Cuando
los que iban adelante ya no están, surge la pregunta inevitable.
El principio de nuestra vida cristiana la
senda parece estar claramente definida para nosotros. Debemos seguir las
pisadas de otros, depender de sus máximas, seguir sus consejos, hasta que de
repente nos hallamos a la cabeza de la marcha, sin huellas delante de nosotros
por toda la expansión del desierto. Es sólo cuando los años han pasado sobre
nuestra cabeza cuando este sentido de que estamos sin camino, nos oprime.
En semejantes ocasiones, los labios de
Cristo contestan: “Yo soy el camino”.
En todas partes de los Hechos de los
apóstoles hallamos que el término casi invariable por el cual el Evangelio era
conocido, era “El camino”, como si los primeros creyentes estuvieran
embriagados con el éxtasis del sentimiento de que al fin habían descubierto el
curso de la vida bendita, la senda que los llevaría por las perplejidades de la
tierra y los traería a la ciudad de Dios.
Y si
hubiéramos suplicado a cualquiera de ellos que diera un equivalente del término
que empleaba tan constantemente, habría contestado, sin vacilar ni un momento: JESÚS.
Probablemente no haya mejor manera de
cerciorarnos del verdadero método de vida que preguntarnos cómo Jesús habría
obrado bajo circunstancias semejantes. Su temple, su manera de mirar las cosas,
su voluntad, resuelven todas las perplejidades.
Cuando el pueblo salió de Egipto, el Señor
precedía la marcha en la nube Shekinah que se movía suavemente sobre el arca.
Cuando ésta se adelantaba, levantaban sus tiendas y seguían; cuando se paraba,
ellos se detenían y tendían el campamento.
Era la única guía visible y estable a
través de aquel desierto sin caminos. No había nada de esto cuando Esdras
condujo el primer destacamento de desterrados de Babilonia a Sion; pero, aunque
invisible, el divino guía estaba igualmente en frente de la marcha. Así es,
también, en la experiencia diaria.
Cuando el camino se divide, cuando la senda
se pierde en la hierba, cuando la expansión del desierto se extiende delante
sin una senda marcada, párate; haz una observación; haz callar todas las voces en
la presencia de Cristo; pregunta lo que Él querría que se hiciera.
Acuérdate de que el Buen Pastor, cuando saca
a sus ovejas, va siempre delante de ellas y ellas le siguen. Jesús siempre va
delante de nosotros en cada llamamiento al deber, en cada demanda de
abnegación, en cada llamamiento para consolar, ayudar, y salvar.
Teniendo a Dios detrás como Retaguardia, y
a Dios en frente como Conductor, y a Dios guiándonos con cánticos de
liberación, no puede haber duda de que al fin llegaremos a aquella Sion en que
no hay desiertos, y cuyos muros nunca han sido sacudidos por el ataque de
hombres armados.
Aguasvivas.cl
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