Decir: ¿Por qué Jacob?... es como decir: ¿por qué yo?
Si nosotros hubiésemos estado en el lugar de Dios,
seguramente no hubiéramos elegido nunca a un hombre como Jacob para depositar
en él una gran honra.
Hubiéramos, tal vez, considerado que la inversión era
demasiado alta para un caso tan poco promisorio.
Y si lo hubiésemos escogido, habría sido, tal vez, para
ejemplificar en él, no el prototipo de un hombre de Dios, sino la figura de un
carácter maleado, y la conducta de un réprobo.
O bien hubiéramos elegido a su hermano Esaú, que, en muchos
aspectos, presenta rasgos más atractivos que Jacob desde el punto de vista
moral.
Sin embargo, Dios no pensó así cuando escogió a Jacob.
La elección de Jacob debía dejar en claro, en primer lugar,
la Soberanía de Dios en la elección de los hombres. Y, al menos, también
debería establecer claramente algunos principios sobre los cuales habría de
trabajar el Señor en las futuras edades con sus siervos.
La figura y la vida de Jacob está íntimamente ligada a todos
nosotros, los hijos de Dios, porque en él Dios ha querido representar, hasta en
sus mínimos detalles, cuál es el trato que Dios da al hombre natural, ese «yo»
que todos llevamos dentro, que suele ser muy piadoso, y que se esmera por
agradar a Dios con sus propias fuerzas.
Pero la fuerza del hombre natural ha de ser quebrantada y
debilitada en toda su amplia expresión, si hemos de colaborar con Dios en su
propósito eterno.
Siendo verdad que fuimos escogidos para colaborar con Él en
ese propósito, las herramientas con que lo haremos no han de ser los recursos
naturales, ni nuestras buenas intenciones, ni los celos carnales «no conforme a
ciencia», sino la vida de Cristo en nosotros, forjada pacientemente por la
disciplina del Espíritu Santo.
Cristo ha de ser formado en nosotros; pero esto jamás será
posible sin que nuestras fuerzas sean drásticamente debilitadas.
Jacob es representativo, pues, de todos nosotros, de ti y de
mí, que hemos sido también llamados.
Como escogido de Dios, Jacob tenía su fin asegurado; la obra
de Dios en él tenía, de antemano, un sello enteramente confiable.
Pero, ¿qué diremos del largo proceso que habría de seguir
hasta llegar a ese fin?
La huida temprana de su casa bajo la amenaza de su hermano,
sus angustias de fugitivo, sus sufrimientos en casa de su tío Labán, sus largas
noches a la intemperie como pastor de ovejas, sus temores en el reencuentro con
Esaú, la muerte temprana de su esposa amada, la desaparición de su hijo
predilecto, todo parecía confabularse contra él.
Sin embargo, todo fue calibrado con especial cuidado por Dios
para producir finalmente uno de los caracteres más hermosos de la Biblia.
¿Y qué diremos de nosotros?
¿Será diferente nuestra situación?
Nos conviene conocer los caminos de Dios con sus siervos para
que no nos sorprenda el fuego de prueba que nos envuelva, ni nos desalienten
las dificultades que se nos presenten en esta vida.
La Soberanía de Dios es la única explicación en la elección
de Jacob.
Y hay en esto una tremenda enseñanza de seguridad divina para
nosotros los creyentes: ¡Después de haber elegido Dios a Jacob, hay esperanza
para todo hombre o mujer, por astutos o engañadores que sean!
Si Dios pudo hacer de Jacob un vaso de honra, puede hacerlo también
con cualquiera.
Bendiciones amados del Señor!
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