miércoles, 26 de enero de 2022

El Pan y el Agua

 



La respuesta de Dios a la necesidad del hombre suele ser tan simple como el pan y el agua.

 

Si la respuesta de Dios a los problemas fundamentales del hombre hubiera sido subir a buscarla al cielo, o bajar a recogerla al abismo, estarían lejos del alcance del común de los hombres. Pero está tan cerca, es tan accesible como el pan y el agua.

 

Y el pan y el agua nos sugieren las dos necesidades básicas del hombre, la necesidad de alimento y de bebida. Toda la creación nos muestra que Dios alimenta y sacia a sus criaturas.

 

Ya Dios le decía a Job, en tiempos lejanos: «¿Quién prepara al cuervo su alimento, cuando sus polluelos claman a Dios, y andan errantes por falta de comida?» (Job 38:41).

 

Y cuando Israel es sacado de Egipto, al faltarle el pan y el agua en el desierto, Dios les provee en forma milagrosa. El pan llueve del cielo y el agua surge de la peña (Ex. 16 y 17). Dios, que cuida de sus criaturas menores, no descuida sus criaturas mayores.

 

Todo esto hace Dios en su cuidado por sus criaturas y por el hombre. Pero esto significa mucho más de lo que estamos diciendo. La necesidad de pan y la necesidad de agua materiales –siendo reales en sí mismas– representan una necesidad mayor de toda alma humana: la necesidad de Dios. Es un clamor –sed, hambre– que surge desde el fondo del alma y que no puede ser saciado, y por lo cual el hombre también suele andar errante.

 

¿Qué hace Dios para que esa necesidad sea suplida? Envía a su amado Hijo Jesucristo, con la encomienda de que él –por decirlo metafóricamente– se convierta en pan y se convierta en agua.

 

Por eso Jesús dijo, hablando con la mujer samaritana:«Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva» (Jn. 4:10). Y también: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Jn. 7:37-38). Esto decía del Espíritu Santo que aún no había sido derramado.

 

En otra oportunidad, el Señor dijo: «No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo… Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre» (Jn. 6:32, 35). Aquí el Señor aclara que la dádiva de Moisés no era la verdadera y definitiva.

 

En el desierto, Dios proveyó primeramente el pan al pueblo de Israel, y luego el agua, dando a entender con esto que primeramente era Cristo quien debería ser dado, y después el Espíritu Santo. Porque el Espíritu fue enviado luego que el Señor fue exaltado a la diestra de Dios.

 

Pero cuando leemos el evangelio de Juan nos encontramos primero con el agua y después con el pan. ¿Por qué? Porque el Señor Jesucristo concede el honor al Espíritu Santo.

 

Así tenemos que cuando Dios da testimonio en el desierto, exalta a Jesús, y cuando Jesús da testimonio en el evangelio de Juan, honra al Espíritu Santo. Así operan las cosas en la Deidad, cada uno dando la primacía al otro.

 

Es maravillosa la forma cómo Dios ha hecho para saciar la mayor necesidad del hombre. No la ha saciado con algo menos que Sí mismo. Jesús es el Pan de Dios, y es quien da la bendita Agua de Dios.

 

¡Bendito sea su nombre! Bendiciones.


viernes, 7 de enero de 2022

Pasado, presente y futuro

 



(Efesios 2:5-7) Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

 

Dios vive en la gloria de la eternidad celestial, pero su obra toca la vida de nosotros en el aquí y ahora, en el día presente.

 

En este breve y glorioso pasaje de Efesios, el apóstol Pablo se refiere a la obra de Dios en nuestra vida – en el pasado, en el presente y en el futuro.

 

En el PASADO, hemos recibido vida juntamente con Cristo. Jesús participó de nuestra muerte para que pudiéramos compartir su vida de resurrección. El viejo yo fue crucificado con Jesús en la cruz, y ahora somos nuevas criaturas en Jesús, las cosas viejas pasaron y todas son hechas nuevas (2 Corintios 5:17).

 

Pero el apóstol se ve obligado a recordarnos algo más: que esta es la obra de la gracia de Dios (por gracia sois salvos), de ninguna manera relacionada con lo que podamos ganar o merecer. Nuestra salvación (o rescate) de la muerte espiritual es la obra de Dios hecha para los que no la merecemos.

 

En el PRESENTE, nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. Tenemos un nuevo lugar para vivir, una nueva área espiritual de existencia. No somos moradores de la tierra (como el libro de Apocalipsis a menudo llama a los que están separados de Dios), sino que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20).

 

Note que la Palabra de Dios dice que ya nos sentamos en los lugares celestiales con Cristo Jesús. Dado que nuestra vida e identidad están en Jesucristo, así como Él se sienta en los lugares celestiales, nosotros también nos sentamos con Él.

 

En el FUTURO, Dios continuará mostrándonos las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros. Dios nunca dejará de tratar con nosotros sobre la base de su gracia, pero continuará por siempre revelándonos sus riquezas por la eternidad.

 

Este no es un deseo loco y esperanzador; es la promesa segura de un Dios Fiel. Todos nosotros podemos contar con Él. Todo esto es una herencia a la que pueden aferrarse los que estamos en Cristo Jesús.

 

Esta es la obra de Dios hecha para su pueblo creyente, y en Jesús sabemos que la tenemos. Todo esto es para nosotros con base en la Obra hecha en la Cruz por nuestro Mesías y Salvador Jesucristo:

 

Por ello:

– En Jesús, podemos vivir libres de la culpa y el dolor del pasado.

– En Jesús, podemos vivir con incomparable poder para el presente.

– En Jesús, podemos vivir con una esperanza segura para el futuro.

 

¿Cuántas de las ansiedades de nuestros días simplemente desaparecerían si nosotros, ahora mismo, nos aferrásemos a lo que Dios ha prometido para nuestro pasado, presente y futuro?

 

¡El Señor les bendiga amados hermanos!


No estás solo

  Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron». – 1 Reyes 19:18. Remanente ...