Pero
el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente.
(1 Corintios 2: 14)
¿Cuál es la naturaleza más íntima del
hombre?
¿Cuál sería la radiografía del hombre -si
pudiésemos realizar una- tal como Dios lo ve?
En la Biblia el hombre en su estado normal
es conocido como "el hombre natural". Veamos cuál es su condición.
El término "hombre natural" es
fácil de comprender. Bajo este título nosotros encontramos cualquier sombra
posible de carácter, de temperamento y de disposición humana.
En la esfera de su naturaleza, el hombre se
mueve entre dos extremos: usted puede verlo en su punto más alto de
culturización, o puede verlo en el punto más bajo de su degradación.
Puede verlo rodeado con todas las ventajas,
las riquezas materiales, los refinamientos y las así llamadas dignidades de la
vida de la civilización, o puede encontrarlo hundido en las costumbres más
vergonzosas de la existencia salvaje.
Puede verlo en casi todos los grados y
rangos, clases y castas, en las cuales la familia humana se ha distinguido a sí
misma.
Luego, aun en una misma clase o casta,
usted puede encontrar los más vívidos contrastes en la forma de ser de su
carácter, temperamento y disposición.
Allí, por ejemplo, hay un hombre de un
temperamento tan atroz que él realmente causa horror a todo aquel que lo
conoce; él es lo peor de su círculo familiar y es una perfecta nulidad para la
sociedad.
Puede ser comparado a un puerco-espín con
sus aristas perfectamente levantadas, y si usted se encuentras con él no querrá
volverlo a ver nunca más.
También tenemos, por otro lado, a un hombre
con la más dulce de las disposiciones y con un temperamento de lo más amigable.
Es tan sugestivo como el otro es repulsivo.
Es tierno, amoroso, es un esposo fiel, amable, afectuoso, un padre muy
considerado, inteligente, un vecino amable, un amigo generoso y amado por
todos, y justamente, mientras usted más lo conoce más le agrada, y si lo
encuentra una vez le agradaría volverlo a encontrar una y otra vez.
Podemos encontrar en la esfera de la
naturaleza a un hombre que es falso, entrañablemente malo. Se deleita en la
mentira y el engaño. Es un hombre vil aun en sus pensamientos, en sus palabras
y en su forma de ser, tanto, que a nadie
le agradaría tenerlo cerca.
Por otra parte, puede encontrar usted un
hombre con grandes principios, franco, honorable, generoso, un hombre a quien
realmente le avergonzará decir una mentira o realizar un acto vil. Su
reputación es intachable, tiene un carácter excepcional.
Su palabra es tomada muy en cuenta; es una
persona con la cual cualquiera de nosotros le gustaría tratar, con un carácter
natural casi perfecto; un hombre del que nosotros podríamos decir, como dijo el
Señor Jesús a aquél hombre rico: " Aún te falta una cosa",
(Luc. 18:22).
Finalmente, a medida que vemos la esfera de
la naturaleza humana, nos podemos encontrar con el ateo, cuyo agrado es negar
la existencia de Dios.
Es el infiel que niega la revelación de
Dios, es el escéptico y el racionalista que no cree en nada, y, por otro lado,
podemos hallar al devoto supersticioso que ocupa su tiempo en oraciones,
ordenanzas y ceremonias, y que se siente seguro de haber ganado un lugar en el
cielo debido a sus observancias religiosas, debido a sus obras.
Podemos encontrar una gama inimaginable de
opiniones religiosas, de iglesias altas, iglesias bajas, o sencillamente de gentes
sin iglesias, hombres que sin una chispa de vida divina en sus almas están
contendiendo por las formas sin poder de una religión tradicional.
Ahora bien, existe un inmenso, terrible y
solemne hecho común a todas estas varias clases y castas, grados y condiciones
de hombres que ocupan la esfera de lo natural: Y es que no existe ni un solo
lazo entre ellos y el cielo, no existe ni una sola forma de unión entre el Salvador
que se sienta a la diestra de Dios, y ellos. Ni un solo lazo con la nueva
creación.
Ellos son inconversos y sin Cristo. En lo
tocante a Dios, a Cristo, a la vida eterna y al cielo, todos, aun cuando
difieren moral, social, cultural o religiosamente, todos ellos se ubican en el
mismo lado: están lejos de Dios, sin Cristo, están en sus pecados, están en su
carne, ellos son del mundo, están en el mundo y están en camino directo al
infierno.
Hay mucha, mucha gente que no quiere creer
esto, pero realmente debemos escuchar la voz de las Sagradas Escrituras.
Los falsos maestros pueden negarlo. Los
infieles pueden pretender -sonriendo- que esto no es verdad, pero la Escritura Sagrada
es clara con respecto a esto: habla acerca de los lugares donde el fuego nunca
se apaga y donde los gusanos no mueren.
Y es realmente una tontería ponernos a
pensar que cualquiera de nosotros podría quedar fuera del testimonio de la
Palabra de Dios con respecto a este tema.
Es mucho
mejor que el testimonio caiga con
todo su peso y autoridad sobre el corazón y la conciencia; es infinitamente
mejor huir de la ira venidera, que atreverse a negar lo que viene, porque
cuando venga, permanecerá para siempre. Sí, para siempre.
¡Qué tremendo pensamiento!
¡Qué consideración más abrumadora!
Ojalá que esto hable a los no convertidos
para que los lleve a gritar: "¿Qué
debo hacer para ser salvo?" (Hech. 16:30)
Sí, aquí está la pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?".
Y la divina respuesta se encuentra en las
siguientes palabras que salieron de los labios de los más altos embajadores de
Cristo: "Arrepiéntete y conviértete",
dijo Pedro al Judío. "Cree en el
Señor Jesucristo", dijo Pablo al Gentil.
Y de nuevo, el último de estos dos benditos
mensajeros define este aspecto: "Testificando
al judío y también al griego para que se vuelvan a Dios, y crean en el Señor
Jesucristo". (Hech.20:21)
¡Qué simple, pero qué real!
¡Qué profundo y qué terriblemente
práctico!.
No es una fe nominal o de la mente. No es
decir "yo creo". No, es algo mucho más profundo y más serio que eso.
Es realmente muy alarmante que una gran
cantidad de fe profesada en nuestros días sea terriblemente superficial, y que
muchos de los que asisten a las reuniones y conferencias sean oidores
insensibles. El arado de la convicción y del arrepentimiento no ha pasado sobre
ellos.
El terreno nunca ha sido arado. La flecha
de convicción no ha profundizado en ellos; nunca han sido quebrantados.
La predicación del evangelio a tales
personas es como derramar semilla preciosa en el duro pavimento. No penetra en
las profundidades del alma, la conciencia no es alcanzada, el corazón no es
afectado.
La semilla queda en la superficie, no tiene
raíces y prontamente perece.
Me gustaría hacer la siguiente pregunta:
¿Tiene Ud. la vida eterna? ¿La tiene?.
"Todo
aquel que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna". ¡Qué gran
realidad!
Y si usted no la ha conseguido, no ha
conseguido nada.
Todavía está en la esfera de la naturaleza
de la cual hemos hablado tanto. Si usted todavía está allí, no importa si es el
mejor de los ejemplos que hemos presentado, amigable, afable, franco, generoso,
veraz, honorable, amado, educado, culto e incluso piadoso desde el punto de
vista humano.
Usted puede ser todo esto y no tener la más
mínima pulsación de la vida eterna en su alma.
Esto puede sonarle muy duro y severo, pero
es la verdad y usted realmente va a darse cuenta que es la verdad ahora o más
tarde, sin duda alguna.
Pero a todos nosotros nos gustaría mucho
que usted se diera cuenta de esto, ahora. Nosotros queremos que usted vea que
está en bancarrota espiritual, en el más amplio sentido de la palabra.
Usted ha sido declarado en quiebra en los
cielos. "Todos aquellos que están en
la carne no pueden agradar a Dios".
¿Ha pensado alguna vez en esto? ¿Ha visto
alguna aplicación en su propia vida?
Todo el tiempo que usted no se haya
arrepentido, que sea inconverso, que sea incrédulo, usted no puede hacer ni una
sola cosa para agradar a Dios. Ni una sola.
"En la carne" y "en la
esfera de la naturaleza" significan lo mismo; y mientras usted esté allí
no puede agradar a Dios.
Usted debe nacer de nuevo, debe ser
renovado en lo más profundo de su ser. Una naturaleza no renovada es imposible
que vea, realmente es imposible que entre en el reino de Dios.
Usted debe nacer del agua y del Espíritu
(Juan 3: 5), esto es, por la Palabra viva de Dios y por el Espíritu Santo.
No hay ninguna otra forma de entrar al
reino de los cielos.
No es por nuestro propio mejoramiento sino
por un nuevo nacimiento espiritual, que podemos alcanzar el bendito reino de
Dios.
"Lo
que es nacido de la carne, carne es", y "la carne para nada aprovecha", porque "los que están en la carne no pueden agradar
a Dios".
¡Qué directo es todo esto! ¡Qué personal!
No es para generalizar, no es para ponerse
a pensar relajadamente y decir: "todos somos pecadores". No. Esto es
un asunto intensamente individual.
Usted debe nacer de nuevo y si pregunta
"¿cómo?", escuche la respuesta divina de los labios del mismo Señor
Jesús: "Así como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así el Hijo del Hombre será levantado para que todo
aquel que en El cree no se pierda mas tenga vida eterna" (Juan 3:
14-15).
He aquí el remedio para todo corazón
quebrantado, para toda conciencia herida, para todo pecador a quien solamente
le espera el infierno; para cada uno que se siente perdido, que confiesa sus
pecados, que se juzga a sí mismo; para cada alma cansada.
Aquí está la promesa bendita del propio
Dios: Jesús murió para que usted pudiera vivir… Jesús fue condenado para que
usted pudiera ser justificado. Jesús
bebió la copa amarga de la ira para que usted pudiera beber la copa dulce de la
salvación.
Mírelo a Él colgando en una cruz por usted.
Crea que Él satisfizo todas las exigencias de la justicia delante del trono de
Dios. Vea todos sus pecados que yacen sobre Él, toda su culpa imputada a Él; su
entera condición representada y dispensada por Él.
Vea que su muerte expiatoria respondía
perfectamente por todo lo que podía haber en contra suya. Véale a Él levantarse
de la muerte habiendo cumplido todo. Mírelo ascendiendo a los cielos llevando
en su divina persona las marcas de su tormento ya terminado.
Mírelo a Él sentado en el Trono de Dios, en
el lugar más Alto del Poder Eterno. Mírelo
a Él coronado de gloria y honor.
Crea en Él y recibirá el perdón de pecados,
y recibirá el regalo de la vida eterna, y el sello del Espíritu Santo.
Usted pasará entonces de la esfera de lo natural
a la esfera de lo espiritual, y a partir de entonces será "un hombre en
Cristo"
¿Cuál va a ser su elección?
C.
H. Mackintosh
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