"Fiel es esta palabra y digna de toda
aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los
cuales yo soy el primero".
(1
Timoteo 1:15)
Por
Charles Spurgeon.
Supongo que el
mensaje que los siervos de Dios anuncian a la gente siempre debe llamarse
"la carga del Señor".
Cuando
antiguamente los profetas venían de parte del Señor, predicaban tales juicios y
amenazas y calamidades que sus rostros reflejaban mucha tristeza y sus
corazones pesar. Normalmente comenzaban sus mensajes anunciando: "La carga
del Señor, la carga del Señor".
Pero
ahora, nuestro mensaje no tiene esa carga. Ni amenazas ni truenos forman parte
del tema del ministro del Evangelio. ¡Sólo se habla de misericordia! El amor es
la suma y la sustancia de nuestro Evangelio: amor inmerecido, amor hacia el
primero de los pecadores.
Sin
embargo, todavía es una carga para nosotros. En relación al mensaje de nuestra
predicación, sigue siendo nuestro gozo y nuestra delicia predicar esa carga.
Pero si otros sintieran lo que yo siento, podrían reconocer que no es fácil
predicar el Evangelio. Ahora estoy tremendamente preocupado y tengo el corazón
atribulado, no tanto por el tema que voy a predicar, sino por la forma en que
he de hacerlo. ¿Qué pasaría si este mensaje, que es tan bueno, fracasara a
causa de la incapacidad de su embajador? ¿Qué pasaría si mis lectores
rechazaran esta palabra que es digna de toda aceptación debido a que me falta
denuedo? Con toda seguridad, con mucha certeza, tal suposición es suficiente
para provocar el llanto en los ojos de cualquier hombre.
Dios
quiera prevenir en Su misericordia un resultado tan digno de lamentarse.
Independientemente de cómo predique ahora, espero que esta Palabra de Dios
prevalezca en la conciencia de todo hombre, y que todos aquellos que nunca han
encontrado un refugio en Jesús, por esta sencilla predicación de la Palabra,
sean persuadidos a venir para comprobar y ver que el Señor es bueno.
El
orgullo no permitiría nunca a ningún hombre elegir un texto como éste. Es
imposible lucirse con él, pues es muy simple. La naturaleza humana está presta
a exclamar: "No podría predicar sobre ese texto. Es demasiado sencillo. No
hay ningún misterio en él. No podría mostrar todo mi conocimiento. Es
simplemente un anuncio sencillo y de puro sentido común. Preferiría no usarlo
ya que rebaja al hombre, no importando cuánto exalte al Señor". Por tanto,
no esperen de mí otra cosa que el texto y su más sencilla explicación.
Tendremos
dos grandes temas: en primer lugar está el texto. Seguidamente hay una doble
recomendación agregada al texto: "Fiel es esta palabra y digna de toda
aceptación".
I. En primer lugar
tenemos LA DECLARACIÓN DEL TEXTO: "Cristo
Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores".
Y
en esa declaración hay tres cosas muy importantes. Éstas son, el Salvador, el
pecador y la salvación.
1. En primer lugar está el Salvador.
Cuando
se explica la religión cristiana, éste es el punto por donde debemos empezar.
La Persona del Salvador es la piedra angular de nuestra esperanza. Sobre esa
Persona descansa la eficacia de nuestro Evangelio.
Si
alguien predicara un Salvador que es un simple hombre, no sería digno de
nuestras esperanzas, y la salvación predicada sería inadecuada a nuestras
necesidades. Y si otro predicara la salvación por medio de un ángel, vemos que
nuestros pecados son tan pesados que una expiación angélica sería insuficiente.
Por tanto su evangelio se derrumbaría hasta el suelo.
Quiero
repetirlo: sobre la Persona del Salvador descansa toda la salvación. Si no es
capaz, si no ha sido facultado para hacer el trabajo, entonces ciertamente Su
trabajo no tiene ningún valor para nosotros y no cumple con su diseño.
Pero,
hermanos y hermanas, cuando predicamos el Evangelio, no debemos detenernos ni
titubear. Debemos mostrarles hoy un Salvador tal, que ni la tierra ni el Cielo
podrían mostrar. Es tan amante, tan grandioso, tan poderoso y tan bien adecuado
para todas nuestras necesidades, que es muy evidente que Él fue destinado desde
el principio para llenar nuestras más profundas necesidades.
Sabemos
que Jesucristo, que vino al mundo para salvar a los pecadores, es Dios. Y que
desde mucho tiempo antes de que viniera a este mundo, los ángeles lo adoraban
como al Hijo del Altísimo.
Cuando
les predicamos al Salvador, les decimos que aunque Jesucristo era el Hijo del
Hombre, hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne, Él era desde toda la
eternidad el Hijo de Dios, y tenía en Él todos los atributos que constituyen la
perfecta Divinidad.
¿Qué
otro mejor Salvador podría tener cualquier hombre que el propio Dios? ¿Acaso no
es capaz de limpiar el alma el que hizo los cielos?
Si
desde el principio desplegó los cielos como un velo e hizo la tierra para que
el hombre pudiera habitar en ella, ¿no es capaz de rescatar al pecador de la
destrucción venidera?
Cuando
decimos que Él es Dios, declaramos a la vez que es omnipotente y que es
infinito. Y cuando estos dos atributos unen sus trabajos, ¿qué puede ser imposible
para ellos?
Cuando
Dios decide hacer algo, no puede existir ningún fracaso. Cuando Dios emprende
algo, tiene que realizarse. Puesto que Cristo Jesús Hombre es también Cristo
Jesús Dios, cuando anunciamos al Salvador, tenemos plena confianza que estamos
ofreciéndoles una palabra que es digna de toda aceptación.
El
nombre dado a Cristo sugiere algo relacionado con su Persona. Él es llamado en
nuestro texto: "Cristo Jesús".
Esas dos palabras quieren decir: "el Salvador Ungido". El Salvador
Ungido que "vino al mundo para
salvar a los pecadores".
Debemos
hacer una pausa aquí, y leer nuevamente este texto: Él es el Salvador Ungido.
Dios Padre, desde toda la eternidad ungió a Cristo para que ejerciera el oficio
de Salvador de los hombres. Por tanto, cuando contemplo a mi Redentor que viene
del cielo para redimir al hombre del pecado, veo que no viene sin haber sido
enviado o sin una comisión. Él tiene la autoridad de Su Padre que lo respalda
en Su trabajo. Por lo tanto, hay dos cosas inmutables sobre las cuales descansa
mi alma: está la Persona de Cristo, Divina en Sí misma, y está el ungimiento de
lo Alto, dándole el sello de una comisión recibida de Jehová, su Padre.
¡Oh
pecador!, ¿qué otro mejor Salvador necesitarías que Aquel a quien Dios ha ungido?
¿Qué más podrías requerir si el eterno Hijo de Dios es tu rescate y el
ungimiento del Padre es la ratificación del pacto?
Sin
embargo, no habríamos descrito completamente la Persona del Redentor mientras
no hayamos advertido que Él fue hombre. Leemos que Él vino al mundo, y con esto
no nos estamos refiriendo a Sus venidas usuales, puesto que a menudo vino antes
al mundo. Leemos en la Escritura: "Descenderé,
pues, para ver si han consumado su maldad, según el clamor que ha llegado hasta
mí; y si no, lo sabré" (Gén. 18:21).
De
hecho, Él está siempre aquí. Los pasos de Dios han de verse en el santuario,
pues son muy visibles tanto en Su Providencia como en la naturaleza. ¿Acaso no
visita Dios la tierra cuando monta en la tempestad y viaja sobre las alas del
viento?
Pero
esta venida fue diferente de todas las otras. Cristo vino al mundo en el
sentido de la más perfecta y completa unión con la naturaleza humana.
¡Oh,
pecador, cuando predicamos a un Divino Salvador, tal vez el nombre de Dios sea
tan terrible para ti, que difícilmente pienses que el Salvador se adapta a ti!
Pero escucha de nuevo la vieja historia:
Aunque
Cristo es el Hijo de Dios, Él abandonó Su altísimo trono en la gloria y se
inclinó hacia el pesebre. Allí está como un niño recién nacido. Míralo crecer desde
la niñez hasta la adultez y mira cómo sale al mundo a predicar y sufrir. Míralo
gemir bajo el yugo de la opresión. Es humillado y despreciado. Su rostro está
más desfigurado que el de cualquier otro hombre, y Su figura más que la de los
hijos de los hombres. Míralo en el huerto, cómo suda gotas de sangre. Míralo en
casa de Poncio Pilato donde es azotado y sus hombros abiertos sangran por los
azotes. Míralo en la cruz sangrienta. Míralo muriendo en una agonía demasiado
terrible para poder imaginarla, y mucho menos describirla. ¡Míralo en el
sepulcro silencioso! Míralo finalmente, rompiendo las ataduras de la muerte,
levantarse al tercer día para después subir a los cielos "llevando cautiva la cautividad"
(Efe. 4:8).
Pecador,
ahora tienes al Salvador ante ti, claramente manifestado. El que fue llamado
Jesús de Nazaret, que murió en la cruz, que tenía sobre Su cruz un letrero con
la inscripción: "Jesús de Nazaret,
Rey de los Judíos", este hombre es el Hijo de Dios, es el brillo de la
gloria de Su Padre y la imagen expresa de Su Padre, "engendrado por su
Padre antes de todos los mundos; engendrado, no creado, siendo de la misma
sustancia que el Padre".
"Existiendo en forma de Dios, él no consideró
el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en
condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la
muerte, ¡y muerte de cruz!" (Fil. 2: 6-8)
¡Oh,
que pudiera traerlo aquí ante ustedes, que pudiera traerlo aquí para mostrarles
Sus manos y Su costado! Si pudieran poner sus dedos en el lugar de los clavos,
como Tomás, y meter la mano en Su costado, creo que no serían incrédulos, sino
creyentes.
Esto
sé con seguridad, que si hay algo que pueda hacer creer a los hombres bajo la
mano del Santísimo Espíritu de Dios, es el cuadro verdadero de la Persona de
Cristo. Ver es creer en Su caso. Una verdadera visión de Cristo, una mirada de
forma correcta hacia Él, trae la fe para el alma con toda certeza.
Oh,
no dudo que si conocieran a nuestro Señor, algunos de ustedes que dudan y temen
y tiemblan ahora, dirían: "Oh, yo puedo confiar en Él. Una Persona tan
Divina y sin embargo tan humana, ordenada y ungida por Dios, debe ser digna de
mi fe. Yo puedo confiar en Él. Más aún, si tuviera cien almas podría confiar en
Él con todas ellas. Oh, si yo tuviera responsabilidad por todos los pecados de
la humanidad y yo fuera el depósito y el vertedero de toda la infamia del
mundo, incluso en esas condiciones podría confiar en Él, pues un Salvador así
es capaz de “salvar completamente a los
que vienen a Dios por medio de Él". (Heb. 7:25)
Esta,
pues, es la Persona del Salvador.
2. El segundo punto es el pecador.
Si
nunca hubiéramos escuchado este texto de la Biblia, o alguno parecido, supongo
que reinaría un silencio sepulcral en este lugar, cuando comenzara a leerlo por
primera vez ante ustedes. "Fiel es
esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a _________".
Sé
cómo inclinarían hacia adelante sus cabezas. Serían todo oídos y ojos y se
esforzarían al máximo por saber por quién murió el Salvador.
Cada
corazón preguntaría: "¿a quién vino a salvar?" Y si nunca hubiéramos
escuchado el mensaje, ¡cómo palpitaría nuestro corazón lleno de temor ante la
inseguridad de no poder cumplir de ninguna manera con el perfil del carácter
descrito!
Oh,
cuán agradable es escuchar de nuevo la palabra que describe el carácter de
aquellos a los que Cristo vino a salvar, "Él vino al mundo para salvar a los pecadores.
Así
que si alguno de ustedes desciende de reyes, no hay ninguna distinción especial
para usted. Si descienden de príncipes, no los ha seleccionado solamente a
ustedes como objeto de Su amor. Los mendigos y los pobres podrán probar también
Su Gracia. Y ustedes hombres sabios, ustedes maestros de Israel, Cristo no dice
que Él vino para salvarlos especialmente a ustedes.
El
campesino sin educación y analfabeta es igualmente bienvenido por Su Gracia. El
judío, con todo y su árbol genealógico de honor, no es más justificado que el
gentil. Países desarrollados, con toda su civilización y su libertad, Cristo no
dice que Él vino a salvarlos a ustedes, Él no los nombra a ustedes como la
clase distinguida que es el objeto de Su amor; no, ni ustedes que están llenos
de buenas obras y que se consideran santos entre los hombres, Él tampoco los
distingue a ustedes.
El
único y simple título, tan grande y tan amplio como la humanidad misma, es
sencillamente éste: "Jesucristo vino
al mundo para salvar a LOS PECADORES”.
Ahora,
fíjense bien, debemos entender el texto en un sentido general cuando leemos que
todos aquellos que Jesús vino a salvar, son pecadores.
Pero
si alguien preguntara: "¿Puedo concluir por el texto que yo soy salvo?"
Debemos entonces hacerle a su vez otra pregunta. Comenzamos con el sentido
general: "Jesucristo vino al mundo
para salvar a los pecadores". Los hombres que Cristo vino a salvar
eran por naturaleza pecadores, nada menos ni nada más que pecadores.
A
menudo he dicho que Cristo vino al mundo para salvar a pecadores conscientes de
su pecado. Eso es muy cierto. Él vino para eso. Pero esos pecadores no tenían
conciencia de su pecado cuando Él vino para salvarlos. Ellos no eran otra cosa
sino "pecadores muertos en sus
delitos y pecados" cuando Jesús vino a ellos.
Es
una noción común que debemos predicar que Cristo murió para salvar a los que
son llamados pecadores sensibles. Eso es muy cierto.
Pero
ellos no eran pecadores sensibles cuando Cristo murió para salvarlos.
Él
los vuelve pecadores sensibles, es decir, que sienten convicción de pecado como
un efecto de Su muerte.
Aquellos
por quienes murió son descritos, -sin ningún adjetivo que disminuya el alcance
de la palabra-, como pecadores, como simples pecadores, sin ningún distintivo
de mérito o marca de bondad que los pueda distinguir de sus compañeros.
¡PECADORES!
Ahora,
el término incluye una muestra de cada tipo de pecadores. Los pecados de
algunos hombres son poco visibles. Tienen educación religiosa y poseen también
educación moral, por tanto, no se lanzan a las profundidades del pecado. Se
contentan con marchar a lo largo de las costas del vicio y se guardan de
aventurarse tierra adentro. Ahora bien, Cristo ha muerto por éstos también, ya
que muchos de ellos han sido conducidos a conocerlo y a amarlo a Él.
Que
nadie piense que debido a que sus pecados son menores, hay menos esperanza para
él. ¡Qué extraño es que algunos piensen así! "Si hubiera sido un blasfemo,
-dirá alguien-, o hubiera perjudicado a muchos, habría tenido más esperanza.
Aunque sé que he pecado grandemente ante mis propios ojos, ante los ojos del
mundo me he equivocado poco y por tanto no me siento plenamente incluido".
¡Oh,
no digas eso! Dios dice: "Pecadores".
Si te puedes incluir en ese catálogo, ya sea al principio o al fin, no importa
dónde, estás incluido.
Y
la verdad es que aquellos que Jesús vino a salvar eran originalmente pecadores,
y puesto que tú también eres uno, no tienes ninguna razón para pensar que estás
excluido.
También
digo que Cristo murió para salvar a los pecadores culpables de los peores
pecados. Sería una vergüenza mencionar las cosas que practican en privado. Han
existido hombres que han inventado vicios que ni el demonio mismo conocía hasta
que ellos los inventaron.
Ha
habido hombres de naturaleza tan bestial, que los mismos perros son criaturas
más honorables que ellos.
Hemos
sabido de seres cuyos crímenes han sido más diabólicos y más detestables que
cualquier acción atribuida aún al demonio mismo.
Pero
mi texto no excluye ni siquiera a éstos. ¿Acaso no hemos conocido a algunos
blasfemos que son tan profanos que no pueden pronunciar palabra sin agregar un
juramento?
Blasfemar,
que inicialmente era algo terrible para ellos, se ha convertido ahora en algo
tan común que preferirían maldecir antes de decir sus oraciones y jurar antes
de cantar alabanzas a Dios.
Maldecir
se ha convertido en parte de su comida y bebida, una cosa tan natural para
ellos que a pesar de lo terriblemente pecaminoso de eso, no se escandalizan y
lo hacen muy a menudo.
Y
en cuanto a las Leyes de Dios, se gozan en conocerlas simplemente para
transgredirlas.
Háblales
de un nuevo vicio y se sentirán halagados. Se han vuelto como aquel emperador
romano que estaba rodeado de parásitos aduladores que no conocían mejor forma
de agradarlo que inventando algún nuevo crimen.
Hombres
que se han sumergido de cuerpo entero en el lúgubre golfo infernal del pecado.
Hombres que, no contentos con ensuciar sus pies caminando en medio del fango,
abren la tapa de la trampa que usamos para encerrar a la depravación y se
lanzan hasta el lugar donde se reproduce, gozándose en la suciedad de la
iniquidad humana.
Pero
no hay nada en mi texto que pueda excluir incluso a éstos. Muchos de éstos
serán lavados por la sangre del Salvador y serán hechos partícipes del amor del
Salvador.
Este
texto tampoco hace ninguna distinción en cuanto a la edad de los pecadores.
Pienso
que muchos de mis lectores tienen un color de cabello totalmente opuesto al
color de su carácter. Por fuera tienen el cabello blanco, pero por dentro son
totalmente negros. Han ido acumulando una capa de crímenes tras otra. Y si
ahora escarbáramos a través de los múltiples depósitos de numerosos años,
descubriríamos reliquias pétreas de pecados cometidos en la juventud,
sumergidas en medio de las profundidades de sus corazones de piedra.
Lo
que antes era tierno, ahora es seco y duro. Se han adentrado mucho en el
pecado. Si se convirtieran ahora, ¿no sería ciertamente una maravilla de la
gracia? ¡Cuán difícil es doblegar a un viejo roble! Ahora que ha crecido y se
ha endurecido y está rugoso, ¿puede ser cambiada su inclinación? ¿Puede el gran
Labrador darle forma? ¿Puede injertar en ese viejo tronco endurecido algo que
traiga frutos celestiales?
¡Claro
que sí! Él puede, ya que el texto no menciona ninguna edad y muchos de nuestros
antepasados han probado el amor de Jesús en sus últimos años. "Pero, dirá
alguno, mi pecado ha tenido especiales agravaciones conectadas con él. He
pecado yendo en contra de la luz y del conocimiento. He pisoteado las oraciones
de una madre. He despreciado las lágrimas de un padre. No he prestado atención
a los consejos. En mi lecho de enfermo Dios mismo me ha reprendido. Mis
resoluciones han sido frecuentes y frecuentemente se han visto incumplidas. En
cuanto a mi culpa, no se puede medir con estándares ordinarios. Mis crímenes
pequeños son mayores que las más profundas iniquidades de otros hombres, pues
yo he pecado en contra de la luz, en contra de los remordimientos de conciencia
y en contra de todo lo que me enseñaba un camino mejor". Pues bien, amigo
mío, no veo que tú quedes excluido. Mi texto no hace ninguna distinción, sólo
dice: "¡PECADORES!"
Y
en lo que se refiere a mi texto, no hay ningún tipo de límite. Debo entender el
texto tal como está. Y ni siquiera por ti podría consentir en limitarlo. Dice:
"Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores".
Ha
habido algunos hombres salvos que han sido como tú. ¿Por qué pues no podrías
ser salvo tú? Dentro de los salvos ha habido tremendos malvados, los más viles
rateros y las más corrompidas rameras. Entonces, ¿por qué no tú, incluso si
eres tan corrompido como ésos?
Ancianos
pecadores de cien años de edad han recibido la salvación. Hay casos registrados
al respecto. Entonces, ¿por qué no podrías recibirla tú?
Si
de uno de los ejemplos de Dios podemos inferir una regla y, más aún, si tenemos
Su propia Palabra que nos respalda, ¿dónde está el hombre que sea tan arrogante
para excluirse él mismo y cerrar la puerta de la misericordia en su propia
cara?
No,
amados hermanos, el texto dice: "PECADORES".
¿Y por qué ese texto no nos podría incluir a ti y a mí en su alcance? "Jesucristo vino al mundo para salvar a los
pecadores".
Pero
como dije antes, y debo regresar al tema, si alguien quiere hacer una
aplicación particular del texto a su propio caso, es necesario que lo lea de
otra manera.
No
todo hombre puede concluir que Cristo vino para salvarlo a él. Aquellos a los
que Cristo vino a salvar son pecadores. Pero Cristo no salvará a todos los pecadores.
Hay
algunos pecadores que indudablemente se perderán porque rechazan a Cristo. Porque
desprecian a Cristo. Ellos no se arrepienten. Eligen su propia justicia. No se
vuelven a Cristo, no aceptan ni Sus caminos ni Su amor.
Para
tales pecadores, no hay promesa de misericordia, ya que no existe ningún otro
camino de salvación.
Cuando
desprecias a Cristo desprecias tu propia misericordia. Si te alejas de Él,
habrías demostrado que Su sangre no es eficaz para ti. Desprécialo, y cuando lo
desprecies, entonces muérete sin entregar tu alma en Sus manos y habrías dado
muestras terribles de que aunque la sangre de Cristo es todopoderosa, nunca te
fue aplicada a ti, nunca fue rociada en tu corazón para quitar tus pecados.
Si
quiero saber si Cristo murió por mí de tal manera que ahora pueda creer en Él y
sentir mi salvación, debo responder a esta pregunta: ¿siento hoy que soy un
pecador? ¿No lo digo simplemente por quedar bien, sino que lo siento realmente?
En lo más profundo de mi alma, ¿es esa una verdad de Dios grabada con fuego en
letras mayúsculas: YO SOY UN PECADOR? Entonces, si es así, Cristo murió por mí.
Estoy incluido en Su propósito especial. El Pacto de la Gracia de Dios incluye
mi nombre en el viejo libro de la elección eterna.
Allí
está incluida mi persona. Sin duda alguna seré salvo, si sintiéndome ahora un
pecador, me arrojo sobre esa sencilla Verdad de Dios, y creo y confío en ella
como mi ancla en los tiempos de tormenta.
Díganme,
hermanos y hermanas, ¿no están preparados a confiar en Él? ¿Acaso no hay entre
ustedes algunos capaces de decir que se reconocen pecadores?
¡Oh!
Te suplico, quienquiera que seas, que creas en esta gran Verdad de Dios que es
digna de toda aceptación: Cristo Jesús vino para salvarte. Conozco tus dudas.
Conozco tus temores, puesto que yo mismo los he tenido. Y el único camino por
el cual puedo mantener vivas mis esperanzas es simplemente éste: cada día soy
traído a la Cruz. Creo que hasta mi lecho de muerte no tendré otra esperanza
sino ésta:
"Nada
en mis manos llevo Simplemente a Tu Cruz me apego".
Y
la única razón por la que creo en este momento que Jesucristo es mi Redentor es
simplemente esta: yo sé que soy un pecador. Lo siento y me duele. Y a pesar de
que lo lamento mucho, cuando Satanás me dice que no puedo ser del Señor, saco
de mi misma lamentación la conclusión confortable que, puesto que el Señor me ha
hecho sentir que estoy perdido, no lo habría hecho a menos que tenga la
intención de salvarme.
Y
puesto que me ha permitido ver que pertenezco a esa clase de personas que Él
vino a salvar, deduzco de ello, más allá de toda duda, que Él me salvará.
¡Oh!,
¿pueden hacer ustedes lo mismo?
¿Ustedes
almas que están golpeadas por el pecado, cansadas, tristes y desilusionadas, y
para quienes el mundo se ha convertido en una cosa vana?
Ustedes,
espíritus cansados, que han tenido su ronda de placer y ahora están exhaustos
por el aburrimiento o incluso por la enfermedad y desean verse liberados,
¿pueden hacer lo mismo?
¡Oh!,
ustedes, espíritus, que están buscando algo mejor de lo que puede ofrecerles
este mundo loco, yo les predico el Bendito Evangelio del Bendito
Dios-Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido de mujer, que padeció bajo Poncio
Pilato, que fue crucificado, muerto y sepultado y que fue levantado de nuevo al
tercer día para salvarlos a ustedes, sí, a ustedes, pues Él vino al mundo para
salvar a los pecadores.
3. Y ahora, muy brevemente, el tercer punto.
¿Qué
quiere decir salvar a los pecadores? "Cristo
vino para salvar a los pecadores".
Hermanos,
si necesitan un cuadro que les muestre lo que significa ser salvados, déjenme
presentarles uno:
Hay
un pobre infeliz que ha vivido durante muchos años en el más horrendo pecado.
Se ha hecho tan indiferente al pecado que sería más fácil cambiar el color de
su piel, que él aprendiera a hacer el bien.
La
borrachera y el vicio y la locura han arrojado su red de hierro sobre él y se
ha convertido en alguien detestable pero incapaz de salir de esa condición.
¿Puedes verlo?
Se
tambalea precipitadamente hacia su ruina. Desde su niñez hasta su juventud, y
desde su juventud hasta su adultez ha pecado sin freno y ahora se encamina
hacia sus últimos días.
La
fosa del Infierno ya está iluminando su camino y sus terribles rayos casi tocan
su rostro, pero él todavía no se da cuenta. Continúa en su impiedad,
despreciando a Dios y odiando su propia salvación. Dejémoslo allí. Han pasado
algunos años y ahora escuchen otra historia.
¿Pueden
ver a aquel espíritu que se destaca entre la multitud, cantando de manera muy
dulce sus alabanzas a Dios?
¿Advierten
que está vestido de blanco, un símbolo de su pureza? ¿Lo ven cuando lanza su
corona a los pies de Jesús y le reconoce como Señor de todo?
¡Escúchenlo!
¿Lo oyen cantar la melodía más dulce que se ha escuchado en el Paraíso? Pongan
atención, el himno es este:
"Yo,
el primero de los pecadores soy, Mas Jesús por mí murió."
"Al
que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre, a él sea la gloria y
el dominio para siempre jamás". ¿Y quién es el que así compite con las
melodías de los serafines? El mismo hombre que un poco antes era terriblemente
depravado, ¡exactamente el mismo hombre! Pero fue lavado, fue santificado, fue
justificado.
Si
me preguntaran entonces lo que quiere decir salvación, les responderé que
abarca todo el trayecto entre ese pobre hombre desesperadamente caído que vimos
inicialmente, y el espíritu elevado a las alturas, ocupado en alabar a Dios,
que vimos al final.
Eso
es lo que significa ser salvo: que nuestros viejos pensamientos sean renovados,
que nuestros viejos hábitos y costumbres sean renovados.
Que
nuestros viejos pecados sean perdonados y que recibamos una justicia que no es
nuestra. Tener paz en nuestra conciencia, paz con el hombre y paz con Dios.
Tener el vestido sin mancha de una justicia que no es nuestra sobre nuestro
cuerpo y ser sanados y lavados.
Ser
salvos es ser rescatados del golfo de la perdición. Ser salvos es ser
levantados al Trono del Cielo. Ser salvos es ser librados de la ira y de la
maldición y de los truenos de un Dios airado, y ser llevados a sentir y probar
el amor, la aprobación y el aplauso de Jehová, nuestro Padre y nuestro Amigo.
¡Y
Cristo el Señor da a los pecadores todo esto!
Cuando
predico este sencillo Evangelio no tengo nada que ver con aquellos que no se
consideran pecadores.
No
tengo nada que ver con aquellos que deben ser canonizados, ni con los que
reclaman una santa perfección obtenida por medio de ellos mismos.
Mi
Evangelio es para los pecadores y sólo para los pecadores.
Y
la totalidad de esta salvación, tan amplia y brillante e indeciblemente
preciosa y eternamente segura, está dirigida hoy a los marginados, a los
desechados; en una palabra, está dirigida a los pecadores.
Creo
haber declarado la verdad del texto.
Ciertamente,
nadie puede malentenderme a menos que lo haga intencionalmente. "Cristo Jesús vino para salvar a los
pecadores".
II. Y ahora, aunque
mi tarea llega a su fin, me queda por delante la parte más difícil: LA DOBLE
RECOMENDACIÓN del texto.
Primero,
"Fiel es esta palabra", que
es una recomendación para el que duda.
En
segundo lugar, "y digna de toda
aceptación."
Esa
es una recomendación para el indiferente y también para el ansioso.
1. Primero, "Fiel es esta palabra".
Este
texto se recomienda para el que duda.
Oh,
el diablo, tan pronto detecta que hay hombres bajo el sonido de la Palabra de
Dios, se desliza por la multitud y susurra en el corazón de uno: "¡No lo creas!", y en el de otro:
"¡Ríete de eso!", y en el
de otro: "¡No aceptes eso!"
Y
cuando se topa con una persona a quien va dirigido el mensaje, alguien que se
siente pecador, entonces el diablo redobla sus esfuerzos para que no crea en
absoluto el mensaje.
Sé
lo que Satanás te dijo a ti, mi pobre amigo, allá. Dijo: "No lo creas. Es demasiado bueno para ser
cierto".
Por
esto, déjenme responderle al diablo con las propias palabras del Dios
Todopoderoso: "Fiel es esta palabra".
Fiel es esta
palabra,
es buena y es tan verdadera como buena.
Es
demasiado buena para ser realidad si Dios mismo no la hubiera dicho.
Pero,
puesto que Dios la dijo, no es demasiado buena para no ser realidad.
Te
diré por qué piensas que es demasiado buena para ser cierto: es porque tú pesas
el grano de Dios con tu propia balanza.
Por
favor recuerda que tus caminos no son Sus
caminos, ni Sus pensamientos son tus pensamientos. Como son más altos los
cielos que la tierra, así son Sus caminos más altos que vuestros caminos y Sus
pensamientos más altos que vuestros pensamientos (Isa. 55: 8-9).
Pues
bien, tú piensas que si algún hombre te ofende, no podrías perdonarlo.
Sí,
pero Dios no es un hombre. Él puede perdonar donde tú no puedes perdonar. Y en
esas situaciones donde tú agarrarías a tu hermano por el cuello, Dios lo perdona
setenta veces siete. No conoces a Jesús, de otra manera creerías en Él.
Creemos
honrar a Dios cuando pensamos graves cosas de nuestros pecados. Recordemos que
mientras debemos pensar grandemente en nuestros pecados, no le damos la honra a
Dios si pensamos que nuestro pecado es más grande que Su gracia.
La
gracia de Dios es infinitamente más grande que nuestros mayores crímenes. Sólo
hay una excepción que Él ha establecido y un penitente no está incluido en esa
excepción.
Les
suplico por tanto, que tengan una mejor opinión de Él. Piensen cuán bueno es Él
y cuán grandioso es. Y cuando sepan que éste es un dicho verdadero, espero que
lancen a Satanás muy lejos de ustedes y no piensen que esto es demasiado bueno
para ser verdadero.
Sé
lo que él va a decirles a continuación: "Bien, si esto es cierto, no lo es
para ti. Es cierto para el mundo entero, pero no para ti. Cristo murió para
salvar a los pecadores. Es cierto que tú eres un pecador, pero tú no estás
incluido aquí".
¡Dile
al diablo en su cara que es un mentiroso!
No
hay otra forma de responderle que usando un lenguaje directo. Nosotros no
creemos en la individualidad de la existencia del demonio, como creía Martín
Lutero.
Cuando
el demonio venía a él, lo trataba de la misma manera que a otros impostores; lo
lanzaba fuera con frases duras. Díganle por la autoridad del mismo Cristo que
es un mentiroso. Cristo dice que Él vino
para salvar a los pecadores. El diablo dice que no es así. Virtualmente él
dice que no es así, puesto que declara que Él no vino para salvarte a ti y tú
sientes que eres un pecador. Dile que es un mentiroso y mándalo a volar.
De
todas maneras no compares nunca el testimonio de Satanás con el de Cristo.
Cristo
te mira hoy desde la Cruz del Calvario con los mismos amantes ojos llenos de
lágrimas que una vez lloraron viendo a Jerusalén.
Cristo
te mira, hermano mío, hermana mía, y te dice: "Yo vine al mundo para salvar a los pecadores".
¡Pecador!
¿No vas a creer en Él y confiar tu alma en Sus manos? ¿No vas a decir: "Dulce
Señor Jesús, Tú serás nuestra confianza a partir de ahora?
Por
Ti, renuncio a todas las otras esperanzas, Tú eres, Tú siempre serás mío".
Ven,
tímido amigo, voy a tratar de darte ánimo, repitiendo nuevamente el texto:
"Jesucristo vino al mundo para salvar
a los pecadores".
Te
exhorto por tu honestidad, que puesto que afirmas creer en la Biblia, que creas
en esto. Allí está. ¿Crees en Jesucristo? Por favor, respóndeme. ¿Crees que
miente Cristo?
El
Dios de la Verdad, ¿se inclinaría a mentir?
"No"
dices tú, "todo lo que Dios diga, lo creo". Pues es Dios quien te lo
dice, en Su propio Libro. Él murió para
salvar a los pecadores.
Veamos,
otra vez, ¿no crees en los hechos? ¿No se levantó Jesucristo de su sepulcro?
¿No demuestra eso que Su Evangelio es auténtico?
Y
si el Evangelio es auténtico, todo lo que Cristo declara que es el Evangelio
debe de ser verdadero.
Te
exhorto, puesto que crees en Su resurrección, a que creas que Él murió por los pecadores y a que abraces
esta verdad.
Además,
¿quieres negar el testimonio de todos los santos en el cielo y de todos los
santos en la tierra?
Pregunta
a cada uno de ellos y te dirán que esto es verdad: Él murió para salvar a los pecadores. Yo, como uno de los más
humildes de sus siervos, doy mi testimonio.
Les
digo que cuando Jesús vino para salvarme, no encontró nada bueno en mí. Sé con
toda certeza que no había nada en mí que pudiera recomendarme ante Cristo. Y si
me amó, me amó porque así lo quiso, porque no había nada en mí para que me
amara, nada que Él pudiera desear en mí.
Lo
que yo soy, lo soy por Su gracia. Por Él soy lo que soy. Pero al principio me
encontró como un pecador y la única razón de su elección fue Su soberano amor.
Pregunta
a todo el pueblo de Dios y todos te dirán lo mismo.
Pero
tú dices que eres un terrible pecador. Pues no eres más pecador que algunos de
los que ya están en el Cielo.
Dices
que eres el más grande pecador que jamás haya existido. Yo digo que estás
equivocado. El más grande de los pecadores, el Apóstol Pablo, murió hace años y
se fue al cielo. La Biblia así lo dice: "De los cuales yo soy el primero".
Entonces
puedes ver que el más grande de los pecadores fue salvado antes que tú.
Y
si el primero de los pecadores ha sido salvado antes que tú, ¿por qué no habrías
de ser salvado tú también?
Los
pecadores están formados en una fila y veo que uno sale de la fila y dice:
"Abran paso, abran paso. Yo voy a la cabeza, yo soy el primero de los
pecadores. Denme el lugar más humilde. Déjenme tomar el lugar de menor
jerarquía.
"No",
-grita otro- "tú no. Yo soy un mayor pecador que tú".
Entonces
viene el Apóstol Pablo y dice: "Reto a todos ustedes, yo los reto a
ustedes. Yo tendré el lugar más humilde. Yo fui un blasfemo, un perseguidor y
alguien que hizo mucho daño, pero he obtenido misericordia, para que Cristo
Jesús mostrase en mí, el primero, toda su misericordia".
Entonces,
si Cristo ha salvado al peor de los pecadores que haya existido, oh, pecador,
no importa cuán pecador seas tú, no puedes ser más pecador que el primero, y Cristo
tiene la capacidad y el Poder para salvarte.
Oh,
te suplico, por los miles y miles de testigos alrededor del Trono y por los
miles de testigos en la tierra, por Jesucristo, el Testigo en el Calvario, por
la sangre derramada que testifica aún ahora, por Dios mismo y por su Palabra
que es fiel, te imploro que creas en esta palabra fiel, que "Jesucristo vino al mundo para salvar a los
pecadores".
2. Y ahora vamos a concluir. En segundo lugar, este
texto se recomienda para los indiferentes y también para los preocupados.
Este
texto es digno de toda aceptación por parte de la persona indiferente.
Oh,
hombre, tú lo desprecias. Observé cómo torcías tus labios en son de burla.
La
historia fue dicha de manera deficiente y tú te burlaste de ella. Dijiste en tu
corazón: "¿Y a mí qué? Si esto es lo que predica este hombre, no me
interesa escucharlo. Si éste es el Evangelio, no es nada".
Ah,
amigo mío, es algo, aunque no lo sepas. Es digno de tu aceptación, -el tema que
he predicado, sin importar la pobreza de mi predicación-, es sumamente digno de
atención.
No
me importa lo que el mejor orador pueda decirte, nunca tendrá un tema mejor que
el mío. Si el propio Demóstenes o Cicerón estuvieran aquí, no podrían nunca
tener un mejor tema.
Y
aunque un niño te presentara este tema, sería digno de tu atención, pues es
sumamente importante.
Amigo,
no es tu casa la que está en peligro; no es únicamente tu cuerpo; es tu alma.
Te
suplico, por la eternidad, por sus tremendos terrores, por los horrores del
Infierno, por esa terrible palabra, "Eternidad-Eternidad", te suplico
como hombre, como tu hermano, como alguien que te ama y que desea librarte del
horno, te suplico que no desprecies tus propias misericordias.
Porque
esto es digno de ti, amigo, digno de toda tu atención y digno de tu aceptación
sin límites.
¿Eres
sabio? Esto es más digno que tu sabiduría.
¿Eres
rico? Esto es más digno que toda tu riqueza.
¿Eres
famoso? Esto es más digno que todo tu honor.
¿Eres
de noble linaje? Esto es más digno que todo tu árbol genealógico, que toda tu
apreciable herencia.
Lo
que predico es el tema más digno bajo el Cielo porque durará cuando todas las
demás cosas desaparezcan.
Estará
a tu lado cuando tengas que estar solo. A la hora de la muerte, abogará a tu
favor cuando tengas que responder al llamado de la justicia en el tribunal de
Dios.
Y
será tu eterna consolación a través de las edades sin fin.
Es
digno de tu aceptación.
¿Te
sientes preocupado? ¿Está triste tu corazón?
Dices:
"Deseo ser salvo. ¿Puedo confiar en este Evangelio?
¿Es
lo suficientemente fuerte para cargarme?
Yo
soy un gigantesco pecador, ¿no se derrumbarán sus pilares cual hojas bajo el
peso de mi pecado?
Soy
el primero de los pecadores. ¿Serán sus portales lo suficientemente amplios
para recibirme?
Mi
espíritu está enfermo por el pecado, ¿puede curarme esta medicina?
Sí,
el Evangelio es digno de ti, es igual a tu enfermedad, es igual a tus
necesidades, es completamente suficiente para tus demandas.
Si
tuviera un medio-evangelio que predicar, o un evangelio defectuoso, no lo
predicaría con ardor. Pero tengo uno que es digno de toda aceptación.
"Pero,
señor, he sido un ladrón, he frecuentado prostitutas, he sido un
borracho". Es digno de ti, pues Él vino para salvar a los pecadores y tú
eres uno.
"Pero,
señor, he sido un blasfemo". No te excluye ni siquiera a ti. Es digno de
tu aceptación.
Pero
observa bien, es digno de toda la aceptación que tú puedas darle.
No
solamente debes aceptarlo con la mente, tienes que aceptarlo en tu corazón.
Debes abrazarlo con toda tu alma y llamarlo tu todo en todo.
Debes
alimentarte de él y vivir de él. Y si vives para él y sufres por él y mueres
por él, es digno de todo eso.
Ahora
debo concluir. Pero mi espíritu siente que quisiera quedarse aquí.
Es
muy extraño que muchos hombres no se preocupen por sus almas, cuando este
servidor, hoy, está muy preocupado por ustedes.
¿Qué
me debería importar que los hombres se perdieran o se salvaran?
¿Me
serviría de algo la salvación de ustedes?
Definitivamente
no tengo ninguna ganancia en ello. ¡Y sin embargo siento más por ustedes, por
muchos de ustedes, de lo que ustedes sienten por ustedes mismos!
Oh,
qué extraño endurecimiento del corazón es revelado en el hecho que un hombre no
se preocupe de su propia salvación; que sin mediar ningún pensamiento, rechace
la más preciosa Verdad de Dios.
Detente,
pecador, detente, antes de que te alejes de tu propia misericordia.
Detente
una vez más, porque tal vez éste sea uno de tus últimos avisos, o peor aún, tal
vez sea el último aviso que vayas a sentir jamás.
Ahora
lo sientes. Oh, te suplico que no apagues el Espíritu.
Cuando
termines de leer este sermón no regreses a tus vanas preocupaciones. No olvides
qué tipo de hombre eres.
Busca
un lugar tranquilo, entra en tu aposento, cierra la puerta. Arrójate al suelo
junto a tu cama y ¡confiesa tu pecado!
Clama
a Jesús, dile que eres un hombre degradado y en la ruina, sin Su Gracia
Soberana; dile que has leído hoy que Él
vino para salvar a los pecadores y que el pensamiento de un amor como ese
te ha llevado a deponer las armas de tu rebelión.
Dile
que deseas de todo corazón ser Suyo.
Allí,
con tu rostro contra el suelo, suplícale y dile: "¡Señor, sálvame, que perezco!"
El
Señor los bendiga a todos por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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