La cruz está en el centro de
la vida y la predicación del ministro cristiano. Si no tiene la experiencia y
el espíritu de la cruz no podrá impartir la vida de la cruz a otros.
Texto: (1 Corintios 2:1-4) Así que, hermanos, cuando fui a vosotros
para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de
sabiduría. 2 Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado. 3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y
mucho temor y temblor; 4 y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder.
En este pasaje podemos notar tres cosas:
1) El mensaje que predica Pablo;
2) Pablo mismo;
3) Cómo proclama Pablo su mensaje.
1) El mensaje que predica Pablo
El mensaje que predica Pablo es Jesucristo,
y éste crucificado. Su tema es la cruz de Cristo o el Cristo de la cruz.
Nosotros hemos de predicar la muerte de
Cristo en la cruz por nosotros para que Dios les conceda vida a los que creen.
De nada sirve que conmovamos a la gente con
nuestro mensaje y le induzcamos a arrepentirse si sus sentimientos son
superficiales y la vida de Dios no penetra en ellos.
Nuestro objetivo es impartirles la vida de
Dios para que sean salvos.
Es relativamente fácil hacer que la gente
entienda un asunto determinado, y que reciba mentalmente nuestra enseñanza,
pero para que reciban vida y poder y experimenten lo que les predicamos, Dios
tiene que obrar por medio de nosotros, para dispensarles la vida más abundante.
Jamás debemos olvidar que todas las obras
que hacemos tienen el propósito de que seamos cauces de la vida de Dios, para
que esa vida fluya al espíritu de la gente.
Así que necesitamos asegurarnos de ser los
cauces que Dios pueda utilizar para transmitir vida a otras personas.
2)Pablo mismo
¿Qué se puede decir de Pablo cuando predica
la palabra de la cruz?
Él dice esto: "Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor".
¡Porque el mismo Pablo ya es una persona
crucificada!
En efecto, para predicar la palabra de la
cruz se requiere una persona crucificada.
Pablo no tiene ninguna confianza en sí
mismo. Su debilidad y su mucho temor y temblor son las señales indubitables que
lo caracterizan como un crucificado.
En cierta ocasión declaró: "Con Cristo estoy juntamente crucificado"
(Gál.2:20)… Además dijo: "... cada
día muero" (1 Cor.15:31).
Se necesita un Pablo moribundo para
proclamar la crucifixión. Sin la muerte del yo, la vida de Cristo no puede
fluir de él.
Es relativamente fácil predicar la cruz;
pero no es fácil ser una persona crucificada cuando se predica la crucifixión.
Si no somos hombres y mujeres crucificados,
no podemos predicar la palabra de la cruz; nadie recibirá la vida de la cruz
por medio de nuestra predicación, a menos que nosotros también estemos así
crucificados.
Quien no conoce la cruz por experiencia, no
es apto para predicar de ella.
3)Cómo proclama Pablo su mensaje
El mensaje de Pablo es la cruz y él mismo
es una persona crucificada.
Cuando predica la cruz, él adopta el camino
de la cruz. Una persona crucificada predica el mensaje de la cruz en el
espíritu de la cruz.
Pablo escribió a los corintios que él no
fue a ellos con "excelencia de
palabras o de sabiduría" cuando fue a anunciarles "el testimonio de Dios".
Aquí el testimonio de Dios se refiere a la
palabra de la cruz.
Pablo no usó palabras sabias y elevadas
cuando proclamó el mensaje de la cruz, sino que fue en el espíritu de la cruz;
en efecto, él dijo: "Ni mi palabra
ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con
demostración del Espíritu y de poder."
Tal es en verdad el espíritu de la cruz.
La victoria de Pablo radica en el hecho de
que él es realmente una persona crucificada. Él puede, por tanto, proclamar el
mensaje de la cruz con la actitud, así como con el espíritu de la cruz.
Al considerar la experiencia de Pablo, ¿no
nos revela ella la causa de nuestro fracaso?
¿Con qué espíritu, palabras y actitud
predicamos la cruz?
¡Oh! Humillémonos profundamente al
encararnos a estas interrogantes, para que Dios tenga misericordia de nosotros
y para que los que nos escuchan puedan recibir vida.
¡El hecho de que la gente no reciba vida se
debe indudablemente al fracaso de los predicadores!
No es que la palabra haya perdido su poder,
sino son los hombres los que han fallado.
Aquellos que no tienen la experiencia de la
cruz y por lo mismo carecen del espíritu de la cruz, no pueden impartir la vida
de la cruz a otros.
¿Cómo podemos dar a otros lo que nosotros
mismos no tenemos?
A menos que la cruz se convierta en nuestra
vida, no podremos impartir esa vida a otros. El fracaso de nuestro ministerio
se debe al hecho de que tenemos un gran deseo de predicar el mensaje de la
cruz, pero sin que esa cruz esté en nosotros.
El que de veras sabe predicar, debe haberse
predicado la palabra primero a sí mismo; de lo contrario, el Espíritu Santo no
va a obrar por medio de él.
La palabra de la cruz que tantas veces
proclamamos no es nuestra realmente, sino sólo prestada; la hemos sacado de los
libros que leemos o de las Escrituras que escudriñamos con nuestra capacidad
intelectual.
Las personas inteligentes y las que están
acostumbradas a predicar son especialmente propensas a tal peligro.
Me temo que todo lo que escudriñan,
estudian, leen y oyen hablar sobre los diversos aspectos del misterio de la cruz
es para otras personas y no primeramente para sí mismas. ¡El pensar de continuo
en otras personas, con descuido de nuestra propia vida espiritual, redundará
finalmente en nuestro empobrecimiento espiritual!
Al predicar el mensaje, procuramos
presentar en forma diligente y cuidadosa lo que hemos oído, leído y meditado.
En efecto, podemos hablar tan clara y
lógicamente, que puede parecer que quienes nos escuchan entienden todo lo que
les decimos.
No obstante, aunque nuestros oyentes
comprendan con el entendimiento, no hay en nuestras palabras ese poder
apremiante para hacerlos esforzarse por conseguir lo que entienden.
Es como si el conocer la teoría de la cruz
les fuera suficiente. Ellos pueden llegar a sentirse satisfechos de entenderla,
pero si no reciben vida, no llega a ser experiencia en ellos.
Así que, nunca seamos presumidos, pensando
que nuestra elocuencia puede influir en el ánimo de los oyentes.
Podemos conmoverlos momentáneamente, pero
lo único que reciben de nosotros son pensamientos y palabras. El no lograr
impartir vida no contribuye en nada al andar espiritual de los hombres.
¿De qué sirve darle a la gente tan sólo
pensamientos y palabras?
Como hemos visto, las dos principales
razones por las cuales no impartimos vida cuando predicamos de la cruz son:
a) nosotros mismos no tenemos la
experiencia de la cruz, y b) no predicamos la palabra de la cruz en el espíritu
de la cruz
¡Que esto penetre profundamente en nuestros
corazones y nos haga reflexionar en la vanidad de nuestras obras pasadas!
Si de veras estamos unidos a la cruz, Dios
nos hará triunfar en todas partes. Quiera Dios despertarnos a todos los que
somos siervos inútiles, para que lleguemos a ser obreros "que no tienen de
qué avergonzarse" (2 Timoteo 2:15).
¡Bendiciones para todos!
Watchman
Nee