(Luc.
19:41-44); (1 Cor. 6:19-20); (Isa. 48:16-18).
Lo
que el Señor Jesús fue para los discípulos en los días de su carne, lo es el
Espíritu Santo para nosotros en este tiempo. Por esta razón, el Señor Jesús dijo:
«Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a
vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (Jn. 16:7).
Hubo
un trato que se le dio al Señor Jesús, que es similar al que se le da hoy al
Espíritu Santo, y esta es la carga que quisiéramos liberar hoy.
Jerusalén rechazó
al Señor
El
evangelio de Lucas 19:41-44 dice: «Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla,
lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este
tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque
vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te
sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus
hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no
conociste el tiempo de tu visitación».
La
ciudad no alegró al Señor Jesús, sino que lo entristeció. Aunque muchas
personas le aclamaron a su llegada, sin embargo, Jerusalén le provoca al Señor
un llanto. Esa ciudad es figura de la Jerusalén celestial del libro de
Apocalipsis; es figura también de la iglesia.
«Oh,
si conocieses a lo menos en este tu día…», porque ese día quedó marcado en los
cielos, pues significaba mucho para su paz, ¡quien estaba presente era el
Príncipe de paz! «Mas ahora está encubierto de tus ojos».
La
ciudad de Jerusalén, en aquellos días, no le dio al Rey la honra que merecía,
no le prestó atención. Los escribas judíos habían estudiado a los profetas que
anunciaban la venida del Mesías, pero aquel conocimiento histórico, religioso,
de nada sirvió cuando él se hizo presente. No fueron capaces de reconocer su
presencia; tampoco fueron capaces de oír su voz, y menos aun de obedecer a su
palabra.
Amados
hermanos, ¿acaso hoy no ocurre exactamente lo mismo con el Espíritu Santo? Cuán
diferentes son estos días de aquellos relatados en Hechos capítulo 2. Los
discípulos estaban unánimes, juntos, esperando su llegada. ¡Qué precioso fue lo
que ocurrió en la ciudad de Jerusalén el día de Pentecostés! Fueron todos
llenos del Espíritu Santo. Podemos decir que el Espíritu Santo cumplió gozoso
su objetivo y el Señor obtuvo una iglesia gloriosa en Jerusalén en aquellos
días.
Mas
nosotros – los creyentes que hemos nacido casi al final de los tiempos – hemos
hallado pasajes como éste en las Escrituras: «La gloria postrera de esta casa
será mayor que la primera» (Hageo 2:9). Si consideramos que aquella «casa», la
iglesia en Jerusalén, es la misma casa
espiritual, la iglesia, como hoy la vemos revelada por el mismo Señor a
nuestros corazones, entonces podemos, legítimamente, aspirar al cumplimiento de
aquella profecía de Hageo. La «gloria primera» ya fue vivida por los primeros
apóstoles y discípulos, hoy es nuestro día; se acerca el día de la «gloria
postrera», la presencia y la presidencia del Espíritu ha de ser semejante, y
aun mayor, en los días finales de la iglesia en la tierra.
En
un aspecto, nosotros somos una generación muy privilegiada; tenemos el Nuevo
Testamento en nuestras manos, podemos además conocer los aciertos y desventuras
de la iglesia a través de la historia. Podemos conocer en qué lugares y a
través de qué personas y bajo qué circunstancias el Espíritu Santo volvió a
tener expresión en muchos santos.
Pero,
hermanos, ¿qué estamos haciendo nosotros con esa historia? ¿Dónde la tenemos
archivada? ¿Cuánto está influyendo hoy en nosotros la palabra del Señor y,
cuánto estamos anhelando las cosas mejores? ¿Qué es lo que agradó el corazón
del Señor? El Señor quiere tener una iglesia madura, gloriosa, llena de su
Espíritu. Al cerrarse la historia, la maldad se multiplica a nuestro alrededor.
‘¡Oh, qué mal está el mundo!’, decimos. Pero deberíamos llorar y decir: ‘¡Qué
dolor, que estando el mundo así, no haya una iglesia que se levante con poder,
como en el principio, con gracia, con sabiduría!’. ¿Dónde está esa unción hoy?
Hermanos,
¿estamos nosotros reconociendo el tiempo de nuestra visitación? El Espíritu
Santo ha venido. No tenemos duda alguna de que el Espíritu Santo nos mora.
El Espíritu Santo
nos mora
¿En
qué reconocemos que el Señor nos mora? Primero, que anhelamos reunirnos. Y si
alguna vez hay algún sentimiento contrario, prevalece el Espíritu del Señor que
mora en nosotros, y nos trae a estar con los hermanos. La primera obra del
Espíritu Santo fue convencernos de que éramos pecadores; y muy luego nos convenció
del perdón de nuestros pecados por la sangre del Cordero.
Luego,
aquellos a quienes el Espíritu Santo les mora, no se tienen por santos
acabados, sino por pecadores dignos de misericordia, y alaban al Señor por su
misericordia. ¿Es ésa su realidad, hermano? Entonces, el Espíritu Santo le está
morando; de lo contrario, usted diría: ‘¿Y qué sé yo quién escribió esa Biblia?
¿Y cómo sé yo si todo esto no es más que un gran invento, un gran negocio?’.
Así razona el incrédulo, el que es ajeno, aquel a quien Satanás le tiene los
ojos cegados, y que no conoce a Cristo.
Pero
nosotros amamos lo que es del Señor. Y esto también es un trabajo del Espíritu
Santo. Si aparece alguien con una doctrina extraña, no le podemos recibir,
porque discernimos lo que no está conforme a las palabras del Señor. También,
cuando nos encontramos con un nuevo hermano en Cristo, sin conocerle
previamente, se nos enciende el corazón, y damos gracias, porque es nuestro
hermano. Esa es la obra del Espíritu Santo, que mora en nuestros corazones.
Cuando
hacemos algo indebido, cuando surge un pensamiento incorrecto, hay una tristeza
interior, algo ocurre aquí adentro; hay un «sensor» que se enciende. ¿Le pasa
eso a usted? Eso es porque hay Alguien que está aquí, en lo profundo del
corazón, diciendo: ‘No, no, eso no’. ¡Gracias, Señor, por la morada de tu
Espíritu!
El Huésped más
ilustre está siendo ignorado
Pero,
a la luz del Nuevo Testamento, ¿es suficiente que el Espíritu nos more? Me temo
que no. Recordemos la palabra leída. El Señor Jesús vino a la ciudad de
Jerusalén; pero no recibió la honra debida. Y nos referimos ahora al Espíritu.
La pregunta es: este huésped, ¿está recibiendo la honra y la atención que se merece? ¿O el Espíritu
Santo es el Huésped ignorado?
Amado
hermano, expliquémoslo un poco con términos humanos. ¿Le ha ocurrido a usted
alguna vez que, en un grupo de personas, usted pasa inadvertido? Usted está
presente, pero nadie lo toma en cuenta. Esta es una experiencia muy triste. Tu
palabra no importa, tu presencia no
tiene valor. En el mundo natural, la gravedad de esta falta está dada
según la importancia o rango de la persona que es ignorada.
Hermanos,
¿de qué huésped estamos hablando hoy? El que vino a hacer morada a tu corazón y
a mi corazón, ¡es Aquel que fue enviado desde el mismo trono de Dios Padre,
luego que nuestro Señor Jesucristo fue glorificado!
¿Estamos
o no en la fe? ¿Creemos o no creemos? Creemos que Jesús es el Hijo de Dios.
Creemos que el Señor Jesús murió por nosotros en la cruz y que resucitó al
tercer día. ¡Somos creyentes! Creemos que el Señor Jesús traspasó los cielos y
hoy está sentado a la diestra del Padre. Creemos que envió el Espíritu Santo a
morar en nuestros corazones.
Amados
hermanos, que podamos comprender lo que el Espíritu habla en este día. «El que
tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice…».
¿Cuánto
influye el Huésped que está en nosotros? ¿Cuánta atención le prestamos? ¿Cuánto
respeto tenemos a esa Persona que está morando? Hermano, ¿por qué, el que mora,
no siempre nos llena?
Juan
el Bautista dijo que el que venía tras él bautizaba con Espíritu Santo y fuego.
Ese fuego está en ti y está en mí. Pero, seamos sinceros, seamos honestos: ¿Qué
tan vivo está ese fuego? El problema no
es la presencia, sino la debilidad de tal fuego. El Huésped ignorado tiene la
capacidad de arder y quemar con fuerza, de ser avivado. ¿Cómo está su corazón?
Una de las características que más desagrada al Señor es la tibieza en medio de
su pueblo. La tibieza es una característica de estos tiempos. Y el Señor llega
a decir: «Ojalá fueses frío», pero la tibieza le provoca una reacción de
rechazo muy grande.
El
Señor debe ser agradado; y él no se agrada de un fuego que está muriéndose. Él
«no apagará el pábilo que humea»; no lo apaga, no quiere apagarlo – Él quiere
avivarlo. Hermanos, ¿cuánta experiencia tenemos con el poder del Espíritu
Santo?
Vamos
a 1ª Corintios 6:19. Esta es una palabra que debemos tener siempre presente.
«¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido
comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios». ¡Cuánta riqueza hay en estas palabras!
¿Acaso alguno de nosotros las ignoraba?
Amados
hermanos, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, «está en vosotros ... el
cual tenéis de Dios». ¡Oh, si conociéramos el tiempo de nuestra visitación, si
le diésemos a este Huésped la importancia que merece! Hermanos, ¿no es ésta una
riqueza inmensa?
¿Quién
es el que nos habita? Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Siempre nuestra mente quedará limitada en la
comprensión de la Trinidad. Pero el Señor dijo estas palabras: «No os dejaré
huérfanos; vendré a vosotros… En aquel día –hoy– vosotros conoceréis que yo
estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros –el Señor está en
nosotros– El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos
a él, y haremos morada con él» (Jn. 14:23).
¡Oh,
si pudiésemos tener cabal comprensión de esta solemne realidad! ¡Que el Señor
revele su bendita palabra a cada corazón! Este no era un problema para la
iglesia del principio en Jerusalén. La presencia, la vida y el gobierno del
Espíritu Santo era una bendita y permanente realidad. Suspiremos por una
genuina restauración de la iglesia, y no descansemos hasta que se cumpla la
promesa: ¡La gloria postrera será mayor!
Hablamos
a la iglesia; estamos entre creyentes, hombres y mujeres que conocemos al
Señor, que le amamos. Él es real y verdadero entre nosotros. Le bendecimos,
pues ha escogido nuestras vidas para que seamos Su templo.
Hablar
del Huésped ignorado es algo que nos humilla. Que nos golpea. ¿Cómo hemos
tratado al Rey? ¿Cuánto de la voz del Rey ha sido desatendida? ¡Cuánto hemos
perdido, hermanos!
Si
el Espíritu inspira, vivifica, y llena con poder, si el Espíritu da
discernimiento y testimonio, entonces, desatenderle es una pérdida
incalculable, es una necedad del corazón. ¡Tal es la razón de la debilidad
imperante entre la mayoría de los cristianos!
Pero
aquí la Escritura lo está diciendo positivamente: «…el cual tenéis de Dios».
¿Esta palabra era para los corintios solamente? ¡Era para nosotros! Hermano,
¡usted lo tiene! El problema es que este Huésped no es tomado en cuenta. La
conversación es con otras personas, y la atención se ocupa en los elementos más
diversos; muchas cosas ocupan un valioso espacio en los corazones de sus hijos.
¡Y el Rey no ocupa el lugar que le corresponde!
La visitación de
Dios
Isaías
48:16-18. Oigamos lo que el Señor habla a su pueblo: Así ha dicho Jehová,
Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña
provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir». «¡Oh, si
hubieras atendido a mis mandamientos!». «¡Oh…!». ¿Qué significa este «¡Oh!» del
Espíritu de Dios? El Huésped fue ignorado.
El
Señor lloró sobre Jerusalén, porque no conocieron el día de su visitación; el
rey no fue honrado como merecía, y no fue oído como debió haber sido oído, y
por tanto no se atendió a sus mandamientos. ¿Y qué le aconteció a Jerusalén?
¡No quedó piedra sobre piedra! Fue destruida, no porque no tuviese llamamiento,
no porque no fuese un pueblo escogido; sino por su ceguera.
Y
todo eso lo decimos del Espíritu Santo, que tenemos de Dios. «¡Oh, si hubieras
atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia
como las ondas del mar». ¡Paz como un río! Hermanos amados, a esto estamos
siendo nosotros llamados. A tener paz como un río.
Todo
lo que nos ha ocurrido: esa falta de paz, esa falta de justicia, esa falta de
fruto, esa falta del fluir de las aguas vivas, tiene este sello: «¡Oh, si
hubieras atendido a mis mandamientos!». ¡Cuántas veces el Espíritu Santo vino a
guiarnos!, pero fue contristado. El
Huésped ha sido ignorado y relegado una y otra vez. La historia de la iglesia
es implacable testigo de esta grave falta. Mas esta palabra viene como un
socorro para nuestros corazones.
¿Qué
nos falta, hermanos? El Espíritu Santo está en nosotros, acompañando a nuestro
espíritu. Pero nuestra alma es muy inquieta. «¿Por qué te abates, oh alma mía,
y te turbas dentro de mí? Espera en Dios…» (Sal. 42:5). Este es el suave
susurro del Espíritu Santo dentro de los hijos de Dios.
¿Cuánto
conocemos del ministerio del Espíritu? ¿Cuánto le atendemos en nuestra
experiencia diaria? Estamos pobres, todavía no estamos agradando el corazón del
Señor. Y cuando esto ocurre, las cosas no nos resultan; intentamos hacer algo,
y fracasamos una y otra vez.
Estas
tres cosas están en las Escrituras: «No contristéis al Espíritu… No apaguéis el
Espíritu… resistís al Espíritu». Hermanos, ¿habrá alguno aquí que nunca haya
contristado al Espíritu? ¿Hay motivos para arrepentirse hoy? ¡Qué mal nos ha
ido cuando le hemos contristado! Le hemos tratado mal, no hemos atendido a los
movimientos del Espíritu Santo aquí adentro, que nos llevan a Cristo, al
carácter de Cristo, a la mansedumbre, a la ternura, a la paz, a la vida
poderosa.
Este
es el día de nuestra visitación. El Espíritu Santo está aquí; y debe sentirse
libre para ejercer su ministerio. El Espíritu Santo vino para ser un río que
fluye abundante y sin interrupción, para llevarse toda amargura, tristeza y
debilidad, para «fortalecernos con poder en el hombre interior». Esto quiere el
Señor; esta es Su medida.
Inclinémonos
con humildad ante el Señor, que podamos atender al Huésped ignorado, que nos
llene a todos. Para que seamos sensibles a Su voz dentro de nosotros, porque él
quiere inspirar, ungir y vivificar, quiere hablar poderosamente, y así
glorificar a Cristo en nosotros, formando ese carácter santo, a la medida de Su
estatura.
¡Que
el bendito Espíritu Santo pueda cumplir con gozo su maravilloso ministerio en y
a través de nosotros! ¡Que así sea!
Amén.
Aguasvivas.cl
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