El mensaje del evangelio
de Jesucristo es un mensaje de salvación, de amor, y de paz.
De la boca del
Señor de Gloria siempre salen palabras que transforman la manera de ver la vida y
la eternidad.
Sin embargo, el espíritu
del hombre alberga el odio y la violencia, y no entiende fácilmente otro
lenguaje. Por eso, el Señor Jesús hubo de luchar contra este espíritu en el
propio corazón de sus discípulos reiterándoles su enseñanza, y esperándolos
hasta que la aprendieran.
Dos de sus discípulos eran
especialmente violentos: Juan y Jacobo. No por nada el Señor les apellidó “Boanerges”, que significa Hijos del
trueno.
La nota que ellos
normalmente pulsaban era de encono y violencia, nunca acordes con el espíritu
de su Maestro.
Pero el Señor Jesucristo
no los desechó por eso. Antes bien, Él los escogió quizá, en parte, para
demostrar cómo Él puede transformar con su poder a hombres de esa clase.
El momento culminante de
este proceso de aprendizaje lo tuvieron ellos cuando subían a Jerusalén, en las
proximidades de la última Pascua.
El Señor Jesús iba a ser entregado
dentro de poco. Y por supuesto, Él sabía lo que le esperaba… la cruz estaba ya delante
de él, y su espíritu quebrantado se disponía a entregarse a la muerte por todos
nosotros.
Pero vemos en la Biblia
que no ocurría lo mismo con sus discípulos.
Ellos iban dispuestos a “defender
a su Maestro”, aunque ignorasen que en tal batalla no tenían armas con qué
vencer.
Esta vez la violencia del
corazón de ellos se manifestó en una aldea samaritana que se negó a recibirlos.
Los discípulos habían sido
enviados por el Señor a esa aldea para que les hiciesen preparativos. Pero los
aldeanos no les recibieron, porque "su
aspecto era como de ir a Jerusalén" (Luc. 9:53).
La excusa es para nosotros
un tanto extraña, pero tiene que ver con la odiosidad ancestral que había entre
judíos y samaritanos. "Viendo esto
sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor ¿quieres que mandemos que
descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?".
Aquí tenemos a los boanerges, a los hijos del trueno, y su
modelo inspirador de sus palabras, que no era precisamente la Palabra del
Señor Jesús, sino la actitud de Elías, el austero y duro profeta de Israel.
Y así como había hecho
Elías con los soldados de Ocozías, igual querían hacer ellos con los
samaritanos de aquella aldea.
Por eso es que el Señor
les reprende: "Vosotros no sabéis de
qué espíritu sois".
Cabe una pregunta: ¿De
quién eran ellos discípulos, de Jesús o de Elías?
¿En qué lado de la historia
se encontraban, en el Antiguo o en el Nuevo Pacto?
¿Qué espíritu aleteaba en
ellos, el del Sinaí o el del Gólgota?
¿Eran ellos cual leones, o
cual corderos?
El Señor agrega: "Porque el Hijo del Hombre no ha venido para
perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea".
Vemos que el principio que
subyace en esta negativa del Señor es salvar, no perder.
Y para Cristo siempre es
eso: Salvación, no condenación. Amor, no odio. Paz, no violencia.
De modo que los discípulos
habrían de tener muy claro en su corazón cuál sería el norte de su vida, cuál
sería la inspiración de sus palabras.
¿Qué hacer con los que nos
menosprecian? ¿Excomulgarlos?
¿Condenarlos? ¿Dejar caer sobre ellos
las penas del infierno?
No, amados, sino buscar su
bien… salvarlos.
Por lo demás, es en el
menosprecio que recibimos de los demás donde se prueban la humildad y la
mansedumbre a que hemos arribado.
¡Bendiciones para todos!
Aguasvivas.cl
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