En la Biblia aparecen, al menos, dos clases de parábolas
acerca de la viña: Un ejemplo de la primera está en Isaías 5 y Juan 15, y otra
parábola más, en los evangelios.
Ambos tipos de parábolas,
consideradas por separado, arrojan preciosa luz acerca de la obra de Dios.
Pero también pueden leerse
juntas, y entonces tenemos una luz mayor, porque podemos darnos cuenta de cómo
se complementan: vemos la obra de Dios en nosotros, y también a través de
nosotros.
En una, el labrador es
Dios; en la otra, los labradores somos nosotros.
La parábola de Isaías nos
muestra que Dios es el labrador e Israel es su viña. Y ya sea que se trate del
antiguo Israel o del nuevo, su obra es esencialmente la misma.
Su trabajo consiste en
cercar, despedregar, plantar, edificar una torre, construir un lagar, podar,
cavar y regar.
Juan 15 nos agrega que
también consiste en quitar los pámpanos inútiles.
Y qué precioso es ver a
Dios invirtiendo su tiempo y recursos en nosotros.
Tal como hace cualquier
viñador, su obra es paciente y constante. Todo revela el profundo cuidado de
Dios por su pueblo.
Primero está el cercar la
viña, porque Dios pone límites entre lo que es suyo y lo que no es. Lo segundo,
despedregar.
La parábola del sembrador
nos muestra que una tierra con piedras no es capaz de dar crecimiento a la
planta. Luego está el plantar, labor fundamental, en que nosotros somos
introducidos en el plantío de Dios por la Palabra de verdad.
Después, Dios edifica una
torre, para vigilar y prevenir el ataque artero del enemigo.
En seguida, el lagar es
una construcción importantísima en la viña de Dios. Allí serán llevadas las
uvas maduras para que completen el ciclo de su vida.
El destino final de la uva
no es un racimo hermoso en la mesa del banquete, sino un vaso de vino para
alegrar el corazón.
El lagar es el lugar de la
trituración y la muerte. En términos del Nuevo Testamento, es la cruz, con sus
dolores y agonías.
Pero antes está la poda,
que quita aquello que estorba para que los pámpanos lleven más fruto, mucho
fruto.
De tiempo en tiempo, Dios
mete mano en cada una de sus vides para quitar lo que molesta. Y entonces la
vid llora, y guarda silencio por varios meses. El labrador respeta los ciclos
de la vida, y el invierno es uno de ellos.
Posteriormente, el
labrador cava alrededor de la planta para que la tierra no se endurezca, y
pueda entregar toda su fuerza.
A veces la planta entera
se remueve cuando el azadón del labrador rompe la tierra alrededor, pero no es
el fin para ella, es sólo la necesaria sacudida para que la planta se
revitalice. Y en seguida viene el riego. ¡Qué grato es para la planta! La sed
desparece, llega el nuevo vigor del agua de vida. La Palabra de Dios viene a saciar el
corazón y a consolar el alma. ¡Cuánta salvación hay en la Palabra de Dios!
Finalmente está la acción
más difícil de todas: echar fuera los pámpanos inútiles y quemarlos (Jn. 15:6).
El fuego aquí ¿es el
infierno de muerte y condenación? Seguramente no; pero sí es el fuego de la
vergüenza y el castigo.
Esta es, en conjunto, la
preciosa (y también dolorosa) obra de Dios en sus hijos.
Nosotros, como viña del
Señor somos el lugar donde él trabaja en nosotros, paciente y amorosamente.
Su obra es eficaz y
fructífera, porque él sabe cómo tratar a cada una de sus vides para que lleven
mucho fruto.
Sin embargo él también nos
hace a nosotros labradores de su viña, y entonces no es él quien trabaja (al
menos no directamente), sino que somos nosotros quienes trabajamos.
Para que los cristianos
sean labradores eficaces, ellos primero han de ser 'trabajados' por el Señor. Nadie puede trabajar para Dios, si
primero no ha trabajado Dios en él.
Y entonces, luego que él
ha invertido en sus hijos suficiente tiempo y recursos, él los pone en su viña
a trabajar.
La parábola de la viña (en
Lucas 20:9-19) nos muestra claramente esto.
El Señor tuvo, antes que
nosotros, una clase de labradores que le resultaron inútiles y malvados. Ellos
no sólo no rindieron cuenta del trabajo a su Amo, sino que maltrataron a los
siervos que el Amo enviaba, y finalmente mataron a su Hijo.
Así que el Señor entregó
su viña a otros labradores. Y estos segundos labradores somos nosotros, la Iglesia
gentil.
Dios espera que éstos sean
mejores que los anteriores, que no cometan sus mismos errores. Sin embargo, a
juzgar por los frutos que hemos estado dando, parece que el Señor va a tener un
nuevo motivo de tristeza en su viña.
El primer error que
podríamos cometer es pensar que la viña es nuestra, y no del Señor. Entonces de
nuevo estaríamos apropiándonos de los frutos, y haciendo negocio con ellos, en
vez de ofrecerlos a Dios.
Podríamos también pensar
que nosotros somos siervos excepcionales, y envanecernos, en circunstancias que
el Señor dijo que éramos siervos inútiles (Lc.17:10).
El orgullo 'espiritual',
es una enfermedad terrible que infecta a los hijos de Dios.
El Señor requiere también
que nosotros seamos diligentes, que seamos fructíferos, porque de tiempo en
tiempo Él pasa revista, y entonces Él espera recibir el fruto de nuestro
trabajo. El Señor dijo que era necesario trabajar mientras el día dure, porque
viene la noche cuando nadie puede obrar.
En (Prov. 24:30-34) hay un
ejemplo de un labrador perezoso: la cerca estaba destruida, las malezas lo
habían inundado todo. La viña estaba en ruinas.
Y Cantar de los Cantares
nos muestra el peligro de las zorras pequeñas que echan a perder las vides.
Cuando la cerca se ha
roto, el enemigo se introduce, y aunque su accionar parezca inocuo, hace
estragos.
La parábola de (Mat.
20:1-7) nos enseña que sólo los que laboran en la viña del Señor están
ocupados, los demás nos cuentan para Dios, pierden irremediablemente su tiempo.
En 1 Corintios 3 se nos
dice que hay frutos de diversas calidades, y que esa calidad depende de si
hemos servido en la carne o en el espíritu.
Si hemos sido tratados por
Dios podremos percibir la diferencia, y saber de antemano qué nos esperará en
el día del tribunal de Cristo, día cierto e ineludible (2 Corintios 5:10).
Estas son algunas lecciones de la viña.
¡Bendiciones para todos!
Aguasvivas.cl
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