En el capítulo 10 del Libro de Romanos, Pablo une la soberanía de Dios con la responsabilidad moral y la libertad del hombre, mostrándonos que la salvación es una opción de fe.
No necesitamos ascender al cielo para hacer que descienda Cristo, ni hace falta que descendamos al sepulcro para resucitarle de los muertos.
En otras palabras, si planea usted hallar su camino al cielo, lo que tendría que hacer usted sería lo siguiente: Tendría que ascender al cielo y hacer que Cristo bajase a la tierra y luego, cuando hubiera estado aquí durante un tiempo y hubiese muerto, tendría usted que descender al sepulcro, devolverle la vida y sacarle, todo ello mediante las obras que pudiera hacer usted. ¿Cómo iba usted a hacer una cosa así?
La verdad es que no podría y, además, no tiene necesidad de hacerlo. Ya ha dicho usted la palabra, que Jesús es el Señor, por lo tanto lo único que necesita hacer usted es creer en su corazón que Dios le ha resucitado de los muertos y será usted salvo.
En el capítulo once nos muestra que de la misma manera que Dios dejó de lado a Israel durante un tiempo, a fin de que su gracia pudiera hacer su obra entre los gentiles, Dios ha dejado de lado la carne, la naturaleza caída, lo que somos por naturaleza humana, para que podamos aprender lo que Dios hará por nosotros y por medio de nosotros.
Cuando admitamos abiertamente y en la práctica que sin Cristo nada podemos hacer, entonces aprenderemos que todo lo podemos en él, que nos fortalece. La fe es este proceso y nunca será diferente.
Por mucho tiempo que vivamos como cristianos, nunca conseguiremos ser mejores ni más capaces de servir a Cristo, aparte de depender sencillamente de él. Es siempre y solo Cristo obrando en nosotros lo que hace que se cumpla la voluntad del Padre.
Por lo tanto, el orgullo es nuestra mayor tentación y nuestro más cruel enemigo. Algún día hasta nuestra carne servirá a Dios por su gracia. En el día en que la creación sea liberada de su esclavitud al pecado y los hijos de Dios aparezcan con sus cuerpos resucitados, entonces incluso aquello que con anterioridad fue rechazado y maldito tendrá que cumplir las promesas y demostrar el poder de Dios.
Todo ello ha sido ilustrado por la manera de tratar Dios a Israel y eso nos lleva a la doxología al final del capítulo 11, versículo 33 del Libro de Romanos:
"¡Oh profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!"
¡Dios le bendiga!
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