La
vida de todo siervo de Dios está llena de luces y de sombras, de montes y de
valles.
Y no siempre son las luces y los montes los
que más resaltan en su experiencia y su recuerdo.
Especialmente cuando se mezcla algo de
cansancio con ingratitud, algo de impotencia con crítica severa.
Entonces, las manos decaen, el corazón se
deprime, y se busca la soledad para mitigar el dolor.
Y vienen como consecuencia algunas
preguntas: ¿Valdrá la pena seguirse esforzando? ¿Valdrá la pena dar tanto para
ser igualmente incomprendido y criticado?
Así se comienza a entrar en un túnel largo
y oscuro. El corazón duele; los sentimientos chocan entre sí y se contraponen.
Los días pasan.
¿Qué hacer?
Pero de pronto el cristiano deprimido abre
la Biblia, en un intento desesperado por hallar algún socorro.
Sus ojos se pasean anhelantes por la
Palabra, sin encontrar nada… hasta que de pronto surge una pequeña luz, y un
versículo se destaca sobre el resto: "Y
yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por
amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos" (2 Cor.
12:15).
Las palabras inspiradas del apóstol dan de
lleno en el corazón, y provocan una reacción que acelera el pulso.
¡Una oleada de vida se inyecta!
¡Algo sucede! La experiencia de Pablo debió
ser la misma que él vive, el túnel el mismo, pero he aquí ahora Pablo (el
Espíritu Santo a través de él) muestra la salida.
Pablo dice que un siervo tiene que estar
dispuesto, primeramente, a gastarse a sí mismo por aquellos a quienes sirve.
Y gastarse significa perderse por los
demás.
Como Juan el Bautista, de quien Jesús dijo
que "era una antorcha que ardía y
alumbraba" (Jn. 5:35).
No sólo alumbraba, sino que también ardía.
Y en ese arder de la antorcha se va consumiendo hasta apagarse. No hay luz
verdadera que no se consuma.
Lo segundo, hay que gastar lo nuestro. Y esto
nos toca un poco más profundo.
Porque se puede estar dispuesto a lo
primero, pero no a lo segundo. "Lo nuestro" toca un aspecto distinto
del egoísmo que también debe ser demolido.
Y lo último, lo relacionado con la
ingratitud, y tal vez, la crítica: "Aunque
amándoos más, sea amado menos".
El amor del apóstol es tan grande y tan
abnegado que no espera correspondencia.
Como él mismo lo definió en otro lugar:
"El amor es sufrido … no busca lo
suyo … no guarda rencor … todo lo sufre … todo lo soporta".
El amor es, sobre todo, darse a los demás,
sin esperar recompensa.
La ingratitud es parte del alma humana,
pero para un siervo de Dios, ella no logra desanimarlo, porque es la seguridad
de que la recompensa vendrá de Dios.
Por otro lado, si la crítica es muy severa,
¿no tendrá siquiera un punto de verdad?
Sin duda, ella ayudará, aunque sea con
dolor, a ver lo que hay que corregir.
¿No son acaso los hermanos que hoy traen la
tristeza los mismos que traerán la alegría mañana? (2 Cor. 2:2).
Esto es parte de la experiencia normal de
un siervo de Dios: tanto el pasar por el túnel, como el ver la luz al final.
Tanto recibir el aguijón en el alma, como
ser salvado por el 'Rhema' de Dios.
¡Bendiciones para todos!
Aguasvivas.cl
No hay comentarios:
Publicar un comentario