En los capítulos 7 y 8 de
Marcos se registran dos milagros que el Señor Jesús realizó, uno, en un
sordomudo, y el otro en un ciego.
Ambos son exclusivos de
Marcos, y presentan rasgos muy similares. En ambos, el Señor muestra maravillosamente
la delicadeza de su carácter, la consideración al hombre más necesitado, su
ternura.
Tal vez sean estos dos
milagros los que resumen mejor la maravillosa visión de Jesús como el Siervo de
Dios que nos da Marcos.
En ambos milagros, el
Siervo utiliza métodos bastante peculiares. Ambos los realiza de forma muy
discreta. En ambos, utiliza sus propias manos.
En el caso del sordomudo,
Jesús metió los dedos en las orejas de él, escupió su dedo y tocó la lengua
enferma (7:31-35).
Con el ciego, escupió en
sus ojos y le puso las manos encima. Luego le vuelve a poner las manos sobre
los ojos (8:22-26).
Vemos que en ambos casos escupe
y pone la saliva sobre el miembro enfermo.
Sólo Juan registra un caso
con semejante procedimiento (9:6-7), pero ninguno de los otros evangelistas.
El Señor pudo haber sanado
a ambos hombres con la sola palabra, pero la atención personal a cada uno
indica la extraordinaria preocupación del Señor por el hombre, no importa cuál
sea su condición.
Y en ambos milagros usa
sus propias manos y su saliva. ¿Qué más
íntimo y cercano que eso? Él mismo se dio por ellos –el gemido con que ora por
el sordomudo así lo proclama-.
En ambos casos el Siervo
de Dios muestra la más tierna consideración hacia los hombres llevándolos
aparte de la multitud para sanarlos.
Personas como ellos son
muy tímidos, y se habrían sentido turbados en medio de una multitud tan
curiosa.
Durante todo el milagro,
el Señor Jesucristo, que vino como el Siervo de Dios, actuó sin hablar.
William Barclay dice,
referente a la sanidad del sordomudo: "Todo el relato muestra que Jesús no
consideró al hombre meramente como un caso; lo consideró como un
individuo".
La expresión final de
Marcos 7: "Y en gran manera se
maravillaban, diciendo: Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los
mudos hablar" (v. 37), nos hace recordar la expresión usada por Moisés
en Génesis, referida a Dios, después de concluir la creación: "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he
aquí que era bueno en gran manera" (1:31).
Esto no es de extrañar,
porque se trata del mismo Verbo de Dios quien realizó aquella obra perfecta
allí y aquí.
La sanidad del ciego de
Betsaida tiene otro rasgo notable: el gesto del Señor hacia el ciego. Dice
Marcos que tomándolo (al ciego) de la mano, lo llevó por toda la aldea y lo
sacó fuera para sanarlo.
Jesús no sintió recelo en
ser lazarillo de un pobre ciego necesitado. Las calles de Jericó fueron
testigos de esa escena inolvidable.
Aquí está el Siervo de
Dios, de la mano de una débil expresión de hombre. No les encargó a otros que
lo llevaran; lo hizo él mismo.
El mismo Dios encarnado,
solícito por el hombre, camina de la mano con la fragilidad encarnada, uniendo
los dos extremos más distantes del universo. ¡Sencillamente maravilloso!
No hay amor más grande que
el que se expresa hacia el hombre en su miseria y desvalimiento.
¡No hay amor mayor que el
de Cristo!
Aguasvivas.cl
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