Muchas
veces hemos oído y hablado de nuestro Señor Jesucristo como el misterio que
Dios tuvo escondido en su corazón por siglos y edades, y nos hemos gozado
indeciblemente con la dicha de recibir la revelación de este misterio.
Más aún, hemos sido testigos del agrado del
Padre en revelarnos a su Hijo como el Cordero, muriendo en la cruz como el
magno sacrificio de Dios contra el pecado del mundo.
Pero ahora tenemos ante nosotros el otro
gran misterio, tan precioso como aquél, e inseparablemente unido a él: La
Iglesia.
La Iglesia es el misterio que nuestro Señor
tuvo escondido también en su corazón desde el principio de los tiempos.
Y la revelación de este misterio no es
menos gozosa para el corazón del creyente en Cristo.
La Iglesia no es lo que nos han enseñado
comúnmente que es. La Iglesia no es nada humano.
Si bien está compuesta de personas, la
Iglesia es mucho más que eso.
Ella no es mensurable, ni tampoco es
manipulable.
El camino de la Iglesia está fuera del
alcance del hombre, porque ella es sólo de Cristo y para Cristo: Es Novia y será
Esposa.
Tampoco la Iglesia del Señor es sinónimo de
‘cristiandad’, ni de ‘instituciones religiosas’.
La Iglesia está hoy en la tierra, pero es
invisible a los ojos de la mayoría de los hombres. Porque si Cristo no revela
su Iglesia a alguien que Él escoja, nadie la puede conocer.
Tal como el Padre revela a su Hijo, el Hijo
tiene que revelar a su Iglesia para que ésta deje de ser un misterio en el
corazón de una persona.
Conceda el Señor, en su gracia, el
privilegio de recibir esta preciosa revelación, y de vivir en consonancia con
ella.
¡Dios les bendiga!
Aguasvivas.cl
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