Todo seguidor de
Jesucristo, tarde o temprano, va a tener que decidir cómo plantearse frente a
las riquezas.
El mundo está dominado por
el dinero, por los ricos y poderosos, y aunque las riquezas materiales no están
al alcance de todos, ellas 'coquetean' con todos, al menos en algún momento de
sus vidas.
Y si las riquezas no llenan
los bolsillos de todos, sí llenan el corazón de todos de inquietud, zozobras y falsas
esperanzas.
El poder y las riquezas ejercen
tanta presión sobre el alma de hombres y mujeres, y tan imperativamente, que
exigen nada menos que el primer lugar, la devoción más incondicional, la
totalidad del tiempo.
Ellas quieren convertir a
cada hombre y mujer en sus vasallos y devotos.
Porque la exigencia es
absoluta… ellas quieren reinar, quieren ser señor.
Por eso el Señor Jesús
dijo: "Ninguno puede servir a dos
señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y
menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mat.
6:24).
¿Las riquezas como
"señor"? Sí, nada menos. Cuando el corazón se ha rendido a ellas,
gobernarán –aún más, tiranizarán– sobre él sin contrapeso.
Pero su dominio es tan
vano y su ofrecimiento tan engañoso, que a poco andar el corazón honesto
reconocerá el fraude, y comprobará que la dicha verdadera no viene con ellas,
que más bien traen dolor y pesadumbre.
Todos los que han caído
bajo su hechizo acaban perdidos en la miseria humana… la vida pierde atractivo;
nada satisface. Teniéndolo todo, no tienen nada. Y entonces viene el lastimoso
fin.
Y es que todo lo que se
alza como rival de Dios tiene que caer, y mostrar su verdadera y triste
condición.
Ningún "señor"
puede seguir en pie delante de la excelsa presencia del verdadero Señor.
¡Ah, el corazón convertido
en juguete y esclavo, qué débil es! ¡Cuán desvalido es!
En cambio, el fuerte de
espíritu, el que tiene a Dios viviendo dentro de sí, puede prescindir de las
riquezas y pasar por la vida ignorándolas, porque en definitiva no radica en
ellas su suerte.
Su brillo no le seduce;
sus cantos de sirena no le emocionan: su mirada está puesta más allá de ellas.
¡Qué feliz y qué libre es
el hombre y la mujer que se contenta con lo que Dios buenamente le concede!
Ese pequeño placer, que
cuesta cuatro céntimos, tiene la dulzura de los bienes imperecederos… esa
moneda que alcanza justo para la necesidad cotidiana, vale más que todos los
tesoros del avaro insatisfecho.
¡Cuán grande gracia
concede Dios al hombre, otorgando sin dinero los bienes más preciados!
Por eso la Palabra de Dios
dice: "A todos los sedientos: Venid
a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad
sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no
es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del
bien, y se deleitará vuestra alma con grosura" (Isa. 55:1-2).
¿A qué se refería el
profeta Isaías?
¿Qué es lo que se compra
sin dinero y sin precio?
Y el Señor responde: "Comed del bien, y se deleitará vuestra alma
con grosura".
Justo allí está la clave.
El Bien de Dios es Aquél
que Dios envió para saciar el corazón insatisfecho de los hombres.
Y el Bien de Dios tiene un
solo nombre: Jesucristo.
¿Quieres recibirle a Él en
tu corazón y ser salvo, y ser verdaderamente rico?
Ojalá que tu decisión no
se tarde. Nadie puede saber lo que pasará mañana.
¡Dios te bendiga!
Aguasvivas.cl
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