A veces, quizás inconscientemente, nos
sentimos inseguros y afligidos a causa del mal oculto de la culpa… y entonces
perdemos nuestra osadía y nos quedamos mirando al pecado, y no avanzamos.
Pero amados, el problema no es el pecado,
sino la culpa.
Satanás el maligno pone un peso de culpa en
nuestra mente. Sus dardos acusadores apuntan siempre allí.
Y esa culpa siempre provoca dudas, como si
tú no confiases que Dios ya te perdonó.
Pero Dios ya nos perdonó, y su perdón es
para siempre… su perdón es perfecto en Cristo Jesús, y es por lo tanto un
perdón total e incondicional. Eso es
maravilloso.
La Palabra de Dios dice que nuestros
pecados han sido perdonados; hemos sido liberados de nuestra culpa.
(Juan 3:18a) El que en él cree, no es condenado…
Y yo sé que tú has creído en el Unigénito
Hijo de Dios.
Cuando Dios dice que Él ha enviado nuestros
pecados al mar del olvido, es porque así ha sido.
(Miqueas 7: 18-19) ¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del
remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en
misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras
iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.
Cuando Dios dice que él no se acordará
nunca más de nuestros pecados, es porque así ha sido.
(Hebreos 10:17-23) Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay
remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado. Así que, hermanos,
teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesucristo, por el camino nuevo y vivo
que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran
sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena
certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los
cuerpos con agua pura. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra
esperanza, porque fiel es el que prometió.
Fíjate: No es que Dios tenga problemas de
memoria, sino que él nunca más nos cobrará una deuda que Cristo ya pagó en la
Cruz del Calvario con su preciosa Sangre.
Entonces podemos entrar y regocijarnos,
porque los cielos están abiertos sobre ti.
Podemos acercarnos a Dios y hablar con él
cara a cara.
¡Gracias a Dios por Cristo Jesús!
Amén.
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