martes, 20 de enero de 2015

El Huésped ignorado





(Luc. 19:41-44); (1 Cor. 6:19-20); (Isa. 48:16-18).

Lo que el Señor Jesús fue para los discípulos en los días de su carne, lo es el Espíritu Santo para nosotros en este tiempo. Por esta razón, el Señor Jesús dijo: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (Jn. 16:7).

Hubo un trato que se le dio al Señor Jesús, que es similar al que se le da hoy al Espíritu Santo, y esta es la carga que quisiéramos liberar hoy.


Jerusalén rechazó al Señor

El evangelio de Lucas 19:41-44 dice: «Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación».

La ciudad no alegró al Señor Jesús, sino que lo entristeció. Aunque muchas personas le aclamaron a su llegada, sin embargo, Jerusalén le provoca al Señor un llanto. Esa ciudad es figura de la Jerusalén celestial del libro de Apocalipsis; es figura también de la iglesia.

«Oh, si conocieses a lo menos en este tu día…», porque ese día quedó marcado en los cielos, pues significaba mucho para su paz, ¡quien estaba presente era el Príncipe de paz! «Mas ahora está encubierto de tus ojos».

La ciudad de Jerusalén, en aquellos días, no le dio al Rey la honra que merecía, no le prestó atención. Los escribas judíos habían estudiado a los profetas que anunciaban la venida del Mesías, pero aquel conocimiento histórico, religioso, de nada sirvió cuando él se hizo presente. No fueron capaces de reconocer su presencia; tampoco fueron capaces de oír su voz, y menos aun de obedecer a su palabra.

Amados hermanos, ¿acaso hoy no ocurre exactamente lo mismo con el Espíritu Santo? Cuán diferentes son estos días de aquellos relatados en Hechos capítulo 2. Los discípulos estaban unánimes, juntos, esperando su llegada. ¡Qué precioso fue lo que ocurrió en la ciudad de Jerusalén el día de Pentecostés! Fueron todos llenos del Espíritu Santo. Podemos decir que el Espíritu Santo cumplió gozoso su objetivo y el Señor obtuvo una iglesia gloriosa en Jerusalén en aquellos días.

Mas nosotros – los creyentes que hemos nacido casi al final de los tiempos – hemos hallado pasajes como éste en las Escrituras: «La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera» (Hageo 2:9). Si consideramos que aquella «casa», la iglesia en Jerusalén,  es la misma casa espiritual, la iglesia, como hoy la vemos revelada por el mismo Señor a nuestros corazones, entonces podemos, legítimamente, aspirar al cumplimiento de aquella profecía de Hageo. La «gloria primera» ya fue vivida por los primeros apóstoles y discípulos, hoy es nuestro día; se acerca el día de la «gloria postrera», la presencia y la presidencia del Espíritu ha de ser semejante, y aun mayor, en los días finales de la iglesia en la tierra.

En un aspecto, nosotros somos una generación muy privilegiada; tenemos el Nuevo Testamento en nuestras manos, podemos además conocer los aciertos y desventuras de la iglesia a través de la historia. Podemos conocer en qué lugares y a través de qué personas y bajo qué circunstancias el Espíritu Santo volvió a tener expresión en muchos santos.

Pero, hermanos, ¿qué estamos haciendo nosotros con esa historia? ¿Dónde la tenemos archivada? ¿Cuánto está influyendo hoy en nosotros la palabra del Señor y, cuánto estamos anhelando las cosas mejores? ¿Qué es lo que agradó el corazón del Señor? El Señor quiere tener una iglesia madura, gloriosa, llena de su Espíritu. Al cerrarse la historia, la maldad se multiplica a nuestro alrededor. ‘¡Oh, qué mal está el mundo!’, decimos. Pero deberíamos llorar y decir: ‘¡Qué dolor, que estando el mundo así, no haya una iglesia que se levante con poder, como en el principio, con gracia, con sabiduría!’. ¿Dónde está esa unción hoy?

Hermanos, ¿estamos nosotros reconociendo el tiempo de nuestra visitación? El Espíritu Santo ha venido. No tenemos duda alguna de que el Espíritu Santo nos mora.



El Espíritu Santo nos mora

¿En qué reconocemos que el Señor nos mora? Primero, que anhelamos reunirnos. Y si alguna vez hay algún sentimiento contrario, prevalece el Espíritu del Señor que mora en nosotros, y nos trae a estar con los hermanos. La primera obra del Espíritu Santo fue convencernos de que  éramos pecadores; y muy luego nos convenció del perdón de nuestros pecados por la sangre del Cordero.

Luego, aquellos a quienes el Espíritu Santo les mora, no se tienen por santos acabados, sino por pecadores dignos de misericordia, y alaban al Señor por su misericordia. ¿Es ésa su realidad, hermano? Entonces, el Espíritu Santo le está morando; de lo contrario, usted diría: ‘¿Y qué sé yo quién escribió esa Biblia? ¿Y cómo sé yo si todo esto no es más que un gran invento, un gran negocio?’. Así razona el incrédulo, el que es ajeno, aquel a quien Satanás le tiene los ojos cegados, y que no conoce a Cristo.

Pero nosotros amamos lo que es del Señor. Y esto también es un trabajo del Espíritu Santo. Si aparece alguien con una doctrina extraña, no le podemos recibir, porque discernimos lo que no está conforme a las palabras del Señor. También, cuando nos encontramos con un nuevo hermano en Cristo, sin conocerle previamente, se nos enciende el corazón, y damos gracias, porque es nuestro hermano. Esa es la obra del Espíritu Santo, que mora en nuestros corazones.

Cuando hacemos algo indebido, cuando surge un pensamiento incorrecto, hay una tristeza interior, algo ocurre aquí adentro; hay un «sensor» que se enciende. ¿Le pasa eso a usted? Eso es porque hay Alguien que está aquí, en lo profundo del corazón, diciendo: ‘No, no, eso no’. ¡Gracias, Señor, por la morada de tu Espíritu!


El Huésped más ilustre está siendo ignorado

Pero, a la luz del Nuevo Testamento, ¿es suficiente que el Espíritu nos more? Me temo que no. Recordemos la palabra leída. El Señor Jesús vino a la ciudad de Jerusalén; pero no recibió la honra debida. Y nos referimos ahora al Espíritu. La pregunta es: este huésped, ¿está recibiendo la honra y  la atención que se merece? ¿O el Espíritu Santo es el Huésped ignorado?

Amado hermano, expliquémoslo un poco con términos humanos. ¿Le ha ocurrido a usted alguna vez que, en un grupo de personas, usted pasa inadvertido? Usted está presente, pero nadie lo toma en cuenta. Esta es una experiencia muy triste. Tu palabra no importa, tu presencia no  tiene valor. En el mundo natural, la gravedad de esta falta está dada según la importancia o rango de la persona que es ignorada.

Hermanos, ¿de qué huésped estamos hablando hoy? El que vino a hacer morada a tu corazón y a mi corazón, ¡es Aquel que fue enviado desde el mismo trono de Dios Padre, luego que nuestro Señor Jesucristo fue glorificado!

¿Estamos o no en la fe? ¿Creemos o no creemos? Creemos que Jesús es el Hijo de Dios. Creemos que el Señor Jesús murió por nosotros en la cruz y que resucitó al tercer día. ¡Somos creyentes! Creemos que el Señor Jesús traspasó los cielos y hoy está sentado a la diestra del Padre. Creemos que envió el Espíritu Santo a morar en nuestros corazones.

Amados hermanos, que podamos comprender lo que el Espíritu habla en este día. «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice…».

¿Cuánto influye el Huésped que está en nosotros? ¿Cuánta atención le prestamos? ¿Cuánto respeto tenemos a esa Persona que está morando? Hermano, ¿por qué, el que mora, no siempre nos llena?

Juan el Bautista dijo que el que venía tras él bautizaba con Espíritu Santo y fuego. Ese fuego está en ti y está en mí. Pero, seamos sinceros, seamos honestos: ¿Qué tan vivo está ese fuego?  El problema no es la presencia, sino la debilidad de tal fuego. El Huésped ignorado tiene la capacidad de arder y quemar con fuerza, de ser avivado. ¿Cómo está su corazón? Una de las características que más desagrada al Señor es la tibieza en medio de su pueblo. La tibieza es una característica de estos tiempos. Y el Señor llega a decir: «Ojalá fueses frío», pero la tibieza le provoca una reacción de rechazo muy grande.

El Señor debe ser agradado; y él no se agrada de un fuego que está muriéndose. Él «no apagará el pábilo que humea»; no lo apaga, no quiere apagarlo – Él quiere avivarlo. Hermanos, ¿cuánta experiencia tenemos con el poder del Espíritu Santo?

Vamos a 1ª Corintios 6:19. Esta es una palabra que debemos tener siempre presente. «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios». ¡Cuánta riqueza hay en estas palabras! ¿Acaso alguno de nosotros las ignoraba?

Amados hermanos, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, «está en vosotros ... el cual tenéis de Dios». ¡Oh, si conociéramos el tiempo de nuestra visitación, si le diésemos a este Huésped la importancia que merece! Hermanos, ¿no es ésta una riqueza inmensa?

¿Quién es el que nos habita? Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Padre, Hijo y Espíritu Santo. Siempre nuestra mente quedará limitada en la comprensión de la Trinidad. Pero el Señor dijo estas palabras: «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros… En aquel día –hoy– vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros –el Señor está en nosotros– El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él» (Jn. 14:23).

¡Oh, si pudiésemos tener cabal comprensión de esta solemne realidad! ¡Que el Señor revele su bendita palabra a cada corazón! Este no era un problema para la iglesia del principio en Jerusalén. La presencia, la vida y el gobierno del Espíritu Santo era una bendita y permanente realidad. Suspiremos por una genuina restauración de la iglesia, y no descansemos hasta que se cumpla la promesa: ¡La gloria postrera será mayor!

Hablamos a la iglesia; estamos entre creyentes, hombres y mujeres que conocemos al Señor, que le amamos. Él es real y verdadero entre nosotros. Le bendecimos, pues ha escogido nuestras vidas para que seamos Su templo.

Hablar del Huésped ignorado es algo que nos humilla. Que nos golpea. ¿Cómo hemos tratado al Rey? ¿Cuánto de la voz del Rey ha sido desatendida? ¡Cuánto hemos perdido, hermanos!

Si el Espíritu inspira, vivifica, y llena con poder, si el Espíritu da discernimiento y testimonio, entonces, desatenderle es una pérdida incalculable, es una necedad del corazón. ¡Tal es la razón de la debilidad imperante entre la mayoría de los cristianos!

Pero aquí la Escritura lo está diciendo positivamente: «…el cual tenéis de Dios». ¿Esta palabra era para los corintios solamente? ¡Era para nosotros! Hermano, ¡usted lo tiene! El problema es que este Huésped no es tomado en cuenta. La conversación es con otras personas, y la atención se ocupa en los elementos más diversos; muchas cosas ocupan un valioso espacio en los corazones de sus hijos. ¡Y el Rey no ocupa el lugar que le corresponde!


La visitación de Dios

Isaías 48:16-18. Oigamos lo que el Señor habla a su pueblo: Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir». «¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos!». «¡Oh…!». ¿Qué significa este «¡Oh!» del Espíritu de Dios? El Huésped fue ignorado.

El Señor lloró sobre Jerusalén, porque no conocieron el día de su visitación; el rey no fue honrado como merecía, y no fue oído como debió haber sido oído, y por tanto no se atendió a sus mandamientos. ¿Y qué le aconteció a Jerusalén? ¡No quedó piedra sobre piedra! Fue destruida, no porque no tuviese llamamiento, no porque no fuese un pueblo escogido; sino por su ceguera.

Y todo eso lo decimos del Espíritu Santo, que tenemos de Dios. «¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar». ¡Paz como un río! Hermanos amados, a esto estamos siendo nosotros llamados. A tener paz como un río.

Todo lo que nos ha ocurrido: esa falta de paz, esa falta de justicia, esa falta de fruto, esa falta del fluir de las aguas vivas, tiene este sello: «¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos!». ¡Cuántas veces el Espíritu Santo vino a guiarnos!,  pero fue contristado. El Huésped ha sido ignorado y relegado una y otra vez. La historia de la iglesia es implacable testigo de esta grave falta. Mas esta palabra viene como un socorro para nuestros corazones.

¿Qué nos falta, hermanos? El Espíritu Santo está en nosotros, acompañando a nuestro espíritu. Pero nuestra alma es muy inquieta. «¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios…» (Sal. 42:5). Este es el suave susurro del Espíritu Santo dentro de los hijos de Dios.

¿Cuánto conocemos del ministerio del Espíritu? ¿Cuánto le atendemos en nuestra experiencia diaria? Estamos pobres, todavía no estamos agradando el corazón del Señor. Y cuando esto ocurre, las cosas no nos resultan; intentamos hacer algo, y fracasamos una y otra vez.

Estas tres cosas están en las Escrituras: «No contristéis al Espíritu… No apaguéis el Espíritu… resistís al Espíritu». Hermanos, ¿habrá alguno aquí que nunca haya contristado al Espíritu? ¿Hay motivos para arrepentirse hoy? ¡Qué mal nos ha ido cuando le hemos contristado! Le hemos tratado mal, no hemos atendido a los movimientos del Espíritu Santo aquí adentro, que nos llevan a Cristo, al carácter de Cristo, a la mansedumbre, a la ternura, a la paz, a la vida poderosa.

Este es el día de nuestra visitación. El Espíritu Santo está aquí; y debe sentirse libre para ejercer su ministerio. El Espíritu Santo vino para ser un río que fluye abundante y sin interrupción, para llevarse toda amargura, tristeza y debilidad, para «fortalecernos con poder en el hombre interior». Esto quiere el Señor; esta es Su medida.

Inclinémonos con humildad ante el Señor, que podamos atender al Huésped ignorado, que nos llene a todos. Para que seamos sensibles a Su voz dentro de nosotros, porque él quiere inspirar, ungir y vivificar, quiere hablar poderosamente, y así glorificar a Cristo en nosotros, formando ese carácter santo, a la medida de Su estatura.

¡Que el bendito Espíritu Santo pueda cumplir con gozo su maravilloso ministerio en y a través de nosotros! ¡Que así sea!

Amén.





Aguasvivas.cl

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