La
radical diferencia entre el conocimiento exterior y la iluminación interior.
Desde
la época de la resurrección del Señor hasta los días actuales, hay dos caminos
distintos por los cuales las personas conocen al Señor: Algunos lo conocen
según la carne; algunos lo conocen según el espíritu.
El apóstol Pablo claramente hace una
diferencia de esto en su segunda carta a los corintios cuando dice: «De manera que nosotros de aquí en adelante a
nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya
no lo conocemos así» (2 Cor. 5:16).
Y, escribiéndoles a los gálatas, él dice: «Pero cuando agradó a Dios, que me apartó
desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en
mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con
carne y sangre» (Gál. 1:15-16).
Tomemos diversas ilustraciones concretas en
la Palabra de Dios para mostrar esta distinción e indicar cómo debemos buscar
conocer al Señor.
María
Magdalena
Cuando María Magdalena estaba llorando al
lado del sepulcro donde el Señor había sido sepultado, ella se detuvo y miró
hacia adentro; allí vio a dos ángeles que le preguntaron por qué estaba
llorando. Ella respondió: «Porque se han
llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto».
Cuando terminó de decir estas palabras,
ella se volvió y vio cara a cara al Señor. La Palabra dice: «Se volvió, y vio a Jesús que estaba allí;
mas no sabía que era Jesús».
¿No es increíble?... Sí, pero es verdadero.
María Magdalena, que durante muchos años
había conocido a Jesús y que había sido una de sus seguidoras más cercanas,
realmente se quedó cara a cara con Aquel a quien conocía y amaba tanto, y aun
así, falló en reconocerlo.
¿Cómo pudo suceder que ella, que antes lo
había conocido íntimamente, ahora no lo reconoció en absoluto?
Porque Aquel a quien ella había conocido
tan de cerca, había sido crucificado pasando por la muerte y la resurrección.
El cuerpo natural que ella había aprendido
a reconocer con sus facultades naturales, había muerto y sido sepultado, y
quien estaba delante de ella ahora, aunque era el mismo Jesús, era el Señor
resucitado que no podía ser conocido por ningún medio natural.
Ahora, ella tenía que conocerlo de alguna
otra forma. El Jesús histórico, a quien ella reconocía, viéndolo, escuchándolo
y tocándolo, había muerto en la cruz del Calvario y el Señor resucitado no
podía ser reconocido de esta forma. Él ahora no podía ser reconocido según la
carne; él sólo podía ser reconocido por el espíritu.
Cuando María Magdalena estaba mirando a
Jesús con inconsolable pesar, él le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Los ojos de María lo
habían visto pero fallaron al discernir quién era él.
Ahora sus oídos oían su voz, pero su
corazón y su mente no registraban nada.
Hasta ese momento, María había usado sus
ojos para diferenciar entre la apariencia de Jesús y la de los otros hombres.
¿Será que sus ojos habían perdido la capacidad sensorial?
También antes ella usaba sus oídos para
detectar su voz entre la multitud de voces. ¿Será que su audición estaba menos
aguda que antes? No, nada había sucedido con el Señor. Por cuanto el Señor
había pasado por un cambio, era necesario que hubiese también un cambio en
María para que pudiese reconocerlo. Ella necesitaba de una nueva revelación
para poder tener un nuevo conocimiento de él.
Entonces Jesús se dirigió a ella,
llamándola por el nombre, y cuando él dijo: «¡María!», hubo un reconocimiento inmediato y un alegre «¡Raboni!» brotó de sus labios.
¿Qué había sucedido? El Señor se había
revelado a María al llamarla por el nombre. Él no le dijo quién era, sino que
vino a ella la percepción espiritual cuando él la llamó por el nombre. Jesús no
le ofreció explicaciones que pudiesen haberle dado capacitación en su mente
para que descubriese su identidad. Sin embargo, de una manera intelectualmente
indefinida, él llevó a su espíritu el conocimiento de que él era el mismo Jesús
que ella había conocido tan bien. Eso es revelación.
Y aquí necesitamos ver un importante
principio.
La revelación no es recibida mediante los
oídos, ni por los ojos, ni por la percepción de la mente. La revelación es
recibida de una manera misteriosa, que está más allá del conocimiento de los
oídos, ojos y mente humanas.
Después que María conoció al Señor de esta
manera, ella rápidamente informó a los discípulos; pero para ellos fue difícil
de entender.
Dos
discípulos caminando hacia Emaús
Dos de los discípulos que habían oído las
increíbles nuevas sobre la resurrección del Señor partieron en aquel mismo día
hacia la aldea de Emaús, y en el camino conversaban acerca de los recientes
acontecimientos en Jerusalén.
Mientras hablaban acerca del Señor, él
mismo se les acercó, pero ellos no lo reconocieron. Ellos lo conocían según la
carne, pero todo su conocimiento anterior de él no les dio ningún indicio de su
identidad ahora que Jesús había resucitado de los muertos.
Ellos suponían que la resurrección era muy
misteriosa para poder creer en ella. Él, entonces, les abrió las Escrituras. «Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por
todos los profetas, les aclaraba en todas las Escrituras lo que de él decían».
Mas aún así, no brilló ninguna luz para estos
dos discípulos.
¿No es espantoso que cuando el Señor
interpretaba, mediante la Palabra de Dios, las cosas relacionadas con él mismo,
ellos todavía no consiguiesen reconocerlo?
Ellos oían las palabras que Jesús les
hablaba; las entendían y eran tocados por ellas –tanto que sus corazones ardían
dentro de ellos–, y aún así no sabían quién era el que les hablaba.
Esto
nos muestra que la enseñanza es muy diferente de la revelación.
Ellos comprendieron las Escrituras, pero no
reconocieron al Señor; comprendían las enseñanzas acerca de Cristo, pero no
sabían quién era él.
El día ya declinaba cuando los discípulos
llegaron a su destino. Y no queriendo separarse de su Compañero, lo invitaron a
entrar en la casa y cenar con ellos.
Entonces Él, tomando el pan en sus manos,
lo bendijo y lo repartió… ahí sus ojos fueron abiertos y pudieron reconocer al
Señor.
¿Usted puede ver ahora que hay dos maneras
de conocer al Señor?
Usted puede adquirir un conocimiento
exterior de él al leer sobre él en las Escrituras; pero puede conocerlo con un
conocimiento interno cuando él le concede una revelación de sí mismo.
Muchas personas han leído la Palabra de
Dios al punto de estar tan familiarizadas con las verdades tocantes a Cristo,
que pueden predicárselas a otros; aún así les falta el conocimiento del Señor
que viene mediante la iluminación interior.
Felizmente están aquellos que lo conocen no
sólo intelectualmente, sino que espiritualmente, porque él abrió los ojos de
sus corazones.
Tenemos que darnos cuenta que no sólo
tenemos la Biblia, sino que también tenemos la revelación individual por el
Espíritu Santo.
En realidad, si no existiese la Biblia, no
podría haber fe cristiana, pero por favor recuerde: si no hay revelación, no
podremos tener a Cristo personalmente.
Hoy hay una dificultad entre los hijos de
Dios. Mucho conocimiento es enseñado, es decir, pasado de la boca de una
persona a los oídos de otra. Entonces, es entendido por la mente del receptor y
pasado a los oídos de una tercera persona. Una vez que estos conocimientos son
transmitidos vía enseñanza, son meramente teorías o instrucciones.
Tenemos que tener en mente que es inútil
tener un mero conocimiento bíblico y aún así no conocer al Señor.
Los dos discípulos de Emaús conocían las
Escrituras hacía mucho tiempo. Incluso sus corazones estaban ardiendo
interiormente mientras el Señor les abría las Escrituras, pero ellos aún no lo
reconocían.
El conocimiento interior del Señor es el
verdadero conocimiento. ¿Usted conoce al Señor así?
Los
siete discípulos
Poco después que Jesús resucitó de los
muertos, siete de sus discípulos estaban reunidos junto al mar de Tiberias.
Pedro se volvió a los otros seis y les
dijo: «Voy a pescar».
Los demás, inmediatamente quisieron
acompañarlo.
Pero ellos pasaron toda la noche pescando y
no obtuvieron nada.
Y al amanecer, Jesús les apareció en la
playa, pero no lo reconocieron.
¡Oh sus frágiles facultades naturales eran
inútiles cuando se trataba de discernir al Señor resucitado!
Piense bien en esto: Pedro, Juan y Jacobo
habían sido sus constantes compañeros. ¿Cómo podía aquel trío especialmente
privilegiado, tan íntimamente relacionado con él, fallar en reconocerlo?
Cada uno de estos discípulos ya había visto
a Jesús tanto antes como después de su resurrección; mas ahora, sin embargo,
ninguno de ellos le reconocía.
Ellos necesitaban de otra experiencia y de
otra fuente de energía para conocerlo.
Así, Jesús vino en su auxilio y nuevamente
se reveló. «Hijitos, ¿tenéis algo de
comer?», les preguntó.
Cuando le dijeron que no tenían nada, él
dijo: «Echad la red a la derecha de la
barca, y hallaréis».
Ellos lo hicieron así y pescaron más de lo
que podían sacar.
En ese momento, Juan, el discípulo amado,
lo reconoció, y volviéndose hacia Pedro, dijo: «¡Es el Señor!»; y Pedro, con los otros cinco, nuevamente lo reconocieron.
Poco antes de esto, todos ellos lo habían
visto con sus ojos, y lo habían oído con sus oídos, y aún así no supieron quién
era Jesús. Pero ahora de repente, inexplicablemente, lo reconocieron.
Conocer al Señor de esa manera es
irrefutable e introduce una nueva energía en la vida del creyente.
Cuando los discípulos llegaron a la playa,
vieron fuego encendido, y sobre él había pan y pescado.
Jesús los invitó a quebrar el ayuno y ellos
consintieron.
Sin embargo, la Palabra agrega: «Y ninguno de los discípulos se atrevía a
preguntarle: ¿Tú, quién eres? Sabiendo que era el Señor».
¿No les parecen estas palabras
espantosamente paradójicas? Porque si los discípulos realmente sabían que era
el Señor, ¿por qué pensaban en preguntarle quién era?
Note que la palabra no dice que ellos no le
preguntaron, sino que no se atrevían a preguntarle.
El hecho de no atreverse a preguntar
significa que no sabían y estaban temerosos de preguntar. No obstante, la
Palabra aquí también dice que ellos sabían que era el Señor.
En otras palabras, exteriormente no sabían,
pero interiormente sí.
Exteriormente no podían decir quién era esa
Persona, e interiormente sabían que él era el Señor.
No era por su mirar, ni por su voz. De
acuerdo a su raciocinio, ellos querían preguntarle, pero interiormente no
sentían la necesidad de hacerlo, porque sabían que él era el Señor.
¿Ha tenido alguna vez una experiencia como
ésta?
¿Usted se imaginó alguna vez al mismo
tiempo si realmente era el Señor que se encontró con usted, o si aún estando
tan seguro que era él, usted no se atrevió siquiera a pensar en preguntar?
Sí, hay veces en que, con nuestros ojos y
nuestros oídos y todo nuestro poder de raciocinio somos incapaces de confirmar
el hecho de que es el Señor; aún así, de alguna manera, en lo más profundo de nuestro
ser sabemos que no puede ser otro sino él.
La
verdadera revelación es así. La verdadera revelación es un conocimiento
interior.
Por eso, ¡bienaventurados son aquellos que
actúan de acuerdo con la revelación! ¡Bienaventurados son aquellos que conocen
al Señor por revelación!
Solamente tal persona puede recibir fuerza
delante del Señor, y solamente esa tal puede saber lo que el Señor es capaz de
hacer.
El conocimiento exterior no puede sustituir
a la revelación interior. Necesitamos conocer al Señor interiormente.
Si usted tiene esa seguridad interior,
nadie podrá entristecerlo.
Tenemos que pedirle a Dios que abra
nuestros ojos para que podamos ver aquello que no podemos comprender por
nosotros mismos.
Lo que podemos conocer según nuestra mente
y según nuestros oídos y ojos no es sino al Señor Jesús según la carne.
Tal conocimiento no nos traerá mucho
provecho, ni nos proporcionará mucha fuerza.
Necesitamos orar para que Dios revele a su
Hijo en nosotros, de tal manera que estemos claros interiormente y lo
conozcamos en lo íntimo, sin la menor sombra de duda.
¡Dios les bendiga!
Aguasvivas.cl
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