Hay muchas formas de clasificar a las personas en el
mundo. Y cada una de ellas tiene, sin duda, una explicación y alguna utilidad.
Por ejemplo, está la
clasificación entre hombres y mujeres; entre ricos y pobres, entre letrados e
iletrados.
Hay sociedades separadas
en castas, tan opuestas unas a otras, que nadie osaría trasponer los límites.
Cada una de las ciencias
clasifica al hombre y a los grupos humanos en categorías diversas a fin de
estudiarlas.
Y desde el punto de vista
religioso, podemos clasificar a la humanidad según las grandes religiones, y
así hablaremos de millones de creyentes de ésta, y millones de adeptos de aquella
religión. Y cada uno de estos grupos religiosos diría: "nosotros vs. los demás".
Esta es la amplia variedad
de la vida humana.
Sin embargo, es preciso
que sepamos que, más allá de la condición humana, para Dios existen sólo dos tipos
de personas.
Y sin importar en absoluto
la diferenciación humana y la validez que el hombre le conceda a ella, Dios ve
las cosas de un modo diferente. Para Dios hay sólo dos grandes grupos humanos.
Y no nos basamos en
enseñanzas humanas, sino en el dictamen divino de Dios.
La Palabra de Dios dice:
"El que tiene al Hijo, tiene la
vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida" (1 Juan
5:12).
Vemos que la diferencia
aquí está establecida por la vida.
No se trata, por supuesto,
de la vida biológica, pues si así fuera, entonces la clasificación sería diferente:
entre los vivos y los muertos, entre los que respiran y los que dejaron de
respirar.
Aquí se trata,
evidentemente, de otra cosa mucho más profunda: se trata de vida y muerte
espiritual.
En tal caso no se trata de
respirar o no, sino de tener al Hijo de Dios, Jesucristo, o no tenerlo: eso es
lo que afirma Dios mismo.
Esto significa que los que
tienen esta vida, aunque estén muertos, no están muertos para Dios… y esto
significa también que los que están vivos, si no tienen al Hijo de Dios, están
muertos para Dios.
Y como se puede ver, el
grupo de los vivos (para Dios), abarca a vivos y muertos (biológicamente)… en
tanto que el de los muertos (para Dios) abarca también a vivos y muertos
(biológicamente).
Hay pues una hermandad muy
fuerte entre los que tienen la vida de Dios, es decir, al Hijo de Dios, sea que
estén vivos o estén muertos.
Es una hermandad divina que,
naturalmente, trasciende el tiempo y el espacio.
En cambio, existe una
separación muy fuerte entre los que tienen la vida de Dios y los que no la
tienen, aunque en la práctica estén viviendo bajo un mismo techo.
Puede haber lazos de
sangre (padre-hijo; madre-hija, etc.), que no son tan fuertes como aquéllos,
porque su valor es temporal y pasajero.
Y en otro lugar la Biblia
dice: "El que en él cree (en el
Señor Jesucristo), no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado"
(Juan. 3:18).
Esto nos indica claramente
la trascendencia eterna de esta separación entre vivos y muertos
(espiritualmente), o sea, entre los que creen y los que no creen en el Hijo de
Dios.
No mire usted las
apariencias de las cosas; no se sienta usted superior a otro porque pertenece a
cierto tipo, y el otro no.
Piense más bien si está en
la única clase que importa para vivir la eternidad con Dios; es decir, si usted
tiene o no tiene a Jesucristo, el Hijo de Dios.
¡Bendiciones para todos!
Aguasvivas.cl
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