Para
que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la
iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales.
(Efesios 3:10)
En el capítulo 3 de Efesios se comienza
hablando de un misterio que Dios no había dado a conocer en otras generaciones.
Y se dice que ese misterio Dios lo dio a conocer a la iglesia por medio de sus
apóstoles y profetas.
En el tiempo en que el Señor Jesús estuvo
en la tierra, el Padre sacó a luz este misterio. Lo sacó de su corazón y lo
mostró a los hombres.
Y el primero en recibir la revelación de
este misterio fue Pedro en Cesarea de Filipo.
Sin embargo, quien alcanzó un conocimiento
más profundo de él fue el apóstol Pablo. Este misterio es el Señor Jesucristo.
La
multiforme Sabiduría
Aquí en Efesios 3:10 se nos presenta este
misterio como la Sabiduría de Dios, la Sabiduría multiforme, que ahora es dada
a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades.
La Sabiduría de Dios es Cristo; por tanto,
lo que se da a conocer por medio de la iglesia es Cristo mismo. Cada vez que la
iglesia se reúne, da testimonio y expresa al Señor Jesucristo.
Aquí se nos dice que la Sabiduría de Dios
es multiforme. Es decir, Cristo tiene muchas formas, y se expresa de muchas
maneras. A través de la iglesia, Cristo es mostrado de una manera preciosa.
Cristo es tan grande, tan precioso, que él no puede ser expresado sólo por una
o dos personas. Se necesita de toda la iglesia para hacerlo.
Por eso existen cuatro evangelios y no uno.
Porque un solo evangelio no podía expresar todo lo que Cristo es. El evangelio
de Mateo nos muestra a Cristo como el rey. Marcos nos lo muestra como Siervo.
Lucas como el Hijo del Hombre. Y Juan como el Hijo de Dios.
Al unir estas cuatro diferentes visiones de
Cristo, podemos tener un conocimiento más completo de lo que Cristo es. Él es
Rey, pero también es Siervo. O, dicho de otra manera, él es un Rey humilde. Es
Hombre y Dios, tal como nos lo muestran Lucas y Juan. Parece una contradicción
pero no lo es; esa es la realidad celestial de Cristo el Señor de Señores.
¿Cómo podría un solo hombre mostrar esos
diferentes aspectos de Cristo?... Es necesaria la pluralidad para expresar a
Cristo.
Por eso, sólo la iglesia, en su pluralidad,
puede expresar cabalmente a Cristo.
Si leemos Efesios capítulo 4: 11, encontramos
cinco ministerios. Ahí están los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y
maestros.
A través de ellos, el Señor capacita a la
iglesia; pero en realidad, estos cinco ministerios son cinco expresiones de
Cristo.
Cristo es el verdadero Apóstol, el
verdadero Profeta, el gran Evangelista, el buen Pastor, y el gran Maestro. Así
que cada uno de estos cinco ministerios expresan cinco aspectos de la
maravillosa persona de Cristo.
Cuando leemos el Nuevo Testamento, hallamos
especialmente a tres autores: Pedro, Pablo y Juan. Ellos son tres de los
mayores escritores del Nuevo Testamento, al mismo tiempo que fueron los tres
más grandes apóstoles del Nuevo Testamento.
Cada uno de ellos tiene un carácter propio.
Aunque el Señor trató con cada uno de ellos, nunca anuló su carácter. Aunque
ellos fueron transformados a la semejanza de Cristo, nunca dejaron su
peculiaridad.
Cada uno de ellos expresa a Cristo de una
manera diferente. Pedro lo expresa de una manera, Pablo de otra, y Juan de
otra.
Es muy importante ver que nosotros fuimos
creados de una manera distinta unos de otros, que tenemos un carácter
diferente.
Dios necesita de todos los caracteres, de
todo tipo de personas, porque así Cristo se puede expresar a través de cada uno
de ellos en esta multiformidad de la Sabiduría de Dios.
Algunos piensan que para ser hechos
semejantes a Cristo, tenemos que perder nuestras características individuales,
y convertirnos en algo así como clones de Cristo.
Pero si hubiese sido esa la voluntad de
Dios, habría sido muy fácil para Dios crear clones. Pero el largo trabajo que
el Espíritu Santo hace en nosotros todos los días, un trabajo muy paciente y
meticuloso, es para transformarnos en la imagen de Cristo sin dejar de ser lo
que nosotros somos; sin anular nuestra alma.
Porque una cosa es el quebrantamiento del
alma y otra muy diferente la anulación del alma.
Nosotros tenemos un alma que expresa
nuestra personalidad. Y cada alma quebrantada es uno de los acentos de Cristo
mostrado a las potestades superiores.
Multiforme:
Iridiscente
La palabra «multiforme» de Efesios 3:10, en
griego, es una palabra muy rica en significados. No se refiere simplemente a
algo que tiene muchas formas, sino a algo que emite muchos destellos de luz
multicolores. Cristo es una realidad iridiscente.
Inmediatamente esto nos lleva a asociarlo
con las piedras preciosas. En la naturaleza existen las piedras preciosas, que
pueden expresar el colorido y el brillo de una manera especial.
En la Biblia, las piedras preciosas ocupan
un lugar muy importante, porque son muy ilustrativas acerca de la obra del
Espíritu Santo en el hombre. Por ejemplo, en el pectoral del sumo sacerdote
habían doce piedras preciosas, y cada piedra representaba una tribu de Israel.
Y cada piedra tenía un color y una historia diferente.
Y cuando nosotros vamos al Nuevo
Testamento, de nuevo encontramos las piedras preciosas en la Nueva Jerusalén,
asociadas a los doce apóstoles del Cordero.
Lo que en la naturaleza puede expresar
mejor el brillo y el colorido son las piedras preciosas. Las piedras en las
Escrituras representan el carácter que el Espíritu Santo está forjando en
nosotros.
Es cierto que hoy somos piedras vivas, pero
aún no somos piedras preciosas. Somos piedras en proceso de transformación. Aún
somos piedras opacas, que no damos el brillo deseable. Como una piedra del
camino, que no deja pasar la luz a través de sí. No tiene ninguna transparencia
ni brillo. Así somos muchos de nosotros todavía. Aquello de Cristo que
deberíamos mostrar aún encuentra resistencia en nosotros.
Las piedras preciosas se forman por medio
de las altas presiones y las altas temperaturas. Así también, a través de los
diversos y numerosos tratos, el Espíritu Santo nos va transformando en piedras
transparentes, para que la luz de Cristo pueda pasar por nosotros y tomar el color
que corresponde a cada uno de nosotros.
Cada uno de nosotros está llamado a ser una
piedra preciosa; así Cristo se expresará a través de nosotros con colores
diferentes –el color de nuestro carácter, de nuestra personalidad-.
De modo que cuando los ángeles y las
potestades superiores, miren hacia la iglesia, ellos puedan ver,
espiritualmente hablando, muchos brillos, muchos colores, que es lo que el
Espíritu Santo habrá formado en nosotros. Es decir, lo que de Cristo habrá sido
formado en nosotros, que no será en todos lo mismo, sino según la peculiaridad
de cada carácter, según el acento particular de cada uno.
Por eso es que Pedro es diferente de Pablo
y de Juan.
Cuando leemos las epístolas de Pablo,
tocamos a Cristo, más precisamente –digámoslo así-, al Cristo de Pablo. Y
cuando leemos a Pedro, tocamos al Cristo de Pedro. Y cuando leemos a Juan
tocamos al Cristo de Juan. No es que sean tres Cristos, por supuesto; es uno y
el mismo Señor, pero expresado de tres diferentes maneras, según el carácter
humano de cada creyente.
Y así, si nosotros hoy somos, por decir
así, 100 hermanos reunidos aquí, y si hemos sido tratados de alguna manera por
el Espíritu Santo, habrá 100 expresiones diferentes de Cristo.
Ciertamente uno mostrará mejor la paciencia
de Cristo, otro mostrará mejor su ternura, otro mostrará mejor la autoridad de
Cristo, otro su generosidad, o la dulzura de Cristo, etc. Y así, en todos
nosotros, en conjunto, serán mostradas todas las características de Cristo.
Cuando leemos Mateo capítulo 5, encontramos
9 bienaventuranzas, que son nueve expresiones de Cristo. Y en Gálatas capítulo
5 encontramos las 9 manifestaciones del fruto del Espíritu, que es el carácter
de Cristo. Así se expresa la multiformidad de Cristo.
De
lo individual a lo colectivo
Ninguno de nosotros va a alcanzar jamás
toda la estatura de la plenitud de Cristo. Porque la estatura de la plenitud de
Cristo sólo la puede alcanzar la iglesia en su conjunto. Es en la iglesia donde
Cristo es mostrado en toda su hermosura, no en un hombre particular.
Por eso el Señor está trabajando en
nosotros tan fuertemente, para sacarnos de nuestro individualismo. Nosotros
crecimos rodeados de un tipo de cultura, de una clase de educación y de una
filosofía, centradas en el individualismo. Me han enseñado que yo soy la unidad
total, como si yo fuese el todo. Sin embargo, cuando nosotros vemos la
pluralidad de Cristo, cuando vemos la hermosura de la iglesia, nos empezamos a
dar cuenta que nosotros en particular no somos la unidad, sino apenas una parte
de la unidad. Y que la unidad somos todos nosotros, unidos en un solo cuerpo,
todos en conjunto con la Cabeza, que es Cristo. Todos nosotros vamos a expresar
las bellezas de Cristo, pero de un modo particular.
Dios nos está sacando de nuestro
individualismo y nos está trayendo a la pluralidad, al sentido de cuerpo, a la
conciencia de lo colectivo. Yo no me basto a mí mismo. Ninguno de nosotros se
basta a sí mismo. Yo necesito del Cristo que tiene mi hermano. Hay algo de
Cristo que él tiene y que yo no tengo; por tanto, yo necesito de él.
Dietrich Bonhoeffer decía: «El Cristo de mi
hermano es más grande que el Cristo que hay en mí». ¿Qué quiere decir con eso?
¿Es que hay muchos Cristos? No. Es que yo tengo una medida de Cristo que es
insuficiente. Por eso muchas veces estoy abatido, por eso muchas veces tropiezo
y caigo, por eso muchas veces pierdo la fe.
Pero cuando encuentro a mi hermano, y él me
ministra de Cristo, yo siento que el Cristo de él es más fuerte que el mío,
entonces soy fortalecido.
Cristo quiere expresarse a través de los
muchos, y no a través de uno solo. Cristo quiere que vivamos su vida en
conjunto, no en forma solitaria y autosuficiente.
Ahora, este camino, que va de lo individual
a lo colectivo, es un camino bastante doloroso. Cuando nosotros comenzamos
nuestra carrera cristiana, somos muy seguros de nosotros mismos y tenemos
muchas ambiciones espirituales.
Queremos ser muy grandes espiritualmente:
el mejor pastor, o el mejor predicador, la hermana más servicial, etc., todo lo
mejor.
Queremos ser los más grandes. Entonces nos
llenamos de conocimiento, porque queremos ser el mejor. Pero a medida que vamos
avanzando por este camino, el Señor va tocando nuestras fortalezas, y nos va
quebrando. Así viene quebrantamiento tras quebrantamiento.
Antes parece que éramos más inteligentes;
ahora ya no somos tanto. Antes éramos muy fuertes, ahora ya no somos tanto.
Antes podíamos hacer muchas cosas solos, ahora no podemos hacer las cosas
solos.
Necesitamos cada vez más de los hermanos. Y
eso nos conduce a un profundo quebrantamiento. Eso nos hace menguar mucho,
hasta extremos sorprendentes.
Muchas de las cosas que nos suceden
diariamente, son golpes del Espíritu Santo a nuestra vanidad, a nuestra
presunción, para que nosotros dejemos de ser cristianos individualistas, y
pasemos a vivir sólo como miembros del cuerpo de Cristo.
Un
cambio de foco
En la epístola a los Romanos, ocurre algo
muy interesante. Cuando leemos los primeros capítulos hasta el capítulo 8, nos
parece que vamos en un permanente aumento, que vamos adelantando
espiritualmente. Somos justificados, santificados y glorificados. Y cuando
llegamos al capítulo 8 parece que hemos alcanzado la cima de la revelación.
Sin embargo, cuando vamos al capítulo 12,
allí se produce un tremendo cambio de foco, un cambio de paradigma.
Allí se nos dice que nosotros tenemos que
ser renovados en nuestro entendimiento para conocer la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta.
¿Por qué tenemos que ser renovados en
nuestra mente?
Porque luego, en los versículos siguientes,
se nos dice que nosotros somos miembros del cuerpo de Cristo.
No somos la unidad, no somos el cuerpo
completo, somos sólo una parte. Por eso dice: «Nadie tenga de sí más alto concepto
que el que debe tener».
El individualista tiene un alto concepto de
sí, pero aquel que ha llegado a la realidad de ser miembro del cuerpo, tiene
que menguar. Y también tiene que reconocer que en el cuerpo de Cristo hay otros
también, que tienen otras expresiones de Cristo que él no tiene.
Entonces, la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta, es la iglesia. Y en la iglesia, cada uno de nosotros
somos sólo un miembro.
¿Qué estamos viendo de Cristo en este
último tiempo? Porque ya lo estamos viendo en esta expresión multicolor y
multifacética. Ya lo estamos viendo en esta multiexpresión en medio de la
iglesia.
Ya no nos asombran los grandes hombres. Ya
no nos cautivan los grandes líderes. Porque la voluntad de Dios en este tiempo
es expresarse a través del conjunto, de la totalidad de los miembros del cuerpo
de Cristo.
Creo que nunca antes en la historia de la
Iglesia había venido tanta luz respecto de este asunto.
En este tiempo una luz muy potente está
viniendo, en todo el mundo. Dios está haciendo un precioso trabajo de revelación.
Dos
trabajos maravillosos
Muchas de las cosas que nos suceden en
nuestra vida cotidiana, muchos fracasos, y muchas lágrimas, nos sobrevienen a
causa de esto: por un lado, para sacarnos de nuestro ego, es decir, sacar al yo
del trono del corazón, y así poder «ver» a los hermanos, reconocerlos y
valorarlos; y, por otro, ver que el Espíritu Santo está trabajando en nosotros
para hacernos transparentes y luminosos – no con nuestra propia luz, que no la
tenemos, porque nosotros sólo reflejamos la luz de Cristo.
Estos dos trabajos son maravillosos; sin
embargo, ambos también son bastante dolorosos.
Que el Señor nos conceda su gracia para
conocer a Cristo en toda su multiformidad, y que nos conceda la gracia también
de aceptar la preciosa obra del Espíritu Santo.
Porque si nosotros rechazamos esta obra del
Espíritu Santo, él no la va a poder realizar. Él nunca va a violentar nuestra
voluntad. A veces nosotros le decimos: «Por favor, no más; no soporto más; es
demasiado doloroso para mí; deténte; espera un poco». Entonces puede pasar
algún tiempo, en que parece que los sufrimientos terminan, pero también ocurre
que se detiene la obra preciosa del Espíritu Santo.
La Escritura dice que el Señor Jesús «por
lo que padeció aprendió la obediencia», y vino a ser autor de eterna salvación,
y también vino a ser sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.
¿Qué fue lo que capacitó al Señor para
venir a ser Salvador y Sumo Sacerdote, es decir, para cumplir su ministerio
terrenal y su ministerio celestial?
Fueron sus padecimientos, sus grandes
aflicciones. Y así también ocurre con nosotros. Tenemos que padecer aquí para
que nosotros podamos expresar, por toda la eternidad, aquel Cristo que estamos
llamados a expresar.
Es hoy cuando tiene que producirse en
nosotros el trabajo del Espíritu Santo.
El
libro de diseño de Dios
En el Salmo 139 dice que había un libro en
el cual Dios escribió todo lo que nosotros íbamos a llegar a ser. Cuando Él nos
formaba en el vientre de nuestra madre, Él iba diseñando nuestro carácter de
acuerdo a lo que estaba escrito en su libro.
Cada uno de nosotros es como es, porque
estaba escrito en el diseño de Dios para cada uno. Por otro lado, en Efesios
2:10 se nos dice que Dios preparó de antemano ciertas obras para que
anduviésemos en ellas.
Si nosotros unimos estos dos pasajes,
tenemos algo tremendamente grande: que Dios de antemano diseñó nuestra
personalidad y también determinó las cosas que hemos de hacer. Es decir, lo que
habríamos de ser y lo que habríamos de hacer fue diseñado de antemano. ¿Con qué
propósito? Para expresar a Cristo. O sea, algún aspecto de lo que Cristo es;
algunas obras de las que Cristo hace.
Y esto es algo maravilloso, porque nos
muestra que nuestra vida no es fruto del azar, sino que todo fue preparado por
Dios de antemano. ¡Bendito sea el Señor nuestro Dios!
Amados: Hay algo que nosotros tenemos que
llegar a ser, y hay algo que tenemos que hacer. Hay algo de Cristo que usted
tiene que expresar, y que otro no va a expresar. Hay algo que usted tiene que
hacer y otro no va a hacer.
Cada uno de nosotros tiene algo de Cristo
con sello propio, que el hermano que está a su lado no tiene. Esta es la
multiforme sabiduría de Dios. Esta es la iridiscencia de Cristo.
Cristo es maravilloso, y Cristo se está
formando en nosotros. Cada uno de nosotros es precioso para Dios. Cada uno de
nosotros tiene un destello de Cristo, un color de Cristo.
Que el Señor nos socorra, hermanos y nos
ayude. Que nos dé ánimo.
Cuando estemos decaídos: ¡Tengamos ánimo!
¡Fe! ¡Esperanza!
El Señor completará su obra en nosotros. El
Señor nunca ha quedado con las cosas a medio hacer. Él siempre nos lleva más
adelante.
La
necesidad del parakletos
Hay algunos versículos en la Escritura que
dicen que el Espíritu Santo es nuestro Consolador, en griego, nuestro ayudador,
nuestro parakletos.
La palabra parakletos tiene muchos
significados, como Ayudador, Abogado, etc. Pero hay un antecedente que es
especialmente precioso.
En las antiguas olimpíadas griegas, cuando
los atletas que corrían el maratón y caían por el camino, existía una persona
que se llamaba el parakletos. Él estaba autorizado levantar al caído, animarlo
y volverlo a poner en la carrera.
Eso es justo lo que hace el Espíritu Santo
como nuestro parakletos.
Cuando estamos cansados, cuando tropezamos,
cuando estamos desanimados, cuando parece que no hay esperanza para nosotros,
entonces el Espíritu Santo nos levanta, y nos dice: ¡Adelante!
Que el Señor nos conceda su gracia para
llegar hasta el final, y para que lo de Cristo que estamos llamados a expresar
sea expresado, y lo de Cristo que estamos llamados a hacer sea hecho.
Amén.
Aguasvivas.cl
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