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domingo, 10 de mayo de 2015

Al Señor antes que a los hombres




El libro de los Hechos es el relato más apasionante de la vida de iglesia. 

Muchas tentativas de restauración, muchos avivamientos posteriores han tenido como modelo y ejemplo aquellos gloriosos días primeros de la iglesia. 

Sin embargo, conviene preguntarnos cómo comenzó cada uno de los grandes movimientos del Espíritu en el libro de los Hechos. Qué hubo exactamente antes del inicio de cada uno de ellos.

El primer movimiento lo tenemos a partir del capítulo 2, y el segundo a partir del capítulo 13. 

El primero es el comienzo en Jerusalén, para todo el mundo judío, y el segundo es el ocurrido en Antioquia, para todo el mundo gentil. 

Y en ambos hay un hecho previo de superlativa importancia: aquellos que Dios habría de utilizar estuvieron delante del Señor, ministrando al Señor, en una espera paciente, antes de ser enviados por Dios a hacer Su obra. 

La orden del Señor antes de ascender a los cielos había sido clara: "Esperen en Jerusalén". Los discípulos obedecieron esa orden, y el Espíritu Santo vino sobre ellos como un viento recio.

Más tarde, en Antioquia, los profetas y maestros de esa iglesia estaban ministrando al Señor cuando el Espíritu Santo a apartó a dos de ellos para la obra. 

Ellos no tenían en mente la obra, sino al Señor de la obra. El principio es este: hemos de esperar delante del Señor antes de salir. Hemos de ministrar al Señor antes de ministrar a los hombres. 

Alguien ha dicho que un siervo de Dios está realmente preparado para servir sólo cuando está dispuesto a no ser usado. El silencio delante de Dios es más difícil de soportar que el bullicio entre los hombres.

Hay demasiada obra que es fruto de la impaciencia del hombre, del ingenio e inventiva del hombre, antes que de una orden de Dios. 

El único que puede iniciar una obra espiritual es Dios. Si no comienza Dios, él no se sumará después a la obra del hombre. Si una obra comienza en el hombre concluirá con el hombre como protagonista y figura. 

Este es un asunto muy delicado, pues al ignorar este hecho, o al violar deliberadamente este principio, estamos presentando ante los hombres una obra de calidad inferior a la que debiéramos, y por sobre todo, estamos añadiendo dolor al corazón de Dios.

Dios querría bendecir la obra de sus hijos, usarlos para la mayor obra que jamás el hombre ha emprendido. 

Él quisiera poder usar a cada cual de la mejor manera; pero el problema del hombre es el apresuramiento, la incapacidad para esperar en Dios. 

Dios quiere darnos sus instrucciones, mostrarnos el modelo del monte, capacitarnos antes, pero nosotros no estamos dispuestos a esperar. Somos obsesivos, y vanidosos. 

Pensamos que sabemos, que podemos, y que casi no necesitamos de Dios para hacer Su obra. 

Que el Señor nos frene en nuestra impulsividad, y nos hable al corazón, diciéndonos: "Estad quietos y conoced que yo soy Dios".






Aguasvivas.cl

viernes, 1 de mayo de 2015

El Mensaje de Dios es Cristo






El mensaje de Dios, que es Cristo, no puede ser tergiversado, ni alterado.

Y en el centro de este mensaje está su cruz. Su vida, sus hechos y sus palabras tienen como centro focal la cruz.

Muchos en este día quisieran sacar la cruz del Evangelio, y también la sangre de Cristo, porque hiere ciertas sensibilidades exquisitas.

¡Pero cuán vana sería nuestra fe, sin la bendita sangre y la preciosa cruz de Cristo!

Cristo bajó del cielo para morir. Así lo dicen las escrituras a través de un inspirado apóstol Pablo, el máximo exponente del misterio de Cristo.

Y las principales cartas inspiradas del apóstol tienen como punto de partida la obra de la cruz.

La carta a los Romanos nos habla ordenadamente de todo el misterio de la piedad, de la justicia, la santidad, la gloria de Dios, del cuerpo de Cristo… pero todo ello tiene su explicación, y su sentido en las palabras del capítulo 3: "Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia..." (vv, 24-25).

Debido a que se derramó la sangre de Cristo, hay perdón de pecados… debido a que hubo esa cruz, hay victoria en Cristo sobre el pecado.

Las dos epístolas a los Corintios, tomadas como una unidad, tienen en el primer capítulo de la Primera Epístola, este asunto central: "Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura" (1:22-23).

Y luego agrega: "Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (2:2).

Para la gran necesidad de los corintios, la respuesta única y suficiente era Cristo crucificado.

A los Gálatas descarriados y hechizados por la ley, Pablo les habla con denuedo del "tropiezo de la cruz" (5:11); de que muchos quieren evitarse las persecuciones que vienen por "la cruz de Cristo" (6:12), y entonces concluye diciendo: "Pero lejos esté de mi gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Gál. 6:14).

En Efesios, la gran epístola del misterio de Cristo y la Iglesia, Pablo comienza diciendo: "en quien (el Amado) tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia" (1:7).

En Filipenses, Pablo nos hace recorrer el camino de la cruz de Cristo, desde el trono de Dios "hasta la muerte, y muerte de cruz" (2:8).

Y Colosenses, la epístola de las alturas cósmicas, nos dice: "...por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz" (1:19-20).

¡Bendita cruz de Cristo! ¡Bendita sangre del Cordero de Dios!

En esto se resume, en una palabra, todo el misterio de la piedad.

Sin la cruz y la sangre de Cristo podemos tener alguna religión, pero no tendremos a Cristo; podemos tener devoción por algo, pero no tendremos la salvación que es por Cristo.

¡Bendiciones para todos!






Aguasvivas.cl

lunes, 27 de abril de 2015

El predicador de la cruz







La cruz está en el centro de la vida y la predicación del ministro cristiano. Si no tiene la experiencia y el espíritu de la cruz no podrá impartir la vida de la cruz a otros.


Texto: (1 Corintios 2:1-4) Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. 2 Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. 3 Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; 4 y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder.




En este pasaje podemos notar tres cosas:

1) El mensaje que predica Pablo;
2) Pablo mismo;
3) Cómo proclama Pablo su mensaje.

1) El mensaje que predica Pablo

El mensaje que predica Pablo es Jesucristo, y éste crucificado. Su tema es la cruz de Cristo o el Cristo de la cruz.

Nosotros hemos de predicar la muerte de Cristo en la cruz por nosotros para que Dios les conceda vida a los que creen.

De nada sirve que conmovamos a la gente con nuestro mensaje y le induzcamos a arrepentirse si sus sentimientos son superficiales y la vida de Dios no penetra en ellos.

Nuestro objetivo es impartirles la vida de Dios para que sean salvos.

Es relativamente fácil hacer que la gente entienda un asunto determinado, y que reciba mentalmente nuestra enseñanza, pero para que reciban vida y poder y experimenten lo que les predicamos, Dios tiene que obrar por medio de nosotros, para dispensarles la vida más abundante.

Jamás debemos olvidar que todas las obras que hacemos tienen el propósito de que seamos cauces de la vida de Dios, para que esa vida fluya al espíritu de la gente.

Así que necesitamos asegurarnos de ser los cauces que Dios pueda utilizar para transmitir vida a otras personas.


2)Pablo mismo

¿Qué se puede decir de Pablo cuando predica la palabra de la cruz?

Él dice esto: "Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor".

¡Porque el mismo Pablo ya es una persona crucificada!

En efecto, para predicar la palabra de la cruz se requiere una persona crucificada.

Pablo no tiene ninguna confianza en sí mismo. Su debilidad y su mucho temor y temblor son las señales indubitables que lo caracterizan como un crucificado.

En cierta ocasión declaró: "Con Cristo estoy juntamente crucificado" (Gál.2:20)… Además dijo: "... cada día muero" (1 Cor.15:31).

Se necesita un Pablo moribundo para proclamar la crucifixión. Sin la muerte del yo, la vida de Cristo no puede fluir de él.

Es relativamente fácil predicar la cruz; pero no es fácil ser una persona crucificada cuando se predica la crucifixión.

Si no somos hombres y mujeres crucificados, no podemos predicar la palabra de la cruz; nadie recibirá la vida de la cruz por medio de nuestra predicación, a menos que nosotros también estemos así crucificados.

Quien no conoce la cruz por experiencia, no es apto para predicar de ella.


3)Cómo proclama Pablo su mensaje

El mensaje de Pablo es la cruz y él mismo es una persona crucificada.

Cuando predica la cruz, él adopta el camino de la cruz. Una persona crucificada predica el mensaje de la cruz en el espíritu de la cruz.

Pablo escribió a los corintios que él no fue a ellos con "excelencia de palabras o de sabiduría" cuando fue a anunciarles "el testimonio de Dios".

Aquí el testimonio de Dios se refiere a la palabra de la cruz.

Pablo no usó palabras sabias y elevadas cuando proclamó el mensaje de la cruz, sino que fue en el espíritu de la cruz; en efecto, él dijo: "Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder."

Tal es en verdad el espíritu de la cruz.

La victoria de Pablo radica en el hecho de que él es realmente una persona crucificada. Él puede, por tanto, proclamar el mensaje de la cruz con la actitud, así como con el espíritu de la cruz.

Al considerar la experiencia de Pablo, ¿no nos revela ella la causa de nuestro fracaso?

¿Con qué espíritu, palabras y actitud predicamos la cruz?

¡Oh! Humillémonos profundamente al encararnos a estas interrogantes, para que Dios tenga misericordia de nosotros y para que los que nos escuchan puedan recibir vida.

¡El hecho de que la gente no reciba vida se debe indudablemente al fracaso de los predicadores!

No es que la palabra haya perdido su poder, sino son los hombres los que han fallado.

Aquellos que no tienen la experiencia de la cruz y por lo mismo carecen del espíritu de la cruz, no pueden impartir la vida de la cruz a otros.

¿Cómo podemos dar a otros lo que nosotros mismos no tenemos?

A menos que la cruz se convierta en nuestra vida, no podremos impartir esa vida a otros. El fracaso de nuestro ministerio se debe al hecho de que tenemos un gran deseo de predicar el mensaje de la cruz, pero sin que esa cruz esté en nosotros.

El que de veras sabe predicar, debe haberse predicado la palabra primero a sí mismo; de lo contrario, el Espíritu Santo no va a obrar por medio de él.

La palabra de la cruz que tantas veces proclamamos no es nuestra realmente, sino sólo prestada; la hemos sacado de los libros que leemos o de las Escrituras que escudriñamos con nuestra capacidad intelectual.

Las personas inteligentes y las que están acostumbradas a predicar son especialmente propensas a tal peligro.

Me temo que todo lo que escudriñan, estudian, leen y oyen hablar sobre los diversos aspectos del misterio de la cruz es para otras personas y no primeramente para sí mismas. ¡El pensar de continuo en otras personas, con descuido de nuestra propia vida espiritual, redundará finalmente en nuestro empobrecimiento espiritual!

Al predicar el mensaje, procuramos presentar en forma diligente y cuidadosa lo que hemos oído, leído y meditado.

En efecto, podemos hablar tan clara y lógicamente, que puede parecer que quienes nos escuchan entienden todo lo que les decimos.

No obstante, aunque nuestros oyentes comprendan con el entendimiento, no hay en nuestras palabras ese poder apremiante para hacerlos esforzarse por conseguir lo que entienden.

Es como si el conocer la teoría de la cruz les fuera suficiente. Ellos pueden llegar a sentirse satisfechos de entenderla, pero si no reciben vida, no llega a ser experiencia en ellos.

Así que, nunca seamos presumidos, pensando que nuestra elocuencia puede influir en el ánimo de los oyentes.

Podemos conmoverlos momentáneamente, pero lo único que reciben de nosotros son pensamientos y palabras. El no lograr impartir vida no contribuye en nada al andar espiritual de los hombres.

¿De qué sirve darle a la gente tan sólo pensamientos y palabras?

Como hemos visto, las dos principales razones por las cuales no impartimos vida cuando predicamos de la cruz son:
a) nosotros mismos no tenemos la experiencia de la cruz, y b) no predicamos la palabra de la cruz en el espíritu de la cruz

¡Que esto penetre profundamente en nuestros corazones y nos haga reflexionar en la vanidad de nuestras obras pasadas!

Si de veras estamos unidos a la cruz, Dios nos hará triunfar en todas partes. Quiera Dios despertarnos a todos los que somos siervos inútiles, para que lleguemos a ser obreros "que no tienen de qué avergonzarse" (2 Timoteo 2:15).

¡Bendiciones para todos!




Watchman Nee

miércoles, 22 de abril de 2015

¿Estamos desocupados?




"Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Saliendo cerca de la hora tercera, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron. Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima..." (Mat. 20:1-6).



Este texto forma parte de la conocida parábola de los obreros de la viña, dicha por nuestro Señor Jesucristo.

Y aquí, la hora undécima es la penúltima hora del día porque los hebreos dividían el día en doce horas, desde el amanecer hasta el ocaso.

Entonces aquí quedaba una hora para que concluyera el día laboral, y a esa hora, la parábola dice que el dueño de la viña "halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados?".

Cuando nos sumergimos en la parábola, nos damos cuenta que la palabra "desocupados" aparece tres veces. Espiritualmente hablando, ¿qué significado tiene esto?

Bien. La viña representa la obra de Dios.

Ahora, si cualquiera de nosotros está fuera de la viña, entonces estamos desocupados.

De manera que, ¿cómo considera Dios nuestra vida fuera de la viña?

Amados: No importa cuántas cosas hagamos para nosotros mismos; no importa cuántos planes desarrollemos, ni cuánta riqueza acumulemos. Para Dios, eso es un tiempo desocupado, un tiempo sin provecho y sin fruto.

Y es, además, un tiempo que para Dios no cuenta, porque simplemente no existe para Él, porque no estamos en su viña.

Es la viña del Señor el único ámbito de nuestro trabajo. Y es en ella donde podemos invertir el tiempo y ser hallados útiles, ocupados, dando frutos para Dios.

Esto no significa que tengamos que dejar todas nuestras ocupaciones terrenales para dedicarnos a la obra a tiempo completo. No.

Significa, simplemente, estar en el lugar donde Dios quiere que estemos, haciendo realmente lo que Dios quiere que hagamos.

¿Estás tú, amado hermano, en el lugar preciso? ¿O estás tal vez fuera de la viña?

Quizás consideremos que estamos haciendo mucha obra para Dios, pero aun así, podríamos estar fuera de la viña. Recordemos que es Su viña, no nuestra viña; son Sus labores, no nuestras labores.

Creo que, en la vida de todos los siervos de Dios, cuando estamos muy afanados o muy desgastados sirviendo al Señor, llega un momento en que nos agobiamos. Y entonces nos preguntamos: "¿Estoy realmente haciendo la obra de Dios?".

Y esta pregunta puede traer gran temor y temblor, y aun un descalabro en nuestras vidas. Porque todo lo que hagamos fuera de la viña será tiempo perdido, será labor inútil, será obra sin valor para Dios.

En esta parábola, ese día de doce horas, desde la mañana hasta la tarde, representa para nosotros toda nuestra vida.

Tal vez estemos en la hora undécima... y falte sólo una hora para que se cierre la puerta. 

¿Estamos fuera, desocupados, haciendo muchas cosas para nosotros mismos?

¿Estamos realmente sirviendo en la viña del Señor, o estamos desocupados?

Amados que nos leen: ¿Cómo estamos ocupando nuestros días, como estamos ocupando nuestro tiempo?

Reflexionemos seriamente en esto.

Seguro que a todos nos conviene orar como Moisés oraba: "Señor, enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría" (Salmo 90:12).

¡Bendiciones para todos!






Aguasvivas.cl

No estás solo

  Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron». – 1 Reyes 19:18. Remanente ...