Cuento
de Navidad
Los cuales también les dijeron:
Varones galileos,
¿por qué estáis mirando al cielo?
Este mismo Jesús, que ha sido tomado de
vosotros al cielo,
así vendrá como le habéis visto ir al cielo.
(Hechos 1:11)
La noche, para muchos, parecía pintar alegre.
Desde el
interior de la casa, Kerali podía oír el estallido de los cohetes y los gritos
de algarabía; podía captar también el denso olor a pólvora que subía poco a
poco en el aire y se filtraba por las rendijas de madera.
Pum, pummm, catapumm… y Kerali se llevaba las manos a
los oídos intentando acallar las explosiones.
-Ya están tronando cohetes y es temprano –dijo su
madre.
Kerali la oyó hablar con la voz queda. Esta vez Lina no
hablaba como siempre hablaba. Ahora había algo en el tono de voz de su
progenitora que Kerali no comprendía. Se sentó en la butaca cercana a la puerta
y echó un vistazo. Ahí estaba la vieja
mesa descubierta y lisa. Y al fondo, desprovista de vida, se hallaba la pequeña
estufa solitaria y limpia.
Este año no había manteles, ni frutas, ni platos arreglados,
ni vasos, ni comida. Algo había sucedido esta navidad que la tristeza había
invadido su hogar, trayendo consigo necesidad, abatimiento y desconsuelo.
-No tenemos ni para un pollo –oyó decir a su padre-.
Este año sí que se nos vino encima la desgracia.
Kerali, cabizbaja, no podía entender lo que pasaba. Se
levantó y salió. La calle estaba llena de luces. Del otro lado de la acera veía
pasar a la gente bien vestida cargando regalos, botellas, canastas con dulces. Alzó la vista y miró las brillantes estrellas
que se confundían con las luces que estallaban por doquier, por encima de las
casas. De pronto le llegó el penetrante olor a comida y su estómago gruñó. Era el
típico sazón a cena navideña, a pavos horneados, a piernas asadas, a bacalao, a
lechón, a ponches y a todas esas cosas ricas que se comen en navidad.
No podía creer que aquél año ellos no tuvieran nada
para sentarse a la mesa. Eso no podía comprenderlo. Oía decir eso a sus padres,
pero en su mente de niña no podía concebir que esto llegara a sucederle a una
familia.
De repente la niña, cerrando los ojos, elevó una
oración silenciosa: “Dios, si tú nos das
de cenar esta noche, prometo recibirte en nuestra casa cada navidad”.
No había abierto aún los ojos, cuando le pareció oír
que alguien hablaba.
-¿Podrían darme posada?
La voz sonó a sus espaldas y Kerali se estremeció.
Volvió la cara y se encontró, repentinamente, con un hombre alto que le
sonreía.
-¿Me habla usted a mí?
-Si. ¿Podrían darme posada?
-No sé –respondió la niña-, tendría que preguntarle a
mis padres.
-Te lo he preguntado a ti.
-Bueno… por mí se la daría.
-Entonces tus padres aceptarán.
Kerali se sintió desconcertada.
-¿Quiere verlos?
-Por favor –dijo el recién llegado.
Kerali fue hasta la puerta y llamó a sus padres. En voz
baja les dijo que afuera estaba un individuo que les buscaba. Ellos salieron.
-¿Dígame usted? –dijo el padre.
-¿Podrían darme posada esta noche?
-Bueno… no sé si…
-Perdone, pero su hija Kerali me ha dicho que sí
–comentó el hombre con voz pausada.
-¿Le conoce a ella? –dijo extrañado el padre.
-Claro. He hablado con ella.
Kerali se sintió aún más inquieta al oírle decir su
nombre, pero calló. Su madre intervino.
-José, creo que podríamos ofrecerle el cuarto de atrás
al señor.
Don José se lo quedó pensando, y al fin dijo.
-Bueno, no veo problema si es sólo por esta noche. Supongo
que va de paso. ¿Tiene maletas?
-No cargo. Como usted ha dicho, solo voy de paso.
Todos entraron en la casa. Lina, la madre de Kerali,
recordando de repente que no tenían ni siquiera un poco de pan para ofrecerle,
quiso disculparse diciendo:
-Usted perdonará que no podamos ofrecerle de cenar,
pero no tenemos ni para pasar la Noche Buena. Discúlpenos.
-Oh, no se fije usted en eso. Precisamente yo quería
invitar la cena esta noche.
-¿Cómo dijo? –intervino don José.
-Mire –respondió el extraño con voz tranquila-, yo he
hecho una promesa importante.
-¿Una promesa? –dijo la señora.
-Si. La promesa es que cada navidad visitaré un hogar para
pedir posada. Si el hogar me la concede, la cena corre por mi cuenta. ¿Creen
esto?
Todos se miraron desconcertados. Y más cuando, sin
saber ni cómo ni de dónde, vieron la mesa atiborrada de comida. Parecía un
sueño. Kerali se pellizcó disimuladamente para ver si estaba despierta.
Allí había pavos recién horneados, humeantes y
olorosos, panes calientes, vinos y bebidas, deliciosos postres, y varias cajas
con regalos. Y en el centro, perfectamente acomodadas, varios floreros con
olorosas flores frescas.
-¿De… de donde salió todo esto? –balbuceó don José,
realmente impresionado.
-Ah, amigo mío –dijo el visitante-, usted no pregunte,
sólo crea.
-Pero es que… no tenemos dinero para pagar nada de
esto.
-¿No ha escuchado lo que dije? Ustedes me han dado
posada y yo correspondo de acuerdo a mi promesa. Y ahora sentémonos, comamos y
brindemos por la navidad.
Todos se
sentaron en torno a la mesa. Sin saber cómo, ellos habían decidido hacerle caso
a aquél extraño que, como por arte de magia, había proveído lo necesario para
la cena de navidad.
-¡Feliz Navidad! –brindó el grupo con la copa en alto.
Después se abrazaron y dieron Gracias a Dios. Todos en la
familia de Kerali estaban tan hambrientos que prácticamente devoraron lo que
había en la mesa, y también agradecieron por la inopinada llegada de aquél
hombre extraño que sin esperarlo había sido de tanta bendición para ellos.
Finalmente se dieron los regalos. Todos recibieron algo
que habían deseado en su corazón, sobre todo Kerali, a quien le fue entregada
la muñeca que había anhelado cada vez que veía los anuncios por la televisión.
Al terminar de cenar y beber, el hombre se levantó y
dijo cortésmente:
-Ahora sí, ya me tengo que retirar a descansar. ¡Pasen todos
una feliz navidad!
-¡Feliz Navidad! –respondió la familia en coro.
Lina se puso en pie y se apresuró para ir a arreglar la
habitación trasera. Pronto volvió para decir al visitante que todo estaba
listo. El hombre se despidió cordialmente y se encaminó hacia el cuarto de
atrás.
La familia se quedó sola, y aunque estaban asombrados
por todo lo acontecido, no mencionaron nada de este asunto entre ellos. Poco
después, estremecidos de contento, se retiraron también a dormir.
Al otro día se levantaron tarde, como suele ocurrir
cada 25 de diciembre. Fue Kerali, sin embargo, la única que, recordando lo
sucedido por la noche, se apresuró a salir de su cuarto para ir a tocarle la
puerta al desconocido. Lo hizo repetidas veces hasta que, al no escuchar
respuesta, fue a despertar a sus padres.
Éstos vinieron en seguida e hicieron lo mismo, pero
todo estaba en silencio. Fue por ello que se atrevieron a empujar la puerta con
suavidad. Cuando entraron, vieron la cama vacía.
Extrañamente, las sábanas estaban tal y como las había puesto
Lina por la noche, perfectamente adosadas a la cama.
-Ay José… ¿estás pensando lo mismo que yo?
Cuando Lina volteó a mirar a su marido, pudo ver las
lágrimas correr por las mejillas del hombre. Kerali también sollozaba ahogadamente,
pero su llanto era un llanto incontenible.
-¿Era Él, madre… era Él…? –preguntó.
-Si hija, es Él... Anda a mirar lo que hay puesto sobre
la almohada.
Kerali corrió, cogió un papel y lo entregó a su padre.
José lo abrió y lo leyó en voz alta:
“Yo siempre cumplo lo que prometo.
Y más cuando me lo pide una niña.
Jesús.”
Toda la familia cayó de rodillas, llorando, dándole
gracias a Dios.
Aquella sería una navidad inolvidable para todos, pero más todavía para la pequeña Kerali.
De pronto, la niña dejó de llorar.
Había recordado que la siguiente navidad, en algún
lugar del mundo, una familia pobre y desprovista recibiría la visita de aquél
hombre bueno que, en su gran misericordia, da siempre de comer al más
necesitado.
Fin.
Un cuento de Federico
Aguilera.
D.R. Copyright.
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