El
Doble No-Me-Olviden
por
Charles Spurgeon
Texto
bíblico: "Haced esto en memoria de
mí." (1 Corintios 11:24)
Hay quienes consideran que la Cena del
Señor no es una ordenanza divina; afirman que este mandamiento no se encuentra
en la Escritura.
Desde hace tiempo he renunciado a
comprender las interpretaciones de otras personas, pues algunas de ellas están
construidas sobre principios tan peculiares, que yo creo que el propio Espíritu
Santo nunca revelaría una verdad en una forma así, pero hay quienes entienden
que Él quiso decir exactamente lo opuesto de lo que dijo.
Ahora, para mí, el mandamiento de Cristo de
observar la cena del Señor, es tan claro y tan positivo, que se requeriría de
una mayor inventiva de la que poseo para poder justificarme como cristiano, si
descuidara el mandato de la comunión.
Conozco bastante de lo que otros han
inventado, pero yo mismo no puedo idear ningún silogismo, o argumento, o razón,
para hacer a un lado un claro precepto divino como el que está registrado en
este capítulo: "Que el Señor Jesús,
la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y
dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto
en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado,
diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces
que la bebiereis, en memoria de mí."
Si Cristo no quiso decir que debíamos hacer
esto y hacerlo en memoria de Él, entonces, ¿qué quiso decir?
Me parece que es muy claro y positivo que
eso es lo que quiso decir; y siendo de esta manera, el precepto viene a los
cristianos con una fuerza muy grande, pues es promulgado por la máxima
autoridad posible.
No es el apóstol Pablo quien nos dice que
hagamos esto en memoria de Cristo, sino es el propio Señor quien dice: "Haced esto en memoria de mí." Los
diez mandamientos están revestidos de suma solemnidad, porque fueron
promulgados por Dios mismo en el monte Sinaí, y el mandamiento que estamos
examinando no tiene un peso menor, pues fue establecido por el propio Hijo de
Dios, que verdaderamente pudo decir: "Yo
y el Padre uno somos."
También me parece que este mandamiento
adquiere singular solemnidad por la ocasión en que fue dado. Si la promulgación
de la ley fue especialmente solemne, porque "Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en
fuego," me aventuro a decir que la proclamación de este mandamiento
claro y positivo: "Haced esto en
memoria de mí," no es menos solemne, porque fue dado por "el Señor Jesús, la noche que fue entregado."
¿Qué otra noche, en la historia del mundo,
puede ser más augusta y más solemne para Él, y para nosotros que somos
creyentes en Él, que esa noche en la que fue con Sus discípulos, por última
vez, a Getsemaní?
Señor mío, puesto que este mandamiento fue
dado por Ti en una ocasión tan especial, ¿cómo podría tomarlo a la ligera, si
verdaderamente soy Tu discípulo? Que ninguno de nosotros, creyentes en Jesús,
viva en habitual desobediencia a este mandamiento Suyo.
Permítanme hacer otra observación
introductoria, consistente en que este mandamiento no fue establecido
únicamente para una ocasión, pues es citado por el apóstol Pablo cuando escribe
a los corintios, agregando estas significativas palabras: "Así, pues, todas las veces que comiereis
este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él
venga." Por tanto, el mandamiento permanece en vigor hasta el Segundo
Advenimiento; y hasta que el propio Cristo aparezca de nuevo sobre esta tierra,
estas conmemoraciones de Su pasión deben mantenerse constantemente ante
nosotros.
I.
En primer lugar, voy a recordarles LA NECESIDAD DE TAL CONMEMORACIÓN DE CRISTO:
"Haced esto en memoria de mí."
La necesidad existe, primero por causa de
nuestras memorias olvidadizas. La memoria, lo mismo que todas las demás
facultades, ha sido dañada por la Caída. Retiene más lo malo que lo bueno, y
como todos ustedes saben, recuerda con mayor facilidad los infortunios que los
beneficios.
Ciertamente es una manifestación de la
profunda depravación del corazón humano que estemos inclinados a olvidar a nuestro
Señor. ¿No hemos cantado a menudo: "A Getsemaní acaso puedo olvidar"?
Sin embargo, prácticamente hemos olvidado a Getsemaní, y no nos hemos
comportado con nuestro Señor como hemos debido hacerlo, si Getsemaní estuviera
grabado perpetuamente en nuestra memoria.
Sí, tenemos la tendencia a olvidar a
nuestro verdadero Amigo, nuestro bienamado Jesús, en Quien nuestras almas se
deleitan. Verdaderamente lo olvidamos, y deberíamos sentirnos humillados al
recordar que Cristo sabía qué tipo de amantes olvidadizos seríamos, y por eso
nos dio esta señal de amor, este doble no-me-olviden.
¿Acaso no existía una necesidad para este
mandamiento debido a nuestra condición de niños? No somos, mis queridos
hermanos y hermanas en Cristo, lo que todavía seremos. Nosotros nos
encontramos, en gran medida, en nuestra minoría de edad. Somos hijos de Dios y
herederos del Reino, pero al presente estamos bajo tutores y gobernadores.
Ahora, todo libro para niños debe contener
ilustraciones. Tal vez no seamos enteramente niños; hemos crecido algo, y
algunos cristianos consideran que hemos crecido tanto, que no necesitamos
dibujos; pero Jesús sabía que nosotros seríamos, en muchas cosas, niños
chiquitos o niños grandes, por lo que Él ha puesto dos cuadros en el Libro que
nos ha dado, para que recordemos que todavía no somos hombres, que todavía no
hemos alcanzado nuestro estado de plenitud.
Estas dos figuras son el Bautismo de los
creyentes y la Cena del Señor. Puesto que soy un niño, por eso se me deben dar
todavía emblemas y señales, pues son más vigorosos para mi mente que las
simples palabras.
Sin duda, también, las dos ordenanzas
fueron establecidas, y en particular ésta, porque todavía estamos en el cuerpo.
Todavía estamos vinculados a lo material; todavía no somos puramente espirituales,
y no tiene ningún sentido que pretendamos serlo. Algunas buenas personas se
quedan quietas hasta que son conmovidas, lo cual sería una forma admirable de
adoración si no poseyéramos ningún cuerpo; pero, en tanto que tengamos cuerpos,
debe haber algún tipo de vínculo entre lo espiritual y lo material, aunque los
vínculos sean muy escasos.
Cristo ha establecido dos de ellos; son
suficientes, pero no son demasiados, pues debe recordarse que viene un tiempo
en el que todo lo material será levantado y reunido con lo espiritual. "Porque también la creación misma será
libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos
de Dios."
Como para enseñarnos a no despreciar lo
material, a no considerar todo lo que pueda ser tocado y visto como
necesariamente inmundo y muy por debajo de la consideración de mentes
espirituales, nuestro Señor nos ha dado agua con la que nos podemos lavar, y
pan y vino, los productos de la tierra, que, aunque son terrenales, nos
permiten anticipar el tiempo cuando la tierra sacuda el abatimiento que se
desplomó sobre ella en la Caída, y, como una nueva tierra, con su nuevo cielo
de un azul puro que la cubra, se convertirá en un santo templo del Dios vivo.
A menudo me ha dolido comprobar que estas
dos ordenanzas, el Bautismo y la Cena del Señor, se han convertido en nidos en
los que el pájaro impuro de la superstición ha puesto sus huevos; pero el Señor
previó eso cuando instituyó estas ordenanzas; sin embargo, yo me he gozado a
menudo, a pesar de ese tropiezo, porque por medio de estos símbolos materiales,
somos capaces de acercarnos a Él, cuyo cuerpo fue material, y es material, y
cuya sangre fue sangre verdadera; que nació en el mundo de una virgen de carne
y sangre verdaderas; a menudo sintió cansancio, y era, de hecho, un hombre tal
como nosotros, un hombre real, que murió en el Calvario; no un fantasma, no un
mito, no un sueño de la historia, sino Uno que podría haber apretado mi mano,
como yo podría apretar las manos de ustedes, hermanos míos, y Uno que sintió
los clavos que traspasaron Sus manos, como ustedes y yo los sentiríamos si
nuestras manos fueran clavadas.
Por tanto no nos acercamos a un banquete
insustancial, sino a un festín real de pan y vino, que nos hace sentir que fue
un Cristo real el que murió por nosotros, y que este pobre cuerpo que es tan
real para nosotros, todavía deberá ser limpiado y purificado por ese grandioso
sacrificio Suyo sobre la cruz del Calvario.
Espero no ser juzgado como poco caritativo
si sugiero que la Cena del Señor nos fue dada también por otras razones.
Algunos han dicho: "nosotros no
necesitamos este memorial, pues podemos pensar en Cristo cuando oímos acerca de
Él desde el ministerio del púlpito."
Sí, podrán oír a los ministros, pero, ¿qué
pueden oír de muchos de ellos? En muchísimos casos oirán palabras que les harán
poco bien, pues lo que está ausente de muchos ministerios el día de hoy, es la
clara proclamación de la grandiosa verdad central del sacrificio sustitutivo de
Jesucristo.
No debemos confiar en ministerios
terrenales, pues casi todos ellos, en diferentes grados, se apartan de la
fidelidad, y de la seriedad, y de la entrega con la que comenzaron.
Escasamente hay alguna instancia en la
historia en que los ministerios humanos hayan preservado plenamente su pureza
original; sin embargo, dondequiera que los cristianos se han podido congregar
para observar esta ordenanza como un memorial de la muerte de Cristo, han
mantenido siempre un testimonio viviente de esa muerte de Cristo.
Si los ministerios fueran silenciados, o si
los ministros perdieran su celo, siempre habría este ministerio conmemorativo,
la partición del pan y la bebida del vino en memoria de Cristo.
Probablemente alguien diga: "Pero,
seguramente, la iglesia siempre mantendrá a Cristo en su memoria." ¡Ah!,
eso que debería ser la pura gloria de la tierra: el cristianismo organizado,
muy a menudo se ha convertido en uno de los principales agentes del mal en la
tierra; y por tanto, yo bendigo a Dios por una ordenanza que no es una
ordenanza de la iglesia, o una ordenanza del ministro.
Yo espero que ninguno de ustedes esté bajo
la impresión que, al cierre del presente servicio, yo voy a administrar la Cena
del Señor. ¡Dios no quiera que yo jamás me aventure a hacer algo así! No, eres
tú, o somos nosotros, quienes nos acercamos a la mesa del Señor, para partir el
pan y para beber la copa, y venimos juntos, no como una iglesia que sostiene
ciertos puntos de vista, sino que venimos simplemente como cristianos, para
"hacer esto en memoria" del
Salvador que murió por nosotros.
Ustedes pueden partir el pan doquiera
elijan, en cualquier lugar en donde dos o tres cristianos puedan reunirse; si
verdaderamente aman a su Señor, entre más a menudo hagan esto, mejor.
"Haced
esto todas las veces que la bebiereis," no es un mandato dirigido a
una organización eclesiástica en relación a una ordenanza que deba ser
administrada por hombres que tienen la impertinencia o la impudencia de
autonombrarse sacerdotes; sino que es un mandato para todos los cristianos en
todas partes, en cualquier día de la semana, y en cualquier lugar (bajo el azul
firmamento del cielo, o en un establo, o en un hotel si sucede que están
hospedados allí), para partir un pedazo de pan en memoria del cuerpo partido de
su Señor, y para servir de la copa de Su preciosa sangre derramada por ellos,
en memoria de amor mutuo.
Y fíjense bien, si alguna vez llegáramos al
punto en que los ministerios fallaran, (quiero decir, lo que usualmente
consideramos como ministros terrenales ordenados), y las iglesias llegaran a
fallar, todavía se encontrarán seguidores fieles de Cristo, aunque sean
perseguidos y hostilizados hasta los confines de la tierra, y ellos partirán el
pan y beberán el vino en memoria de Cristo; y así, hasta que suene la trompeta
para anunciar Su regreso, se recordará que Jesús se encarnó, y que Jesús murió,
y que por medio de Él, nosotros tenemos acceso al Padre por la fe.
De esta manera, he tratado de mostrarles
por qué se requería de una cena conmemorativa; pero no pretendo conocer todas
las razones para su institución, ni siquiera un pequeño porcentaje de ellas.
Jesús dijo: "Haced esto en memoria
de mí;" y esta es la razón suficiente que cualquier hijo obediente de
Dios necesitará saber jamás.
II.
Ahora, en segundo lugar, permítanme tratar de mostrarles LO ADECUADO DE ESTA
CONMEMORACIÓN PARA EL PROPÓSITO PRETENDIDO.
Amados hermanos y hermanas en Cristo, esta
ordenanza es en sí misma una muy adecuada conmemoración de la muerte de Cristo.
Se pudo haber sugerido un crucifijo como un
medio de mantener la muerte de Cristo ante nosotros, pero no necesito
recordarles cómo eso se ha convertido en el propio emblema de la idolatría. No
sé de ningún otro memorial de Cristo que pudiera haber sido tan sugerente y tan
admirable, como el que Cristo ha ordenado. Es en sí mismo admirable, pues aquí
tenemos pan, el propio sostén de la vida; un símbolo apropiado de esa carne de
Cristo que es, espiritualmente, "verdadera
comida." Su encarnación es el alimento más nutritivo para nuestros
corazones. Creemos que Él es Dios, cubierto con el velo de carne humana; y esa
grandiosa verdad, ese hecho maravilloso, es tan buen alimento para nuestras
almas, como lo es el pan para nuestros cuerpos.
Además, en esta conmemoración, tenemos el
pan partido, indicando los sufrimientos de Cristo y el quebrantamiento que
soportó por nuestra causa. El pan es en sí mismo un símbolo sumamente apropiado
del sufrimiento. ¿No fue acaso, en un momento, trigo sembrado en un surco en el
campo y enterrado allí? ¿Acaso no brotó para ser abrumado por las heladas, para
ser sacudido por los fuertes vientos, para sufrir todas las durezas del clima,
para ser remojado por la lluvia y abrasado por el sol, para ser cortado por la
hoz, para ser trillado, para ser molido, para ser amasado, para ser metido en
el horno, para ser sometido no sé a cuántos procesos, cada uno de los cuales
podría ser un tipo suficiente del sufrimiento?
El cuerpo sufriente del Dios encarnado es
el alimento espiritual para nuestras almas, pero nosotros debemos participar de
él para que pueda alimentarnos; y este pan emblemático no sólo debe ser partido
sino también comido: un tipo significativo de que estamos recibiendo a Jesús
por fe y que estamos dependiendo de Él, tomándolo como alimento de nuestra
nueva vida espiritual. ¿Qué puede ser más instructivo que esto?
Luego está el vino, "el fruto de la vid." Podrán ver que
hay dos símbolos, porque ambos representan la muerte; la sangre en el cuerpo es
vida y la sangre fuera del cuerpo es muerte; así, los dos emblemas están
separados, el vino en la copa y el pan aparte. Estos dos símbolos conjuntamente
indican la muerte. El agua no fue usada, pues el agua había sido aplicada de
otra manera, en la otra ordenanza del bautismo de los creyentes, y el agua
habría sido un recuerdo pálido y tenue de Él, cuya rica sangre viva podía ser
expresada mucho mejor por la sangre de la uva, hollada bajo el pie del hombre,
y exprimida en el lagar. El vino es un símbolo admirable de la sangre del
sacrificio expiatorio.
Los hombres necesitan de la bebida así como
de la comida; estos dos elementos son puestos sobre la mesa de la comunión para
mostrar un Cristo entero como el verdadero alimento para el alma. No tienes que
ir a Cristo para buscar el alimento espiritual y luego ir a otra parte para
obtener la bebida espiritual, sino que todo lo que necesitas puedes encontrarlo
en Jesús, y encontrarlo en Jesús crucificado, en Jesús sacrificado e inmolado
por ti, en tu lugar, en sustitución tuya. Ciertamente los propios emblemas son
sumamente significativos y son recuerdos apropiados de la muerte de Cristo.
Y la ordenanza completa es un recuerdo
sumamente adecuado de la muerte de Cristo, porque la Cena del Señor puede
celebrarse en cualquier parte. No hay ningún clima en el que no podamos
conseguir pan y vino; no hay personas que sean tan pobres que, entre ellas, no
puedan aderezar la mesa con estos simples emblemas. Puede ser decoroso tener
una copa de plata y una bandeja, pero ciertamente eso no es necesario; cualquier
copa y cualquier plato cumplirán con la necesidad.
Algunos hablan del 'cáliz' y de la 'patena'
en la extraña jerga eclesiástica de los así llamados 'sacerdotes;' pero yo digo
'copa' y 'plato.' Pueden ser de cualquier material, y la mesa puede ser de
cualquier tipo. Un mantel de "lino
limpio resplandeciente" es decoroso, pero no es necesario. Basta que
haya únicamente una mesa y pan y vino; eso es todo lo que se requiere; y si
media docena de campesinos piadosos, mujeres vestidas con ropas hechas en casa
y hombres que llevan suéteres de lana de marineros se reúnen, pueden recordar
la muerte de Cristo "hasta que Él
venga."
Pero en cuanto a ese espectáculo del hombre
disfrazado que está allá en el presbiterio, y ese 'altar' suyo, y esa
campanilla, y la gente inclinándose para adorar a ese muñeco de resorte en caja
de sorpresa (pues no le daré un mejor nombre) (1), todo eso es pura idolatría.
No es un recuerdo de Cristo; puede ser un
memorial del diablo, y de la manera en la que él convierte a los cristianos en
seguidores del Papa, y saca a Cristo del trono, y pone en Su lugar a un hombre
que se llama a sí mismo infalible. Pero dondequiera que el pan sea partido y el
vino sea servido por verdaderos creyentes, en memoria de Cristo, allí es
obedecido el mandato.
La Cena del Señor es también un recuerdo
adecuado porque puede ser celebrado frecuentemente. Ustedes pueden partir este
pan y beber de esta copa cuando les plazca. Un rito costoso puede llevarse a
cabo únicamente unas cuantas veces, pero esta ordenanza puede ser observada en
la mañana y en la tarde, y cada día de la semana si ustedes quieren, y
requerirá de muy pocos gastos. Hasta el fin de esta dispensación, habrá
suficiente pan y vino, y suficientes hombres y mujeres de gracia que se
acerquen a la mesa de su Señor, para mantener el recuerdo de que Jesucristo, el
Hijo de Dios, murió en la cruz del Calvario, "El justo por los injustos, para llevarnos a Dios."
Yo doy gracias a mi Dios y Señor, por darme
una conmemoración tan significativa y simbólica de la muerte que Él murió por
mí y por todo Su pueblo, que es a la vez, tan barata, tan fácil, y tan poco
ostentosa de celebrar en estos tiempos.
III.
Ahora, en tercer lugar y de manera muy breve, permítanme hablar de LAS PERSONAS
A QUIENES HA SIDO CONFIADA ESTA CELEBRACIÓN. ¿Quiénes son aquéllos que deben
"Hacer esto en memoria" de
Cristo?
Bien, primero, si ustedes ven el contexto
de nuestro texto, descubrirán que son personas que disciernen el cuerpo del
Señor; es decir, las personas que correctamente vienen a esta mesa, entienden
que este pan y este vino son tipos o emblemas del cuerpo quebrantado de Cristo
y de Su sangre derramada; y son también personas que poseen la percepción
espiritual para discernir que el Cristo encarnado, el Cristo que murió sobre la
cruz, es muy precioso para ellos.
Confío en que habrá muchos que vendrán a
esta mesa, y cada uno de ellos será capaz de decir: "¡Ah, yo sé cuán
precioso Cristo es Él! Él es mi gozo, mi esperanza, mi delicia, mi
Todo-en-todo." Vengan y sean bienvenidos, todos ustedes que pueden
discernir de esta manera el cuerpo del Señor. Yo sé que ustedes pueden hacerlo,
por el gozo que esta comunión les da y por la dulzura que deja en sus paladares
espirituales cuando se alimentan de él.
Ciertamente pueden venir, pues ustedes
poseen la vida espiritual que tiene los sentidos espirituales por medio de los
cuales disciernen el cuerpo del Señor; sí, ustedes pueden venir; es más,
ustedes deben venir, pues su Dios y Señor dijo: "Haced esto en memoria de mí."
En el capítulo anterior a este capítulo del
que hemos tomado nuestro texto, se nos dice que deben venir quienes pueden
tener comunión con Cristo: "La copa
de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan
que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?". . . "Mirad a Israel según la carne; los que comen
de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar?". . . "Antes digo que lo que los gentiles
sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros
os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor, y la
copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa
de los demonios."
Así creo yo que, como el judío que comía de
los sacrificios tenía, de cualquier manera, una comunión nominal con el Dios
del altar; y como el gentil, que cuando bebía la copa de los demonios, tenía
comunión con los demonios; así, nadie puede venir a la mesa del Señor, sino
únicamente aquéllos que están preparados para profesar que están en comunión
con el Señor.
¿Es Dios tu Dios? ¿Es Cristo tu Salvador?
¿Profesas tú mismo ser un discípulo de Jesús y un hijo de Dios? Si es así, ven
y sé bienvenido a esta mesa; pero si no es así, quédate donde estás, pues no
tienes derecho de venir aquí. Si lo hicieras, atraerías sobre ti una maldición
y no una bendición. Pero en cuanto a todos ustedes que confían en la sangre de
Jesús, todos aquéllos para quienes Cristo es toda su salvación y todo su deseo,
todos aquéllos que llaman a Jehová su Padre por medio de la fe en Jesús, todos
aquéllos que están reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, vengan a
esta mesa, y tengan comunión con el Dios del cielo y de la tierra, el Dios y
Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; pero que nadie más venga.
Siento mucha pena cuando veo que alientan a
algunas personas a venir a la comunión, como si fueran a recibir un beneficio
de ello aunque no sean convertidas, pues no puede haber ningún beneficio de
ningún tipo para nadie que venga a la mesa del Señor, a menos que sea un
creyente en Jesús.
Dios puede bendecir la ordenanza para la
conversión de esas personas, pero en la naturaleza de las cosas eso es
sumamente improbable, pues estarían desobedeciendo directamente Su mandamiento.
No tienen ningún derecho de estar allí, y sería más probable que sean
bendecidas si permanecen humildemente donde están, antes de haber creído en
Jesús, y después sí tendrán el derecho de venir, el derecho otorgado por Su
amor.
IV.
Ahora, finalmente, CUMPLAMOS CON EL PROPÓSITO DE ESTA ORDENANZA.
La cena del Señor tiene por objeto
recordarnos a Jesús.
No voy a predicar más ahora; quiero que los
que puedan hacerlo, cumplan con nuestro texto: "Haced esto en memoria de mí." Muchos de ustedes se están
acercando a la mesa; recuerden a su Señor y Salvador ahora. Recuerden Quién es
y Quién fue. Recuérdenlo, que en este momento esté presente ante el ojo de la
mente de ustedes, como el "Varón de
dolores, experimentado en quebranto." Yo no apelo a su imaginación,
apelo a su memoria.
Ustedes conocen "La vieja, vieja
historia de Jesús y de Su amor." Recuerden esa historia ahora. Recuerden
que Él murió, pues eso es lo que especialmente se les ordena que recuerden en
este momento.
Me encontré con alguien que era un
cristiano, yo supongo, que me dijo: "mi confianza descansa en un Salvador
glorificado;" no pude evitar responderle: "mi confianza está
depositada en un Salvador crucificado."
Cristo crucificado es el cimiento de todas
nuestras esperanzas, pues Cristo no podría haberse levantado de los muertos si
primero no hubiera muerto. ¿De qué valdría Su intercesión si no tuviera Su
sangre para ofrecerla?
No se extravíen ni siquiera por ideas
acerca de la Segunda Venida, si esas ideas no le dan el justo precio a la
muerte de Cristo.
Regocíjense en el Segundo Advenimiento, y
mírenlo y anhélenlo, pero recuerden que la base de nuestra esperanza descansa
en Cristo crucificado. "Predicamos a
Cristo crucificado;" y conforme lo hemos predicado así, ustedes han
creído; por lo tanto, no permitan que nadie los aleje de su confianza en Cristo
Jesús, que sufrió en lugar del pecador:
"Mirad
a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra," es un llamado de
Cristo desde la cruz. Recuerden que toda la esperanza de ustedes está cifrada
en Él, que colgó de la cruz y murió allí. Recuerden que, cuando Él murió,
ustedes murieron en Él; pues "si uno
murió por todos, luego todos murieron;" y ahora deben "considerarse muertos al pecado, pero vivos
para Dios en Cristo Jesús."
Les ruego que Lo recuerden, hasta que sus
corazones rebosen de fervor y el amor arda en ustedes. Recuérdenlo hasta que
resuelvan servirle, hasta que puedan alejarse de esta mesa con la determinación
de morir por Él, si fuera necesario.
Recuérdenlo a Él hasta que puedan recordar
también a todo Su pueblo, pues no es sólo a uno que Él dijo: "Haz
esto;" sino "Haced esto en memoria
de mí," se lo dice a todo Su pueblo, y se necesita al menos un pequeño
grupo para hacerlo.
Recuérdenlo hasta que toda la iglesia
militante y la iglesia triunfante también, parezcan reunidas alrededor de su
corazón, y así tengan comunión con toda la Iglesia de Cristo en el cielo y en
la tierra. Recuerden a Jesús hasta que sientan que Él está con ustedes, hasta
que Su gozo se introduzca en el alma y ese gozo sea completo.
Recuérdenlo hasta que comiencen a olvidarse
de ustedes mismos, de sus tentaciones y de sus afanes. Recuérdenlo hasta que
empiecen a pensar en el tiempo cuando Él los recuerde y venga en Su gloria por
ustedes. Recuérdenlo hasta que comiencen a ser semejantes a Él; contémplenlo
hasta que, al bajar de este monte y regresar otra vez al mundo inicuo, su
rostro brille con la gloria de haber visto a su Señor.
Yo anhelo acercarme de nuevo a esta mesa,
aunque no he estado alejado de ella ningún domingo durante mucho tiempo, pues
ha sido mi hábito constante, dondequiera que he estado, reunirme con unos
cuantos amigos cristianos para partir el pan en memoria de Cristo.
Cuando estoy con ustedes, saben que nunca
estaría ausente de la mesa de mi Señor el primer día de la semana, a menos que
existiera un verdadero impedimento; y yo confío que ustedes vendrán con un
apetito tan vehemente como el que yo tengo ahora, y entonces no les faltarán
provisiones para esta fiesta; ¡y que el Señor nos dé el alimento de Sí mismo a
plenitud!
¡Cuánto lamento que haya muchas personas
aquí presentes que no deben acercarse a esta mesa, pues nunca han confiado en
Cristo!
Si les parece ahora que no implica nada no
amar ni confiar en el Señor Jesucristo, recuerden que, si mueren en ese estado,
el día vendrá en que les parecerá que ha sido la cosa más horrible que jamás
les haya sucedido: el haber vivido y el haber muerto sin haberlo amado a Él, y
sin haber depositado la confianza en Él.
¡Que Dios los salve!
¡Crean en Jesús ahora y serán salvos ahora!
Apóyense en Él y Él no los rechazará.
¡Que Él los bendiga por causa de Su amado
nombre! Amén y amén.
Nota
del traductor: (1). La expresión usada por Spurgeon en el original es: "to
worship Jack-in-the-box."
No hay comentarios:
Publicar un comentario