Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también…”.
(Juan 14:8-12)
El capítulo 14 del evangelio de Juan
contiene una gran riqueza, imposible de calcular. Nosotros seríamos insensatos
si no nos apropiamos de ella. Para nosotros, toda la palabra del Señor es un
tesoro; pero, específicamente este capítulo, contiene verdades que no podemos
pasar por alto.
Hay muchas palabras que han marcado la
historia de nuestra vida cristiana, a través del tiempo. Alguna palabra quedó
de tal manera grabada en nuestros corazones, y esa palabra le ha ido trazando
rumbo a nuestra vida. Mediante el socorro del Señor, deseamos que esta palabra
también pase a ser parte de nuestra riqueza.
«Señor, muéstranos el Padre, y nos basta»
pregunta Felipe (v. 8). Recordemos que Felipe está viendo, en el Señor Jesús,
una realidad incomprensible para él en ese momento, lo cual no es igual para
nosotros hoy. Estamos en mejor posición que Felipe, por la gracia del Señor.
«Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy
con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto
al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en
el Padre, y el Padre en mí?» (v. 9-10). Esas palabras son familiares para
nosotros, pues ya se nos ha revelado que estamos en Cristo, y Cristo está en
nosotros. Luego, el Señor dice:«Las palabras que yo os hablo, no las hablo por
mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras» (v. 10).
Que se nos quede muy grabada esta palabra: «…el Padre que mora en mí, él hace
las obras». «Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera,
creedme por las mismas obras» (v. 11). Y el versículo 12 dice algo todavía más
cercano a nosotros: «El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también…».
El resto del capítulo habla de la presencia
del Espíritu Santo, el Consolador, que no nos dejaría huérfanos, que vendría a
nosotros, que nos guardaría, que haría morada con nosotros, que nos enseñaría y
nos recordaría todas las cosas.
“Las
obras que yo hago”
Pero el punto central de todo esto se puede
resumir en estas palabras. El Señor dice: «…el Padre que mora en mí, él hace
las obras». Hermanos, si tan sólo esta palabra tuviese una aplicación en cada
uno de nosotros, si pudiésemos vivir algo de esta palabra, ¡cuántas cosas
podrían ser hechas!
«El que en mí cree…». Yo he creído en el
Señor. Estamos hablando a creyentes. Creemos al Señor. El Señor dice: «…las
obras que yo hago, él las hará también…». Y nos detenemos intencionalmente ahí,
porque, lo que dice a continuación: «…y aun mayores hará…», nos lleva en el
pensamiento a hacer más que el Señor. Pero, la verdad es que, para hacer más,
primero deberíamos hacer las mismas obras del Señor.
Pero, al mismo tiempo, si por la gracia del
Señor, logramos hacer las obras que él hizo, entonces podrán venir las otras
también. Díganme si no es grande meditar sólo en esto, en el potencial que esto
tiene.
Admiramos al Señor Jesús, cada palabra
dulce de su boca, sus hechos, su poder y
autoridad. Tenemos una profunda admiración por cuanto nuestro Señor ha
hecho. Nos llaman mucho la atención sus milagros. Y muchas veces sufrimos
cuando no los vemos a nuestro alrededor. Nos gustaría ver milagros. En eso, nos
parecemos a los judíos. Ellos buscaban señales; a ellos les gustó mucho la
multiplicación de los panes y los peces. Les gustaban los hechos portentosos…
Y a veces, sufrimos nosotros, como iglesia,
y decimos: ‘Pero, ¿y cuándo? ¿Alguna vez habrá una iglesia que reproduzca las
obras poderosas del Señor? Sufrimos. Y podemos decir con sinceridad que podemos
tener una especie de frustración, cuando no se han sanado los enfermos o cuando
no se han liberado las personas.
Pero, lo que está en el corazón del Señor
es: «De cierto, de cierto, os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago,
él las hará también…». Cuando dice esto, está afirmando: ‘Esto va a ocurrir’.
No lo está dando como una opción; él lo da por hecho. No es algo irrealizable.
Está imprimiendo una certeza, una seguridad, en lo que dice. «De cierto, de
cierto, os digo…».
Oh, hermanos, ¿cómo serían nuestras vidas,
y la vida de la iglesia? ¿Cómo serían veinte o cuarenta hermanos, haciendo las mismas obras del
Señor? ¿Cómo sería una iglesia donde cincuenta hermanos y hermanas hacen sus
mismas obras? ¿Una iglesia de cien o doscientos hermanos haciendo las mismas
obras? Soñemos, pero más bien ‘creamos’, porque es la palabra del Señor. Él ha
comprometido su palabra.
Creyentes
El creyente es alguien que tuvo un
encuentro con el Señor, independientemente de su historia. Pudo haber sido el
hombre más perdido, el más fracasado; pudo haber sido el peor hombre de la
sociedad. Pero un creyente tuvo un encuentro verdadero con el Señor; se
encontró con Alguien que transformó su vida. Es una persona que, habiendo sido
el más deforme de todos, viene ahora a ser alguien que está en una posición
gloriosa frente al Señor. ¡Es un hijo de Dios! ¡El cielo se le abrió! Como a
Saulo de Tarso, que era un enemigo de la fe; pero después vino a ser un
creyente, ¡y cómo se abrió el cielo para él, y cómo le utilizó el Señor! Hasta
hoy, disfrutamos de su ministerio.
«…el que en mí cree…». O sea, ¡nosotros
haciendo las mismas obras que nuestro Señor Jesucristo hizo! «El que en mí
cree, las obras que yo hago, él las hará también…». Hermanos, el cielo está esperando, El Señor
no está satisfecho. El Padre desplegó todos sus recursos para que se
reprodujera esto en la tierra – que las mismas obras que nuestro Señor
Jesucristo hizo, alguien más las pueda hacer.
Ha habido muchos siervos del Señor en la
historia que han hecho obras grandes, y han sido poderosamente usados por el
Señor.
El Señor necesita hombres llenos del
Espíritu Santo, hoy día. Él necesita una iglesia, hoy día. Necesitamos, no
hacer las mismas obras que hicieron los santos del pasado, sino el Señor
necesita que tú y yo, hoy día, podamos hacer Sus obras.
Conciencia
de Su vida
El Señor Jesús, varón aprobado por Dios, es
un hombre que vivió en la tierra con plena conciencia de la vida y presencia
del Padre en él. Esto es lo que ocurría por dentro del Señor Jesús. Esto es
algo en lo que cada uno de nosotros tiene que avanzar. Permita el Señor que sea
mucho.
¿En qué consistió ser aprobado por Dios?
¿Cómo él reprodujo las obras del Padre? ¿Cómo se expresó Dios a través de él?
«…el Padre que mora en mí, él hace las obras». «Varón aprobado por Dios», un
hombre que vivió en la tierra con plena conciencia de la vida del Señor y de la
presencia del Padre dentro de él.
Nosotros tenemos al Señor. Nosotros no
estamos aspirando a tenerlo; pero, no hemos avanzado mucho en esto. Hay cosas
en las que hemos avanzado; pero no hemos avanzado mucho en esta conciencia de
su vida en nosotros.
¿Cuánta conciencia tenemos de la Persona
que nos habita? Recordemos las palabras de nuestro Señor: «Las palabras que yo
os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí,
él hace las obras». Todo es atribuido a otra persona. Podemos decir de la
persona del Señor Jesús que él tenía gracia en sí mismo; tenía poder en sí
mismo; tenía autoridad en sí mismo; tenía justicia en sí mismo… pero no la usó.
No la usó, justamente para darnos a todos nosotros esta opción maravillosa,
gloriosa, formidable, de obrar y vivir por la «otra persona que nos habita».
¿No es esto un poderoso consuelo? Ciertamente lo es, pues cuando nosotros
pensamos en reproducir sus obras, nos frustramos, pues siempre partimos de
nuestra deformidad.
Del Señor Jesús, se podía esperar que
hiciera las obras correctas, porque él era el Señor. Pero él, pudiendo hacerlo,
no lo hizo, para que nosotros, los deformes, sí aprendiésemos a depender de
Otro, para que aquellas obras sean hechas. ¿No es esto maravilloso?
¿Cuánta conciencia tenemos de la gloria
recibida, de la presencia del Señor en nosotros, de que los recursos están,
porque el Señor está? ¿De que el poder está, porque el Señor está? ¿De que la
santidad está, porque el Señor está? Si él no está, ¿qué esperanza hay? O sea,
no podríamos pedirle a un cristiano ninguna cosa, ninguna conducta cristiana,
si no tiene al Señor. Si es cristiano de
nombre, si es cristiano de religión, de barniz, no podemos pedirle nada.
Entonces, pecará y reincidirá, y volverá a caer una y mil veces, porque no
tiene al Señor. ¡Es religioso, pero no cristiano!
Pero, si está presente la santa y poderosa
vida del Señor, si está esa gracia, si está Dios mismo dentro, ¡que nos socorra
el Señor, para crecer en la conciencia de su vida y su presencia en nosotros!
Compasión
por las multitudes
Cuando pensamos en las obras, pensamos
inmediatamente en los milagros. Por favor, no piense en la multiplicación de
los panes, ni en la liberación del gadareno, ni pensemos en la resurrección de
Lázaro.
Pensemos en estas tres obras:
«Y al ver las multitudes, tuvo compasión de
ellas» (Mateo 9:36). Reconozcamos cuánto nos falta de la manifestación de este
carácter de Cristo en nosotros. ¿Vivimos conscientes sólo de nuestras
necesidades, de nuestros problemas? Estamos muchas veces buscando al Señor sólo
porque tenemos problemas en la casa. Tal vez, si no tuviésemos problemas, no
nos reuniríamos. Pero, esta obra, este
precioso carácter compasivo, el Señor Jesús se lo atribuye al Padre. De la
misma manera, el Señor no espera que tú tengas compasión. Yo no podría tenerla.
Porque, hermano, mi naturaleza humana me alcanza apenas para mí y para las
personas que yo estimo.
Pero el Señor no me está pidiendo que yo
produzca nada. ¿Quién tiene compasión por las almas? ¡El Señor Jesús! «Y al ver
las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y
dispersas como ovejas que no tienen pastor» (Mat. 9:36). Y eso aparece en
Mateo, en Marcos y en Lucas – el Señor, compasivo por las almas.
Hermano, el Señor no te lo está pidiendo a
ti. El Señor nos está llamando la atención, a través de esta palabra que
estamos compartiendo, de que el poder es de él, la compasión es de él. ¿Qué
diría el Señor? «…el Padre que mora en mí, él hace las obras». El Señor que
mora en mí, él tiene compasión por las almas. En la medida que crezcamos en la
conciencia de la vida y la presencia del Señor en nosotros, sentiremos lo mismo
que él.
Santidad
Otra obra. Díganme si no es obra esto: el
Señor Jesús «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado»
(Heb. 4:15). «…según nuestra semejanza…». ¡Se asoció tanto con nosotros! «…fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado». Pero el Señor Jesús
vuelve a decir lo mismo del principio: «El Padre que mora en mí, él hace las
obras».
Claro, pensando en la persona del Señor
Jesús, podríamos argumentar que él sí podía exhibir justicia y santidad,
partiendo de sí mismo. Pero, cuando él dice: «El Padre que mora en mí, él hace
las obras», le está atribuyendo esta característica, de poder ser tentado en
todo y haberse mantenido santo, al Padre, a la presencia gloriosa y poderosa
del Padre en él.
Hermanos, nosotros tenemos al bendito
Espíritu Santo. Y en el mismo contexto de Juan 14, nos dice: «No os dejaré
huérfanos; vendré a vosotros» (v. 18). «El que me ama, mi palabra guardará; y
mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él» (v. 23). A esta
altura de nuestro caminar, esto es un cristiano para nosotros. No es alguien
que asiste a una reunión dominical, ¡sino aquel en cuyo corazón la Trinidad
misma habita!
Reconozcamos humildemente que tenemos poca
conciencia del tesoro que llevamos dentro, tenemos poca conciencia de la
gloriosa realidad de que Juan 14 es para vivirlo en este cuerpo, en este
tiempo, con estas tentaciones, con el diablo presente. Con todas las
tentaciones que nos rodean, es posible vivir la vida de Cristo.
No
respondía con maldición
Otra obra: «Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se
halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición;
cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga
justamente» (1ª Pedro 2:21-23). Esta es una obra: «Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas».
Si seguimos las pisadas del Maestro,
llegaremos al mismo fin que él llegó – un varón aprobado por Dios, un hombre
poderosamente usado por el Señor. Si el Padre se agrada, ¡qué obras serán
hechas!
«…el cual no hizo pecado, ni se halló
engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición…».
Nuevamente, reconozcamos con humildad nuestra falta. Yo debo reconocer que a mí
me cuesta. Cuando sé que alguien opinó negativamente de mí, me duele, y ando
deprimido varios días, hasta que se me pasa el dolor. Somos lerdos, nosotros.
Nuestra primera reacción es decir: ‘¡Cómo pudo este hermano…!’. Tal vez no lo
decimos, pero lo pensamos, y ya pecamos. «…cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente».
Hermanos amados, no podemos pretender
ejercer poder y autoridad sobre enfermos o sobre el resto de los hombres para
traerlos a Cristo, sin que, en primer lugar, el poder de Dios sea aplicado a
nosotros mismos.
La escasez de poder en la vida de la
iglesia es una enfermedad de cada uno de sus miembros en particular. Hoy, el
Espíritu Santo nos está exhortando a echar mano a todos los recursos que están
disponibles.
Entonces, ¿qué tiene que ocurrir con
nosotros? Que cada uno camine por las pisadas del Maestro, y el poder del
Señor, la presencia del Señor en el corazón, sea vivida de tal forma, con tal
conciencia, que obtengamos un tipo de personas que pueda hacer las obras del
Señor.
Su
carácter y Sus obras
«De cierto, de cierto os digo: El que en mí
cree, las obras que yo hago, él las hará también…». Qué podemos decir, sino:
¡Señor, ayúdanos! Nosotros, haciendo las mismas obras que nuestro Señor
Jesucristo hizo. Esto es lo que el Padre espera de nosotros. Jesús, el varón
aprobado por Dios, un hombre que vivió en la tierra con plena conciencia de la
vida y presencia del Padre en él, nos dejó ejemplo para que sigamos sus
pisadas.
Primero: tuvo compasión por las almas.
Segundo: fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Tercero:
él no respondía con maldición. Podríamos agregar muchas otras. Pero, en cuanto
a nosotros hermanos, la esperanza está en estas palabras del Señor: «El Padre
que mora en mí, él hace las obras».
O sea, para que se cumplan estos puntos
difíciles para nosotros, todas estas obras, tenemos el mismo recurso que tenía
el Señor Jesús. ¡El recurso del Señor Jesús era el Padre en él! Así lo dijo:
«Creedme por las mismas obras». Nosotros pensamos siempre en esas obras o
milagros objetivos, como las sanidades, liberaciones y efectos sobre la
naturaleza. Pero si estas no están acompañadas de aquella otra obra, que tiene
que ver con el carácter del varón aprobado, el resultado es un hombre vanidoso,
que finalmente termina haciéndole daño a la obra del Señor. Los milagros suelen
arrastrar multitudes, las cuales, muchas veces, terminan siendo multitudes
manipuladas. Lo hemos visto en nuestros días. El Señor rechazó tal práctica
(Juan 6: 26). Nosotros deseamos seguirle a él y aprender a depender de la vida
y del poder del Espíritu Santo que nos habita.
Palabra
de aliento
Pero, hermano, hay un aliento grande para
usted y para mí. Porque, ¿cómo puede alguien no responder con maldición? ¿Cómo
puede alguien ser tentado sin pecar? ¿Cómo puede alguien tener compasión por
las multitudes? Naturalmente, no me lo pida a mí. Yo no se lo puedo pedir a
usted, porque en nosotros no mora el bien. ¿Estamos de acuerdo en eso? ¿Podemos
esperar que alguien sea tentado y nunca peque? ¿Podemos esperar que alguien
nunca responda con maldición?
Hermanos, el único que puede hacer esto es
el Señor Jesucristo. Y lo que nuestro Señor Jesucristo hizo fue precisamente
esto:«El Padre que mora en mí, él hace las obras». El Señor atribuyó todas sus
obras a la realidad del Padre viviendo en él.
La pregunta es ahora: ¿Qué va a pasar
contigo y conmigo? ¡Hermano, la buena noticia es que podemos, porque los mismos
recursos del Padre nos han sido dados por gracia! Esto es lo que Felipe no
tenía, porque el Señor Jesús aún no había muerto, aún no había resucitado y no
había ascendido, y el Espíritu Santo aún no había venido.
Pero, ¿cuál es nuestra realidad hoy día? El
Señor Jesús murió y resucitó. ¡Aleluya! Venció a la muerte y al que tenía el
imperio de la muerte. Y, sentado a la diestra del Padre, derramó el Espíritu
Santo, que hoy día nos habita. De tal manera, hermano, que usted puede, y yo
puedo. ¿En qué medida será esto posible? En la medida en que crezca en nosotros
la conciencia de la vida y de la presencia del Señor dentro de nosotros.
¡Socórrenos, Señor!
Esto ya lo dijimos: Poder y autoridad, para
ser un tipo de personas, antes de manifestar ese poder sobre demonios, sobre
enfermedades, o sobre la naturaleza misma.
Palabras
que trazan rumbo
¿Recuerdan que hace años atrás, la palabra
de la sangre de Cristo nos trajo una liberación tan grande?: «La sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (1ª Juan 1:7). ¡Es como si un
borrador gigante hubiese limpiado nuestras conciencias! Nos dio autoridad para
orar contra el enemigo. Antes, nos daba miedo. Ahora decimos: ‘¡En el nombre
del Señor Jesús, fuera los espíritus inmundos!’. Oramos por los enfermos, con
autoridad, con resolución. ¡Ya le perdimos el miedo al diablo, porque la sangre
del Señor le venció! Y las oraciones en la iglesia cambiaron.
Eso fue una revolución en nuestras vidas.
Esas vidas cristianas tambaleantes que teníamos antiguamente, cambiaron, el día
que hubo una revelación del poder efectivo, glorioso, de la sangre preciosa del
Cordero. ¿Revolucionó su vida? Sí, es un hito firme. Usted puede estar muy
debilitado espiritualmente, ¡pero nunca tanto como para desconfiar de la
eficacia de la sangre de Cristo que le abrió un camino nuevo y vivo hasta el
mismo trono de la gracia! (Heb. 10:19-20).
Subimos después otro escalón. ¿Recuerdan
cuando se nos ministró la palabra de que Dios nos puso en Cristo? ¡Hermanos,
encontramos esa expresión, «…en Cristo», en todo el Nuevo Testamento! Dios nos
escogió en Cristo, nos predestinó en él. «Mas por él estáis vosotros en Cristo»
(1ª Cor. 1:30). ¡Estamos en Cristo! Esta verdad nos revolucionó la vida. La
Palabra nos ha ido cambiando la vida. Y luego, avanzamos un poco más. Hablamos
de «Cristo en nosotros». Y quizás, ahí ha costado un poco más.
Sin
jubilación posible
Esta palabra debería trazarnos un rumbo
poderoso. Creo que eternamente cantaremos: ‘¡Gloria al Cordero, que con su
sangre nos redimió para Dios!’. Pero, hermanos, no nos quedemos estancados en
una sola verdad básica. Vamos avanzando por la otra verdad, también básica:
Estamos en Cristo, y Cristo en nosotros, y avancemos hacia esta palabra,
porque, si no avanzamos, nos vamos a quedar ahí, como una especie de ‘jubilados
espirituales’.
«…las obras que yo hago, él las hará también».
Si el Señor dijo esta palabra, hagamos
cuenta que somos mineros. Si nosotros sabemos que hay una veta de oro, que hay
un mapa del tesoro –¡y qué mejor mapa que las Escrituras!–, y sabemos que aquí
hay un filón de oro, una veta riquísima, ¿qué hacemos pidiendo limosna? Yo creo
que hay que agarrar la picota y empezar a cavar, hasta dar con el filón.
¿Qué es lo que estorba, para que esta
palabra no se cumpla? Recuerden que el Señor les dijo a los fariseos: «…mi
palabra no halla cabida en vosotros» (Juan 8:37). Cuando el Señor dijo esa
palabra, los fariseos estaban llenos de sus tradiciones, llenos de sus formas,
y entonces la palabra del Señor no hallaba lugar. Siendo una palabra de vida,
no encontró cabida en ellos. Es como cuando un saco está lleno. ¿Dónde usted
mete algo más? ¿Qué está estorbando para que esta palabra no entre a lo
profundo y produzca fruto?
Manifestando
Su vida
Si va a haber un fruto, un cambio glorioso
en lo que nos resta por vivir, es algo que va a pasar por dentro de nosotros. O
sea, ¿quién podría ponerle tropiezo a una manifestación de la vida y del poder
del Señor Jesucristo a través de tu vida y de mi vida? «Las obras que yo hago,
él las hará también».
Si el día de mañana, el hermano que
consideramos más carnal, o la hermana que consideramos más fracasada, aparece
actuando como el Señor, diremos que descubrió algo grande. Entonces se dirá:
‘Hermano, no es por mí; el que mora en mí lo hizo’. ¡Gloria a Dios! El más
fracasado entre nosotros puede, mañana o pasado mañana, el mes venidero o el
año venidero, si no ha regresado el Señor, aparecer reproduciendo este carácter
del Señor, esta santidad del Señor, esta compasión del Señor, esta pureza de
Cristo, y podrá decir: ‘No es por mí, hermano; el que mora en mí lo hizo’.
El
poder disponible
¿Nos podemos imaginar una gran represa?
¡Qué potencia acumulada hay para generar miles de mega watts, para iluminar
ciudades y naciones enteras! ¿Cuánto mas, todo el poder del cielo está
disponible hoy, para que, a través de un débil hombre o mujer como tú o yo,
pueda pasar algo de la vida del Señor? «Las obras que yo hago, él las hará
también». ¿Sabes que me llena de esperanza esto? ¡Hermano, no hay jubilación
posible, lo siento!
El Señor tenga misericordia de nosotros.
¡Hay mucho que vivir de Cristo! Todavía
Cristo puede fluir a través de nosotros; todavía esta palabra puede tener
cumplimiento en nosotros.
Llenémonos de esperanza, y leamos una y
otra vez Juan capítulo 14. Está toda la Biblia disponible, pero Juan capítulo
14 debe ser una palabra que marque tu vida y mi vida. Cada vez que aparezcas tú
ahí: «El que en mí cree…», dijo el Señor. Ahí estás tú.«…las obras que yo hago,
él las hará también». Y nos atrevemos a decir, mediante el Espíritu del Señor,
que después vendrán las otras cosas; después vendrán los milagros, las
sanidades. Todo aquello vendrá después. Pero, partamos por esto: «…las obras
que yo hago…».
¡Bendito sea el Señor!
Aguasvivas.cl
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