Cristo va entrando en Jericó para predicar.
Allí vive un publicano
que es un extorsionador
empedernido, un acaparador, un monopolizador y un hombre mezquino. Jesucristo va entrando para llamar a alguien, pues escrito está que tiene que posar en casa de un
cierto varón. ¿Creerías que el hombre a quien Cristo
tiene
la
intención de llamar es el peor habitante
de Jericó, ese hombre
extorsionador? Zaqueo es un hombre pequeño
de
estatura y no puede ver
a
Cristo
aunque tiene una
gran
curiosidad de contemplarlo, así que corre delante la multitud y se sube a un árbol sicómoro, y considerándose muy seguro en medio del denso follaje,
espera con ávida expectación para ver a este hombre maravilloso que estaba trastornando
el mundo. Poco imaginaba Zaqueo que iba a
cambiarlo a él también. El Salvador va caminando y predicando y hablando con la gente hasta llegar al árbol sicómoro,
y entonces, mirando hacia arriba, exclama:
“Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”. El disparo tuvo
efecto pues el pájaro cayó; Zaqueo descendió; invitó al Salvador a su casa y demostró que era realmente llamado, no meramente
por
la voz, sino por la gracia
misma, pues dijo: “He aquí, Señor, la
mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”, y Jesús dijo: “Hoy ha venido
la salvación a esta casa”. Ahora, ¿por qué llamar a Zaqueo?
Había en la ciudad muchos seres
humanos mucho mejores
que él. ¿Por qué llamarlo
a él? Simplemente porque el llamamiento de Dios llega a pecadores indignos. No hay nada en el hombre que amerite este llamamiento; no hay nada en los mejores hombres que pudiera motivarlo; pero
Dios vivifica a quien quiere,
y cuando envía ese llamamiento, aunque llegue a los más viles de los viles, descienden rápida y velozmente, descienden
del árbol de su pecado y caen postrados en penitencia a
los pies de Jesucristo.
Pero ahora, para ilustrar
los efectos de este llamamiento,
les recordamos que Abraham es otro ejemplo notable
del llamamiento eficaz. “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”, y “por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que
había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”. ¡Ah, pobre
Abraham -habría dicho el mundo- cuánta tribulación le costó su llamamiento! Él era lo suficientemente dichoso en el seno de la casa de su padre, pero la idolatría se deslizó en
su interior, y cuando
Dios llamó a Abraham, lo llamó sólo a él y lo bendijo sacándolo
de Ur de los Caldeos, y le dijo:
“¡Sal, Abram!” y él salió, sin saber a
dónde iba. Ahora, cuando el llamamiento eficaz llega a una casa y
escoge a un hombre, ese varón se verá forzado a salir fuera
del campamento, llevando el vituperio
de Cristo. Debe abandonar
a sus más queridos amigos, a todos sus viejos conocidos,
a todos aquellos compañeros con los que solía beber y maldecir
y disfrutar; tiene que apartarse de todos ellos para seguir al Cordero por dondequiera
que va. Qué prueba enfrentó la fe de Abraham cuando tuvo que dejar
todo lo que le era tan querido y
salir sin saber a dónde iba. Y, sin
embargo, Dios tenía una buena tierra para él y tenía la intención de bendecirlo grandemente. ¡Varón, si eres llamado, si eres verdaderamente llamado, tendrás que salir, y tendrás que salir solo! Tal
vez algunos de los miembros
del pueblo profesante de Dios te
dejarán; tendrás que salir sin un solo amigo; tal vez la propia Sara te
abandone, y pudieras ser un forastero en una
tierra extraña, un errante solitario, como lo fueron
todos tus padres. ¡Ah!, pero si fuera
un llamamiento eficaz
y si la salvación fuera su resultado, ¿qué importa que vayas solo al cielo? Es mejor ser un solitario
peregrino con rumbo a la bienaventuranza que uno de los miles de pobladores del camino al infierno.
Les daré otro
ejemplo. Cuando el llamamiento eficaz llega
a
un
hombre, al principio pudiera desconocer que se trata de un
llamamiento eficaz. Ustedes recuerdan
el caso de Samuel; el Señor
llamó a Samuel, y él se levantó y fue a Elí, y le dijo:
“Heme aquí; ¿para qué me llamaste?”.
Y Elí le dijo: “Yo no he llamado; vuelve y
acuéstate”. El Señor volvió a llamar,
y dijo: “Samuel, Samuel”, y él
volvió a levantarse, y vino a Elí, y dijo: “Heme aquí; ¿para qué me has llamado?”, y fue entonces
cuando Elí -y no Samuel-
entendió por primera vez que el Señor había llamado al joven. Y cuando Samuel supo que se trataba
del Señor, dijo: “Habla, porque tu siervo oye”. Cuando
la obra de gracia comienza en el corazón, la persona no
siempre ve con claridad que se trata de la obra de Dios; está
impresionado por el ministro, y tal vez está más bien más ocupado con la impresión que con el agente de la impresión;
dice: “yo no sé cómo ha sido, pero he sido llamado; Elí, el ministro, me ha llamado”.
Y tal
vez
acude
a
Elí
para
preguntarle qué quiere de
él. “Seguramente” –dice él- “el ministro
me conocía, y me dijo algo
personalmente porque conocía mi caso”. Y acude a Elí, y no es sino
posteriormente, tal vez, que descubre que Elí no tuvo nada que ver
con la impresión, sino que el Señor lo había llamado.
Sé esto:
creo que Dios obró en mi corazón durante
años antes de que
yo supiera algo acerca de Él. Yo sabía que había una obra; sabía que
oraba y clamaba y gemía pidiendo misericordia, pero no sabía que se trataba de la obra del Señor;
pensaba a medias que era mi propia obra.
No supe sino hasta después, cuando fui conducido
a conocer a Cristo como toda mi salvación y todo mi deseo, que el Señor había
llamado al niño, pues esto no pudo haber sido el resultado
de la naturaleza sino que tuvo que haber
sido
el efecto de la gracia. Pienso
que puedo decirles a quienes son principiantes
en la
vida divina que en tanto que su llamamiento sea real, pueden tener la seguridad de que es divino.
Si
es
un
llamamiento que
coincide con
los comentarios que estoy a punto de ofrecerles
en la segunda parte del discurso, aunque hubieran podido pensar que la mano de Dios no estaba
en ello, tengan la seguridad de que sí está, pues la naturaleza no podría producir nunca el llamamiento eficaz. Si el llamamiento es eficaz, y ustedes son sacados
y llevados
a otro lugar, sacados del
pecado y llevados a Cristo,
sacados de la muerte y llevados a la vida, y
sacados de la esclavitud
y llevados a la libertad,
entonces, aunque no puedan
ver la mano de Dios en ello, allí está.
II. He ejemplificado así el llamamiento eficaz. Y ahora, a manera
de EXAMEN, que cada quien se juzgue a sí mismo mediante ciertas características del llamamiento celestial que estoy a punto de mencionar. Si buscan en su Biblia en 2 Timoteo
1: 9,
leerán estas palabras: “Quien
nos salvó y llamó con llamamiento santo”. Aquí está la primera piedra de toque con la que podemos probar nuestro llamamiento: muchos son los llamados y pocos los escogidos, porque hay muchos tipos de llamamiento, pero el verdadero
llamamiento, y sólo ese, responde a la descripción
del texto. Es un “llamamiento
santo, no conforme a nuestras
obras, sino según el propósito
suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos
de los siglos”. Este
llamamiento
prohíbe
toda
confianza
en nuestras propias acciones y nos conduce sólo a Cristo para la salvación, pero posteriormente nos purifica de las obras muertas para servir al Dios
vivo y verdadero. Si estás viviendo
en pecado, tú no eres llamado; si todavía puedes continuar
siendo como eras antes de tu pretendida conversión, entonces no se trata de una conversión
en absoluto; el hombre que es llamado en su embriaguez,
abandona su embriaguez; los individuos pueden ser llamados
en medio del pecado pero no continuarán en él por más tiempo.
Saúl fue ungido
para ser rey cuando andaba en busca de las asnas de su padre; y muchos hombres han sido llamados
cuando iban en pos de su propia concupiscencia, pero dejarán las asnas, y dejarán la concupiscencia, una vez que son llamados.
Ahora bien, por esto sabrán si son llamados por Dios o no. Si continúan en el pecado, si caminan siguiendo la corriente de este mundo, de acuerdo al espíritu que ahora
opera en los hijos de desobediencia, entonces todavía están muertos en sus delitos y pecados; pero
como
Aquel
que
los
ha
llamado es santo, ustedes también
han de ser santos. ¿Pueden decir: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que yo deseo guardar
todos Tus mandamientos, y caminar intachablemente
delante de Ti; yo sé que
mi obediencia no puede salvarme, pero anhelo obedecer; no hay nada que me duela tanto como el pecado; yo deseo quedar libre del
pecado y deshacerme de él; Señor ayúdame a ser santo?” ¿Es ese el
vivo anhelo de tu corazón?
¿Es ese el tenor de tu vida para con Dios y para con Su ley? Entonces, amado, tengo razones
para esperar que has sido llamado por Dios, pues el llamamiento
por medio del cual
Dios llama a Su pueblo es santo.
Veamos otro texto.
En
Filipenses 3: 13, 14, se encuentran estas palabras: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante, prosigo
a la meta, al premio
del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Entonces, ¿es el tuyo un supremo llamamiento? ¿Ha levantado tu corazón
y lo ha puesto en las cosas
celestiales? ¿Ha levantado
tus
esperanzas y ya no abrigas más esperanzas en las cosas que están en la tierra, sino sólo en las cosas que están en lo alto? ¿Ha elevado tus gustos de tal manera
que ya no consisten más en revolcarte, sino que eliges las cosas
que son de Dios? ¿Ha elevado
tus deseos, de tal manera que estás
anhelante no de las cosas terrenales, sino de las cosas que no se
ven y
que son eternas? ¿Ha elevado el tenor constante
de tu existencia, de tal manera que pasas tu vida con Dios en oración, en alabanza y dando gracias,
y no puedes contentarte más con las viles
y despreciables ocupaciones que te absorbían
en los días de tu ignorancia? Recuerda que si eres llamado
verdaderamente, es con un supremo llamamiento, un llamamiento de lo alto, y un llamamiento que eleva tu corazón y lo lleva a las excelsas cosas de Dios:
eternidad, cielo y santidad.
En Hebreos 3: 1, se encuentra
esta frase: “Hermanos santos, participantes del llamamiento celestial”. Aquí hay otra prueba. Un
llamamiento celestial quiere decir un llamamiento del cielo. ¿Has sido llamado, no por el hombre, sino por Dios? ¿Puedes detectar
ahora en tu llamamiento la mano de Dios y la voz de Dios? Si sólo el
hombre te hubiera llamado, tú no has sido llamado.
¿Es tu llamamiento de Dios? ¿Y es un llamamiento para el cielo así como
también del cielo? Puedes decir de todo
corazón que no puedes quedarte satisfecho nunca mientras:
“… no llegues Su rostro a contemplar
Y nunca, nunca pecar, Y de los ríos de Su gracia,
Sorber placeres sin final”.
Amigo, a menos que tú seas un extraño aquí y que el cielo sea tu
hogar, tú no has sido llamado con un llamamiento celestial, pues quienes han sido llamados por ese medio declaran que buscan una ciudad que tiene
fundamentos,
cuyo arquitecto
y
constructor es Dios, y que ellos mismos son extranjeros y peregrinos sobre
la tierra.
Hay otra prueba. Permítanme recordarles
que hay un pasaje en la
Escritura que puede tender mucho
a su edificación y ayudarles
en su escrutinio. Quienes son llamados, son hombres que antes del llamamiento gemían en el pecado. ¿Qué dice Cristo?:
“No he venido a llamar a justos, sino a pecadores
al arrepentimiento”. Ahora bien, aunque no pueda decir
las
primeras
cosas debido a la timidez, aunque sean verdaderas, con todo ¿puedo decir esto: que me siento
un pecador, que desprecio mi condición de pecador, que detesto mi
iniquidad y que siento que merezco la ira de Dios debido a mis
transgresiones? Si es así, entonces tengo una esperanza
de estar entre las huestes de los llamados
a quienes Dios ha predestinado. Él no ha llamado a los justos sino a los pecadores al arrepentimiento.
Varón dueño de justicia propia, yo puedo decirte en un segundo si tienes alguna evidencia de
la elección: yo te digo que no.
Cristo
nunca llamó a los justos, y si Él no te ha llamado
a ti,
y si nunca te llama, tú no eres un elegido,
y tú y tu justicia han de someterse a la ira de Dios y han de ser desechados eternamente. Únicamente el pecador, el pecador consciente, puede tener la seguridad de haber
sido llamado, y aun él, conforme crezca en la
gracia, tiene que buscar esas marcas más elevadas del llamamiento
supremo, celestial y santo en Cristo Jesús.
Como una prueba adicional, -apegándonos a la Escritura esta mañana, pues cuando estamos tratando
con nuestro propio estado delante de Dios no hay nada como recurrir
a las propias palabras de la Escritura- se nos informa en la primera epístola de Pedro, en el capítulo segundo y en el versículo
noveno, que Dios nos llamó de las
tinieblas a Su luz admirable. ¿Es ese tu llamamiento?
¿Eras una vez tinieblas en cuanto a Cristo? ¿Y te ha manifestado Su luz admirable
un admirable Redentor que es admirablemente fuerte para salvar? Dinos, alma, ¿puedes declarar honestamente que tu vida pasada era
tinieblas y que tu estado presente es luz en el
Señor? “Porque en otro
tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como
hijos de luz”. El que no mira a un pasado de tinieblas,
ignorancia y pecado, y no puede decir
que sabe más
de lo que sabía, y que disfruta
a veces de la luz del conocimiento y de la luz consoladora del rostro de Dios, no es llamado.
Prosigamos. Otra prueba del llamamiento se encuentra en Gálatas,
en el
capítulo cinco, y en el versículo trece: “Vosotros,
hermanos, a libertad fuisteis llamados”. Permítanme que me haga otra vez esta
pregunta: ¿han sido rotos los grilletes de mi pecado, y soy el liberto
de Dios? ¿Han sido quebrantadas las esposas de la justicia,
y he quedado liberado y puesto en libertad por Aquel que es el grandioso
rescatador de los espíritus? El esclavo no es llamado. Es el hombre libre que fue sacado
de Egipto el que demuestra
que ha sido llamado por Dios y que es precioso
para el corazón
del Altísimo.
Y, adicionalmente,
hay
otro precioso medio de prueba en la primera de Corintios, en el capítulo
primero, y versículo noveno:
“Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión
con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. ¿Tengo comunión
con Cristo? ¿Converso con Él? ¿Tengo
comunión con Él? ¿Sufro con Él
y sufro para Él?
¿Me identifico con Él en Sus propósitos y objetivos? ¿Amo lo que Él
ama
y odio lo que Él odia? ¿Puedo llevar la afrenta; puedo cargar Su cruz; puedo hollar Sus pisadas; sirvo a Su causa, y es mi más grande esperanza que veré la venida de Su reino,
que me sentaré en Su trono
y que reinaré con Él? Si es así, entonces soy llamado con un llamamiento eficaz, que es la obra de la gracia de Dios y es la señal segura de mi predestinación.
Permítanme decirles
ahora, antes de que pase al siguiente
punto, que es posible
que un hombre sepa si Dios lo ha llamado
o no,
y que puede saberlo también más allá de toda duda. Puede saberlo
tan seguramente como si lo leyera con sus propios ojos; es más, puede
saberlo más seguramente que eso, pues si yo leo algo con mis ojos,
incluso mis ojos podrían
engañarme y el testimonio del sentido podría ser falso, pero el testimonio
del
Espíritu tiene que ser
verdadero. Tenemos el testimonio del Espíritu
en nuestro interior que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Existe tal cosa en la tierra como una seguridad infalible de nuestra elección. Una vez que el hombre la obtenga,
ungirá su cabeza con
aceite nuevo,
y se vestirá
con el blanco
ropaje de la alabanza y pondrá el cántico del ángel en su boca. ¡Varón dichoso, dichoso, es aquel que tiene la plena
seguridad de su interés
en el pacto de gracia,
en la sangre de la expiación y en las glorias del cielo! Contamos
aquí con ese tipo de hombres en este preciso
día. Entonces, “Regocijaos en el Señor siempre.
Otra vez digo: ¡Regocijaos!”
¿Qué no darían algunos de ustedes
para alcanzar esta seguridad? Fíjense
que si anhelan saberlo ansiosamente
pueden hacerlo. Si su
corazón desea ardientemente leer su título
libre de todo gravamen,
lo hará en breve. Nadie deseó jamás tener a Cristo en el corazón
con un deseo vivo y anhelante, que no lo haya encontrado tarde o temprano. Si tú tienes un deseo es
porque Dios te lo ha dado. Si anhelas vivamente y clamas
y gimes para tener a Cristo, aun eso es un don Suyo; bendícelo
por ello. Dale las gracias por un poco de gracia
y pídele más gracia. Él te ha dado esperanza, pídele fe; y cuando te dé
fe, pídele seguridad; y cuando
obtengas seguridad, pídele plena seguridad; y cuando hayas obtenido
la plena seguridad, pídele gozo; y cuando
tengas gozo, pídele la gloria misma y Él
seguramente te la otorgará
a su debido tiempo.
III. Ahora procedo a concluir con LA CONSOLACIÓN. ¿Hay algo aquí que pueda consolarme? Oh, sí, ríos de consolación fluyen de mi llamamiento, pues, primero,
si soy llamado, entonces soy predestinado, no hay ninguna duda al respecto.
El gran esquema de la salvación es como esas cadenas que vemos algunas veces en los transbordadores de caballos. Hay una cadena de este lado del río que está
fijada a un aro o armella
y la
misma cadena está fijada a una armella al otro lado, pero la mayor
porción de la cadena queda en su mayor
parte sumergida en el agua y no puede verse; solo es visible cuando el bote se mueve y la cadena es arrastrada
fuera del agua por
la fuerza que impulsa al bote. Si hoy fuera yo capacitado
a decir que soy llamado, entonces
mi bote sería como el transbordador que va en medio de la corriente. Puedo ver esa parte de la cadena que es el
“llamamiento”, pero bendito sea Dios porque está sujetada a la orilla
que se llama “elección”, y yo puedo estar muy seguro de que está
sujetada al otro lado al glorioso fin de la “glorificación”.
Si soy llamado tuve que haber
sido elegido y no necesito
dudar de eso. Dios
nunca despertó el deseo en un hombre, llamándolo eficazmente por la gracia, a menos que hubiese escrito
el nombre de ese
hombre en el libro de la vida del Cordero. Oh, qué gloriosa
doctrina es la de la
elección, cuando un hombre puede verse elegido. Una de las razones por las que los hombres dan coces contra
ella es porque
tienen miedo que los dañe. Yo no he conocido a
nadie todavía que tuviera
una razón para creer que él mismo era
elegido de Dios pero que
odiara la doctrina de la elección. Los hombres
odian la elección tal como los ladrones odian las cerraduras de patente Chubb;
puesto que ellos mismos no pueden llegar al tesoro,
entonces odian la cerradura que lo protege.
Ahora bien, la elección
encierra el precioso tesoro de las bendiciones del pacto de Dios para Sus hijos: para pecadores penitentes, para pecadores que buscan. Pero los otros
hombres no quieren arrepentirse, no quieren creer; no quieren
seguir el camino de Dios, y luego refunfuñan y gruñen y se agitan y
se irritan debido a que Dios ha puesto bajo llave el tesoro para que
no accedan a él. Cuando una persona
llega a creer que todo el tesoro que está guardado es suyo, entonces, entre más fuerte sea
el pasador y más firme la cerradura, será mejor para él.
¡Oh, cuán dulce es creer que nuestros
nombres se encontraban en el corazón de Jehová
y que estaban grabados en las manos de Jesús antes de que el universo existiera! ¿Acaso eso no ha de electrificar de gozo a un hombre y no lo hará
danzar de júbilo?
“Elegidos por Dios antes de que el tiempo existiera”.
¡Vamos, calumniadores! Vituperen
cuanto les plazca.
¡Vamos, mundo alzado en armas! ¡Cataratas de problemas, desciendan
ustedes si así lo quieren, y ustedes, ustedes,
correntadas de aflicción,
fluyan si así les fuere ordenado, pues Dios ha escrito
mi nombre en el libro de la vida! Yo permanezco firme como esta roca, aunque la
naturaleza se tambalee y todas las cosas pasen. Cuán grande consolación, entonces, es ser llamado, pues si soy llamado,
entonces soy predestinado. Vamos, asombrémonos
ante la soberanía que nos ha llamado y recordemos las palabras del apóstol: “Pues mirad,
hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne,
ni muchos poderosos, ni muchos nobles;
sino que lo necio del mundo
escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo
escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió
Dios, y lo que no es, para deshacer lo que
es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido
hecho
por
Dios
sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está
escrito: El que se gloría,
gloríese en el Señor”.
Una segunda consolación es extraída de la grandiosa
verdad de que si un hombre es llamado, ciertamente será salvado al final. Para
demostrar eso, sin embargo,
los voy a referir a las expresas palabras de
la Escritura (Romanos
11: 29): “Irrevocables son los dones y el
llamamiento de Dios”. Él nunca se arrepiente de lo que da, ni de lo
que llama. Y esto es probado,
en verdad, por el mismo capítulo
del cual hemos tomado nuestro texto. “A los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que
justificó, a éstos también glorificó”, a cada uno de ellos.
Ahora, creyente, tú pudieras ser muy pobre y estar muy enfermo y ser muy desconocido y despreciado, pero
siéntate
y
revisa
tu
llamamiento esta mañana, y las consecuencias que emanan de él.
Tan cierto como
eres hoy un hijo
llamado
por
Dios,
tu pobreza llegará
pronto a un fin, y tú serás rico para todos los propósitos de la
bienaventuranza. Espera un poco; esa cabeza cansada llevará ceñida en breve una corona.
Detente un poco; esa mano callosa de
labor empuñará pronto ramas de palmeras.
Enjuga esa lágrima. Dios pronto
enjugará tus lágrimas para siempre.
Suprime ese suspiro;
¿por qué suspirar
cuando el cántico eterno está a punto de brotar de
tus labios? Los portales del cielo permanecen muy abiertos para ti. Unas cuantas horas aladas tienen que batir sus alas; unas cuantas olas
más han de pasar sobre ti, y tú llegarás a salvo a la costa dorada.
No digas: “Estaré perdido; seré echado fuera”.
Imposible.
“A quienes
Él ama, jamás los abandona, Sino que los ama hasta el fin”.
Si Él te ha llamado, nada podría separarte de Su amor. El lobo del hambre
no puede mordisquear el lazo; el fuego de la persecución no puede desatar el vínculo, el martillo del infierno no puede quebrar
la cadena; la antigüedad no puede devorarlo con su herrumbre, ni la eternidad puede disolverlo con todas sus edades. ¡Oh, cree que estás seguro! Esa voz que te llamó, te llamará de nuevo de la tierra al cielo, de las densas
tinieblas de la muerte a los esplendores indecibles de la inmortalidad. Puedes estar seguro
de que el corazón que te llamó late con infinito amor para contigo,
un amor que no muere, que las muchas aguas no pueden apagar, y que la inundaciones
no pueden ahogar. Siéntate;
descansa tranquilamente;
alza el ojo de tu esperanza y canta tu canto con cálida anticipación. Tú estarás pronto con los glorificados
allí donde está tu porción; sólo estás esperando aquí ser hecho idóneo para la herencia, y logrado
eso, las alas de los ángeles te llevarán por los aires hasta el monte de la paz y del gozo y de la bienaventuranza, donde:
“Lejos de un mundo
de aflicción y pecado,
Y compartiendo eternamente con Dios”,
reposarás por los siglos de los siglos. Examínense entonces
para ver si han sido llamados. Y que el amor de Jesús sea con ustedes.
Amén.
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