¿Cuál
es el tiempo en que nos ha correspondido vivir? ¿Es la nuestra una época como
otras anteriores en la historia o tiene una característica especial? Los cielos
ya anuncian que algo portentoso está por suceder…
Dios
no está sujeto a cambios de última hora. Todo lo que ha planeado desde el
principio, desde los siglos pasados, se cumplirá rigurosamente.
Cuando Dios creó el mundo, lo hizo todo en
tiempos definidos. En el primer día Dios creó la tierra y la luz; en el segundo
separó las aguas; en el tercero creó la vida vegetal; en el cuarto el sol, la
luna y las estrellas; en el quinto los peces y las aves; y en el sexto, los
animales de la tierra y el hombre.
Luego, en el séptimo día, Dios descansó.
Dios creó todas estas cosas en seis días, y
en el séptimo descansó. Lo cual abarca una semana completa. No importa que esa
semana haya sido de días largos o cortos, días de horas, de años o de millones
de años. Lo que importa es que Dios hizo todas las cosas en seis días, y que en
el séptimo, descansó.
Muchos siervos de Dios que han estudiado profundamente la Biblia sostienen que hay una estrecha relación entre la semana de la creación y la duración de la tierra.
Por cada día de la creación corresponderían
mil años de la tierra, según lo que afirma el apóstol Pedro, que “para con el Señor un día es como mil años, y
mil años como un día” (2 Pedro 3:8). A los seis días de la creación
corresponderían seis milenios de la tierra, uno por cada día.
La Biblia ofrece la posibilidad de hacer
una precisa cronología desde Adán hasta Cristo. Y dentro de este gran período,
podemos saber con certeza cuánto duraron otros períodos menores.
¿Sabe usted, por ejemplo, que entre Adán y
el diluvio transcurrieron 1656 años?
¿Sabe usted que entre la reconstrucción de
Jerusalén y la venida del Señor Jesús transcurrieron 483 años?
Un estudioso de la Biblia ha dicho: “Las palabras de la Biblia son como una
cadena, no falta ningún eslabón; todo lo que tenemos que hacer es buscarlos,
pues Dios los ha puesto allí. Comenzando con el libro de Génesis, parece como
si Dios estuviera ofreciendo una tabla cronológica sin interrupción.”
En efecto, si sumamos los años desde Adán
hasta la venida del Señor Jesucristo, tenemos unos 4 mil años. Luego, desde el
Señor hasta hoy, han transcurrido otros 2 mil, con lo cual ya tenemos los 6 mil
años correspondientes a los seis días de la creación.
Así como el Señor, luego de trabajar seis
días, descansó uno, también la tierra, luego de seis días de existencia, tendrá
uno de descanso, es decir, mil años.
La existencia de estos mil años de paz no
es una interpretación de la Biblia, sino que es una clara afirmación contenida
en ella en Apocalipsis 20:4-6.
“…Y
vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y
vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con
Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el
que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad
sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él
mil años...”
Por supuesto, el calendario de Dios sólo lo
maneja Dios.
El mismo Señor Jesucristo dijo que él no
sabía cuáles eran los tiempos y las sazones que el Padre había puesto en su
sola potestad (Hechos 1:7).
Dijo además que del día y la hora de la
venida del Hijo del Dios nadie sabe, ni aún los ángeles del cielo, sino sólo el
Padre (Mateo 24:36).
Así que, sin transgredir sus propios
plazos, Dios tiene, en su soberanía, la fecha y la hora exacta en que se
cumplirán estos seis días, para luego dar paso al milenio de Jesucristo.
La
semana dispensacional
Algunos estudiosos de la Biblia han visto
que esta gran semana de siete mil años puede dividirse en cuatro dispensaciones
(es decir, épocas), según se ha ido desarrollando el plan de Dios.
Estas cuatro dispensaciones son:
1) La primera, la de los padres, va de Adán
hasta Moisés (Romanos 5:14).
2) La segunda, la de la Ley, se extiende
desde Moisés hasta Cristo (Mateo 11:13 y Lucas 16:16)
3) La tercera, la de la gracia, dura desde
la primera venida del Señor Jesucristo hasta su segunda venida.
4) Y la cuarta es la dispensación del
reino.
La primera dispensación, la de los padres,
cubre unos 2500 años. La segunda, la de la ley, abarca otros 1500, hasta
Cristo. La tercera, la de la gracia, debería cubrir aproximadamente unos 2000
años (con lo que se completarían unos 6000 aproximadamente); y la cuarta, la
del reino, que durará otros 1000 años.
La
actual dispensación: de la gracia
Nos hace bien saber en qué tiempo estamos
viviendo nosotros.
Con la centuria del 1900 se acabó el
milenio. Con el milenio iniciado en el año 2000, se está acabando también una
dispensación, y se va a introducir un cambio fundamental en los tratos de Dios
con el hombre.
Dios tiene tratos distintos con el hombre
en cada dispensación.
Así por ejemplo, en la dispensación de los
padres existía relativamente poca luz acerca del carácter de Dios. Luego, bajo
la siguiente dispensación, Dios trató al hombre según la revelación que había
dado de Sí mismo mediante la Ley, de modo que Dios pudo ser conocido un poco
más.
Luego, con la venida del Señor Jesucristo
se inicia la dispensación de la gracia, en que la luz fue manifestada
enteramente, dándonos a conocer más plenamente el carácter de Dios.
Por eso, las enseñanzas del Señor Jesús son
más altas que las de Moisés, y, consecuentemente, las demandas de Dios para el
hombre también.
¡Nosotros
estamos en la dispensación de la gracia!
Y la gracia de Dios consiste,
fundamentalmente, en dos cosas:
a) En que, estando el hombre perdido, Dios
le salva, no por sus obras, sino por la sola fe en el Señor Jesucristo.
b) Una vez salvo, el hombre puede agradar a
Dios, (es decir, cumplir sus mandamientos), no por sus esfuerzos, sino por el
poder que Dios le ha provisto, al venir Él mismo a habitar en su corazón.
Esto, que es sumamente hermoso requiere,
sin embargo, de la colaboración el hombre. ¿En qué sentido? En el sentido de
que el hombre debe recibir a Jesucristo por fe como su Salvador, y en Él, podrá
recibir la gracia de Dios.
Por ser la gracia de Dios el máximo regalo
de Dios al hombre (es su propia vida), es también el máximo pecado el
rechazarla.
Por eso, si bien en esta dispensación el
hombre que recibe a Jesús puede descansar de sus esfuerzos para acogerse a la
obra de Cristo en la cruz, deberá comparecer ante Dios para dar cuenta de su
propia actitud frente a esta gracia.
Durante el período de la ley, el que pecaba
conscientemente, según la gravedad de la falta, debía pagar, incluso –en
algunos casos– con la muerte.
En nuestra dispensación la desobediencia es
mayor, porque toda falta que se comete no es contra la ley, sino contra el mismo
Hijo de Dios, el Señor Jesucristo.
En una familia, no es lo mismo desobedecer
al hermano mayor, que desobedecer a los padres. En el trabajo, no es lo mismo
desobedecer al jefe de un departamento que al dueño de la empresa. Así, tampoco
puede ser lo mismo desobedecer a Moisés (que fue sólo un siervo), que
desobedecer al Señor (el Hijo sobre su casa) (Hebreos 3:5-6).
De modo que bajo la dispensación de la
gracia tenemos perdón y salvación, pero también –nos conviene saberlo–
tendremos que dar cuenta de lo que hemos hecho con respecto a la invitación de
la gracia.
Un
paréntesis dispensacional terrible
El día de la gracia se acaba, y otra
dispensación está a las puertas.
El día del gran perdón por la preciosa
sangre de Jesús está llegando a su fin.
Se acaba la dispensación de la gracia y se
avecina la del reino milenial de Jesucristo. Pero antes, entre una dispensación
y otra, habrá un paréntesis. Un paréntesis que traerá muy distinta suerte a los
hombres según en qué posición se hallen respecto de Cristo.
Los que son de Cristo y aman su venida
serán arrebatados de esta tierra antes que los grandes y espantosos juicios de
Dios se derramen sobre el planeta. Pero la humanidad impía e incrédula no
escapará.
Por eso, otros aires ya se respiran, el
cielo tiene arreboles oscuros que anuncian un día malo para la humanidad.
Pero también tiene arreboles rojizos que
anuncian un día excelente para los que aman al Señor Jesús.
Viene un día tristísimo cual nunca ha
habido para los hombres incrédulos, los que no se han acogido a la gracia que
es en Cristo… pero también viene un día luminoso para los que esperan al Señor
Jesús venir desde el cielo.
El Señor Jesús dijo a los judíos que ellos
sabían distinguir muy bien el tiempo. Que cuando iba a llover, o a hacer buen
tiempo, ellos lo podían leer en el cielo desde mucho antes. Y luego les
reprende por no saber reconocer el tiempo que estaban viviendo. (Mateo 16:2-4).
Ellos tenían ante sí al Cristo de la Gloria,
y no se daban cuenta. Ellos podían leer las señales naturales, pero no las
señales espirituales.
Es de extrema importancia que usted pueda
reconocer las señales espirituales de este tiempo, y que considere seriamente
el tiempo que estamos viviendo, porque esta, definitivamente, no es una época
cualquiera.
Estamos terminando una era y la humanidad
se apronta para vivir este paréntesis terrible.
Termina el perdón y comienza un breve pero
espantoso período de gran tribulación para el mundo entero, antes del
establecimiento del reino de Jesucristo.
Un
tiempo crucial
Usted ha nacido en un tiempo crucial,
porque en él se presenciarán hechos trascendentales para todo el mundo.
Millones de cristianos que murieron en
épocas pasadas en la esperanza de ver venir al Señor no pudieron cumplir su
deseo, pero tal vez los cristianos de esta generación sí le verán.
Sin duda, muchos hechos portentosos ha
presenciado la humanidad durante su larga historia.
Si un hombre hubiese podido vivir tantos
años como para ser testigo de todos ellos, quizás escogería entre ellos como
los más grandes hechos el paso de Israel por el Mar Rojo, el descubrimiento de
América, o la llegada del hombre a la luna.
Sin embargo, esos hechos palidecen en
comparación con los hechos bíblicos tan esperados que están por suceder.
Usted, quiéralo o no, ya está ubicado en
este vértice de la historia. Es esta una época de grandes hechos, pero también
de grandes responsabilidades, que exigen grandes decisiones.
¿Cuál será su actitud frente a todo esto?
¿Y cuál será el papel que usted jugará en
estos hechos portentosos?
¿Será como testigo desdichado, o como
protagonista bienaventurado?
De usted depende.
Aún estamos en la dispensación de la
gracia. Por ello, la sangre de Jesucristo está vigente para usted.
Todos los pecados pueden ser quitados de su
conciencia con sólo creer en Jesucristo y aceptarle como su Salvador.
Entonces, su corazón podrá alcanzar, al instante,
la maravillosa paz con Dios.
Si usted toma hoy una decisión radical a
favor de Jesucristo, realmente no temerá el mañana, porque estará seguro en los
brazos del Señor.
Mas, si desprecia hoy este llamado, deberá
saber lo que le espera.
La dispensación de la gracia es la más alta
de las tres que ha vivido la humanidad hasta ahora en toda su historia.
Por ello, usted es un bienaventurado.
Pero los días que vienen pueden ser una
verdadera maldición si no se acoge hoy a la gracia de Dios.
Y si usted no es arrebatado por Cristo, no
sólo no escapará de los juicios que vendrán sobre la humanidad, sino que
tampoco participará en la luminosa era que viene: el reino de Jesucristo.
El tiempo del perdón se acaba.
Es preciso que hoy acepte el regalo de Dios
en Cristo Jesús.
Recibirlo es una dicha; rechazarlo es la
desgracia mayor.
¡Sea usted también un bienaventurado!
Haga la oración de fe ahora, tan solo por
la fe.
Altísimo
Padre Santo.
Reconozco que soy un pecador y que te he
ofendido. Me arrepiento de todos mis pecados. Te entrego hoy mi corazón. Entra
en él y cambia mi vida. Le abro la puerta a Jesucristo, tu Hijo amado, que murió
y resucitó de los muertos.
Límpiame y lávame con la Sangre preciosa
que Jesucristo derramó por mí en la cruz. Cámbiame y hazme la persona que Tú
quieres que sea. Gracias por escribir mi nombre en el libro de la Vida, y
gracias por regalarme la vida eterna.
En el nombre de tu Hijo amado Jesucristo.
Amén.
Gracias por poner estos mensajes, hacen tanta falta, Dios les bendiga a todos.
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