Un anciano muy pobre se puso un día a sembrar árboles de mango. Entonces alguien que pasó por ahí, al ver lo que hacía, le dijo con burla:
— ¿Cómo es que usted siendo tan viejo se dedica a plantar mangos? ¡Tenga por seguro que no vivirá lo suficiente para comer de esos frutos!
El anciano lo miró con fijeza y le respondió:
—Toda mi vida he comido mangos de los árboles sembrados por otros. Lo justo es que los que yo planto ahora den frutos para quienes vienen detrás de mí.
[Marcos 4:3-9]
4:3 Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar;
4:4 y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron.
4:5 Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra.
4:6 Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.
4:7 Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto.
4:8 Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.
4:9 Entonces les dijo: El que tiene oídos para oír, oiga.
Los cristianos disfrutamos de las ricas bendiciones espirituales en Cristo. Tenemos la esperanza de la vida eterna. Tenemos la paz con Dios, con nuestros prójimos, y con nosotros mismos. Tenemos un propósito noble para vivir.
Por lo tanto, a veces nos ponemos a pensar en por qué mucha gente no quiere creer y obedecer el evangelio que nos da tantas bendiciones.
Hemos visto casos de algunos cristianos que, al obedecer, siguen en la fe por un tiempo.Pero luego caen de la gracia. ¿Por qué ocurren estas cosas?
Bueno, esta parábola de Jesucristo descrita en el evangelio de Marcos 4:3-9, más conocida como “La Parábola del Sembrador”, nos da con toda claridad las respuestas a tales preguntas. “La parábola del sembrador” explica por qué el evangelio es exitoso para cambiar ciertas vidas y por qué no lo es en otras.
Lo que la Escritura enseña es que hay tres causas posibles del fracaso del evangelio para cambiar la vida de una persona.
PRIMERO. Algunos piensan que podría ser culpa del sembrador, es decir, del que nos da el evangelio. En este caso, el sembrador es Dios mismo. Quizás Dios sea la razón por la cual algunos no responden al evangelio. De hecho, hay una teoría que sostiene precisamente este punto.
La teología Reformada, o sea el Calvinismo, alega que Dios “arbitrariamente” ha elegido a algunos para ser salvos y ha dejado a otros en la condenación por el pecado de Adán, elección que no se puede cambiar ni por nuestro libre albedrío, puesto que Dios es el autor de dicha elección. No obstante, ¡el punto primordial de la parábola del sembrador postula precisamente lo contrario!
No es culpa del sembrador —o sea, de Dios—cuando algunos no obedecen. Dios no predestinó a algunos sin tomarse en cuenta su respuesta de fe y obediencia. No podemos echarle la culpa a Dios por nuestros pecados.
[2 Pedro 3:9] dice: «El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.»
Entonces, como vemos, no es culpa del sembrador de que algunos no obedezcan al evangelio.
SEGUNDO. Otros pueden pensar que podría ser culpa de la semilla —o sea, del evangelio— cuando algunos no obedecen. Se oye decir a algunos que la Biblia , por ejemplo, es «letra muerta», o que es «mero papel y tinta.»
Tales dichos pretenden menguar la importancia y el Poder del evangelio. Pero de nuevo ¨La Parábola del Sembrador” dicha por Jesucristo en Marcos 4:3-9 nos asegura que no es cosa de la semilla —el evangelio— cuando algunos no obedecen.
[Lucas 8:11]
"Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios."
"Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios."
Aquí el Señor Jesús explica que «La semilla es la palabra de Dios.» Y Romanos 1:16 dice que el evangelio es Poder de Dios para salvar a todo aquel que cree. Y Hebreos 4:12 agrega, «porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos…»
Entonces, no es culpa de la semilla —la palabra de Dios— cuando algunos no obedecen.
TERCERO. Podría ser culpa de la tierra, es decir, del suelo que recibe la semilla, cuando esta semilla no da frutos. En “La Parábola del Sembrador”, esto es justamente lo que Cristo quiso recalcar. El Señor está hablando de la receptividad de la tierra. ¿De qué clase de tierra eres tú?
Porque la tierra tiene que ver con el libre albedrío de cada individuo para escoger el bien o el mal. Cristo dijo a Jerusalén en Mateo 23:37, «…cuantas veces quise juntar a tus hijos…¡y no quisiste!» Entonces es culpa del suelo, o sea, del corazón.
Porque en “La Parábola del Sembrador” de Marcos 4, podemos notar cuatro tipos de tierra, cuatro tipos de corazones.
1. Primero, una parte de la semilla que cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. En Marcos 4:15, Cristo dice: «y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones.»
A lo mejor se estaba refiriendo el Señor a una senda entre los sembradíos que era usada para atravesar los cultivos sin hacer daño a las espigas. Era una tierra dura, y simboliza el corazón duro. Es difícil para la semilla penetrar y aún adherirse a tal superficie. Entonces, viene el diablo y quita la palabra sembrada del corazón.
Tales personas oyen a la verdad el sonido del mensaje, y quizás entiendan el significado de las palabras superficialmente, pero no dejan que éstas penetren en el fondo de su ser, ahí donde pudiera brotar la plena comprensión del evangelio y dar frutos evangelísticos.
Se trata de personas que en el fondo no tienen interés por las cosas espirituales, al menos no con la seriedad que Dios exige. ¿Describe esto tu corazón? ¿Qué clase de tierra eres tú?
2. En segundo lugar, otra parte de la semilla sembrada «cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra, y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra apta. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.»
Cristo describe aquí la tierra no apta, la tierra rocosa. Es una capa fina del suelo sobre una roca dura. Representa el corazón seco y superficial. Un corazón así, al principio recibe la palabra con alegría y entusiasmo. Pero no tiene perseverancia. Aunque responde pronto al evangelio, tal corazón no tiene raíz ni tampoco profundidad.
Sobre todo es una persona que retrocede, que se vuelven atrás cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la Palabra , o cuando es señalado por otros al haberse convertido al cristianismo, al haber cambiado de vida para bien. ¿Qué clase de tierra eres tú?
Esta es desde luego una advertencia para nosotros los cristianos contra el tropiezo. Hebreos 10:39 nos amonesta: «pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.»
3. El tercer tipo de tierra descrita en “La Parábola del Sembrador” de Marcos 4 es la tierra espinosa. Los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Esa tierra tiene una mezcla de semillas no visibles. En otras palabras, se trata de un corazón impuro.
Aquí Cristo menciona tres influencias fuertes en la vida de tales personas:
Primero refiere «los afanes de este siglo.» El Diccionario explica que «el afán» quiere decir «el trabajo excesivo, solícito y penoso.» La idea es que estas personas luchan con desmesurado afán para conseguir las cosas físicas de este siglo, en esta vida terrenal. Es decir, le dan la prioridad a las cosas terrenales y no a las celestiales.
Sabido es que existen cristianos que son buenas personas, que son empresarios o comerciantes que trabajan diligentemente y que tienen mucho éxito en los negocios, tienen éxito en ganar dinero. Sin embargo, sus vidas espirituales son un fracaso. Y si esto es así, ellos no gozarán del hogar celestial que Dios ha prometido.
Segundo, Cristo alude al «engaño de las riquezas». Meditemos en lo que dice Lucas 12:15, donde Cristo nos advierte: Y les dijo: «Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee». Está claro que «las codicias de otras cosas» ahogarán la Palabra haciéndola infructuosa.
CUARTO. El último tipo de tierra mencionada en “La Parábola del Sembrador” de Marcos 4, es la buena tierra.
El Señor explica: «y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno» [Marcos 4:20].
Tal corazón es bueno y recto, y tiene el deseo genuino de buscar hacer el bien [Lucas 8:15]. Oye la palabra y la recibe. Esto quiere decir que es obediente a los mandamientos de la Palabra y no tan solamente oidor de la Palabra.
Da fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno. Y Lucas 8:15 añade que lo hace «con perserverancia.» O sea que a pesar de las pruebas, la persona sigue fiel en la iglesia y en su vida cristiana.
Este tipo de corazón trata de conseguir resultados buenos y prácticos en la obra evangelística y en el amor a su prójimo. Tiene metas y las cumple.
En vista de todo esto que Cristo dijo en “La Parábola del Sembrador”, es momento de preguntarnos con honestidad: ¿Qué clase de tierra soy yo? ¿Cuál de todas estas simboliza mi corazón?
¿Es mi corazón duro, seco, ahogado, o bueno?
Solo tú y Dios lo saben. La respuesta es personal.
No obstante, aún hay esperanza para todo aquel que quiere con sinceridad cambiar de vida, cambiar de corazón.
Dios te dice hoy: “Venid a mí todos los que están trabajados y cargados que yo os haré descansar.”
Dios quiere darte descanso para tu alma. Y esto quiere hacerlo el Señor ahora mismo.
Vamos, acércate ahí mismo donde estás al Padre y eleva esta oración. El Señor te escucha ahí mismo donde estás.
Dile ahora mismo al Padre Eterno:
Padre Santo:
Perdóname porque he pecado contra Ti, y no soy digno de llamarme tu hijo. Te ruego que me limpies y me laves con la Preciosa Sangre de Tu Hijo amado Jesucristo, la misma Sangre que él derramó en la Cruz del Calvario por mis pecados. Cambia mi corazón, Señor. Quiero ser tierra buena, quiero ser tierra apta, quiero tener un corazón apto para amarte y cambiar mi vida. Sólo Tú puedes ayudarme porque sólo Tú tienes el Poder para cambiarme. Trabaja la tierra que hay en mi corazón y hazme una persona diferente; hazme una persona que sea dedicada a Tu Palabra, dedicada a Tus Mandamientos y a hacer Tu Justicia.
Aléjame de los afanes de esta vida; aléjame del pecado y protégeme de mis enemigos, en el Nombre de Jesús.
Amén.
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