Toda obra de Dios comienza en Dios. De esto, una de las
pruebas más elocuentes es la restauración del templo en Jerusalén luego de la
cautividad babilónica.
“Despertó
Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia” (Esd. 1:1).
Este es el comienzo de la obra de restauración. Un rey
gentil, pagano, muerto en delitos y pecados, es tocado por la mano de Dios para
que dé inicio a esta magnífica obra.
¿Qué es Ciro sin ese toque de Dios en su espíritu? ¿Qué
es Jerusalén y su templo sino ruinas y desolación? Un silencio sepulcral, un
aullar de fieras, es todo lo que hay.
Eso es el hombre antes del toque de Dios. Si Dios no
nos toca, no nos acordaremos de Dios, ni de su testimonio. Todo duerme el sueño
de la muerte.
Sin embargo, cuando Dios actúa, cuando él despierta el espíritu
del hombre, por muy gentil y pagano que pueda ser, y por muerto que esté en
delitos y pecados, éste puede declarar: “Jehová
Dios me ha dado…”, y luego “Jehová
Dios me ha mandado…”.
El hombre da gloria a Dios, atribuyéndole la
iniciativa. Como vemos, primero es Dios quien da algo al hombre, y luego, éste
obra para Dios con aquello que ha recibido. El inicio es de Dios y los recursos
son de Dios. ¡Todo es de él, por él, y para él!
Cuando Dios inicia algo con un hombre, él dota a ese
hombre con los recursos espirituales, anímicos y materiales para llevar a cabo
la obra. Aunque éste sea un gentil y pagano como Ciro, y como nosotros.
Diligentemente, Ciro diseña todo un plan de acción.
Autoriza a los judíos para viajar a Jerusalén, insta a tomar ofrendas para la
obra, devuelve los utensilios sagrados que Nabucodonosor había tomado, da
órdenes para que se traiga madera de cedro desde el Líbano, y pone a
disposición de los judíos todo el aparato estatal necesario. ¡Parece un
milagro!
Sin embargo, no lo es. Es tan sólo el cumplimiento de
lo que Dios había hablado a través de Isaías 150 años antes, referente a Ciro: “Es mi pastor, y cumplirá todo lo que yo
quiero”. Y también: “Yo iré delante
de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y
cerrojos de hierro haré pedazos; y te daré los tesoros escondidos, y los
secretos muy guardados, para que sepas que yo soy Jehová, el Dios de Israel,
que te pongo nombre” (44:28; 45:2-3).
Estas son de las palabras más hermosas jamás dirigidas
a hombre alguno, ¡y fueron dirigidas a Ciro!
Dios lo había escogido, y lo había prosperado, para que
pudiera hacer la obra de Dios. Dios usa a un hombre gentil para salvar a su
pueblo, y luego para hacer Su obra. ¿No es Ciro una profecía viviente de lo que
Dios habría de hacer en este tiempo de la gracia, de la Iglesia, con otros
gentiles?
Pero el hombre no puede hacer la obra de Dios
independientemente de Dios.
Dios es el único iniciador, y quien, además, escoge con
mucha anticipación a quienes la llevarán adelante. Dios no ocupa voluntarios,
sino escogidos.
Inclinémonos delante de él y adorémosle por sus
caminos. Adorémosle por su elección, y pidámosle que nos conceda la gracia de
entrar en Su obra.
Aguasvivas.cl
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