martes, 17 de junio de 2008

¿Cuáles son tus Jericós?

TITULO: ¿Cuáles son tus Jericós?

TEXTO: (Josué 6: 20-21)

20 Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas; y aconteció que cuando el pueblo hubo oído el sonido de la bocina, gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó.(A) El pueblo subió luego a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron.

21 Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos.


ORACIÓN: TODA LA GLORIA PARA MI SEÑOR JESUCRISTO.


INTRODUCCIÓN:

En tiempos de Josué, Jericó era una ciudad fuerte, una verdadera fortaleza. Cuando Josué llegó a Jericó, ésta tenía más de 7 mil años de existir, pues la arqueología ha demostrado que fue uno de los primeros baluartes del Neolítico en la antigua Palestina.

Ahora bien, la misma Biblia dice que Jericó estaba cerrada, bien cerrada, o sea que la Biblia remarca esta situación de cerrazón para dejar constancia de la clase de murallas y fortificaciones que había alrededor de aquella legendaria ciudad, una de las más grandes y famosas de su tiempo.

A los ojos de los hombres Jericó era literalmente una gran fortaleza inexpugnable. De hecho lo fue para diez de los doce espías, que eran hijos de Dios y que ya habían visto antes el Poder de Jehová desde su salida de Egipto.

Por esto mismo es que esta historia bíblica tiene un gran significado para nuestra vida espiritual. ¿Por qué? Bueno, hay muchas razones, pero vamos a destacar dos de ellas que son fundamentales:

Primero, porque los Israelitas estaban a punto de entrar en la tierra prometida después de vagar 40 años por el desierto, su desierto de vida, un desierto de quejas, amarguras, desobediencias y falta de confianza en Dios que duró 40 largos años. Pregunta: ¿A qué edad te llamó el Señor?

Y segundo, porque aunque lleguemos a la tierra prometida, siempre nos encontraremos desde el principio del nuevo camino con fortalezas alrededor de nuestra vida cristiana, fortalezas que nos parecerán inexpugnables como lo fue Jericó para el pueblo escogido de Dios.

Pero prosigamos. Fue así como vinieron los Israelitas hasta las orillas del Jordán caminando por el desierto, un pueblo que era semi nómada, que había sido esclavo por más de 400 años, un pueblo poco acostumbrado a las guerras cuerpo a cuerpo, que no tenía conocimiento ni experiencia en estrategias militares, ni nada.

Vinieron y se pararon enfrente de la ciudad sin saber qué hacer. Pero el Señor interviene. El Señor interviene como interviene siempre en nuestras vidas cuando nos paramos frente a una fortaleza, cuando estamos enfrente de murallas enormes como las de Jericó.

Y aquí es donde vienen las instrucciones precisas de Dios que vemos plasmadas en el Libro de Josué 6: 1-21. La pregunta es: ¿Eran estas instrucciones aceptables para las mentes de los israelitas?

Dios les ordena que cada día, los hombres de guerra y siete sacerdotes darían la vuelta a la ciudad en silencio, llevando trompetas y el arca del pacto. Y tenían que repetir esto durante seis días seguidos. El séptimo día tenían que dar la vuelta a la ciudad siete veces, primero una vez en silencio, y luego los sacerdotes tenían que tocar las trompetas, y todo el pueblo tenía que proclamar gritos de guerra. Ellos lo hicieron exactamente así, y tuvieron éxito: Los muros de Jericó se derrumbaron de forma milagrosa y los Israelitas pudieron entrar, ocupar y destruir la fortaleza. (Josué 6: 1–21).

Pregunto: ¿Hay cosas en tu vida que aún te atormentan y te oprimen? ¿Hay cosas en tu vida que aún no estás controlando? ¿Hay cosas en tu vida que aún te están robando la paz y la alegría de vivir?

Yo te quiero decir algo hoy: Sea lo que sea, ¡hazlo diferente, enfréntalo de forma diferente! ¡Prestemos atención a la palabra de Dios y dejémonos guiar por el Señor!

Recuerda esto: Las grandes victorias se alcanzan mediante el coraje, las victorias aún más grandes, mediante la piedad y el amor, pero las victorias que son trascendentales en nuestras vidas se obtienen sólo mediante la paciencia.

Todo debe quedar en las manos del Señor. ¡Paciencia!


DESARROLLO:

A todos nos ha pasado esto. Cuando hemos atravesado nuestro Jordán Espiritual decimos con razón: ¡Qué gran victoria fue esa! Y entonces comenzamos a llevar frutos.

Pero el cristiano que atraviesa el desierto y llega a la tierra prometida, pronto descubre que más allá le espera un Jericó, que más allá le espera un gigante pétreo inexpugnable, ¡Y entonces suele venir el desaliento!

Hermano, déjame decirte que aunque somos salvos por la Gracia de Dios, no estamos libres de los ataques de la tentación y del pecado. Por ello, todo cristiano que pone en estas experiencias su confianza, se desilusionará.

Podemos descubrir que aunque hayamos muerto juntamente con Cristo en la cruz, ante nosotros aún se elevan Jericós, y estas fortalezas que parecen inexpugnables tendremos que enfrentarlas cada día, no con espada ni con ejército, sino con el Espíritu Santo de Dios.


PRIMERO: RECONOCE TU JERICÓ:

Esa fortaleza que te desafía hoy seguro tiene un componente particular que la identifica. O pueden ser no una, sino varias fortalezas al mismo tiempo. No importa el número, no importa la cantidad, no importa lo alto, lo ancho ni lo profundo que sean, sólo reconoce tus Jericós. Veamos:

1. Puede ser un Jericó interno, una fuerza dentro de tu misma personalidad, una flaqueza que quizás viene de tu infancia y te ha acompañado toda tu vida. Cada uno de nosotros conoce bien que hay una debilidad, un pecado que asedia, un sitio dentro de ti que de repente queda expuesto, es ese Jericó interno que tú crees que no puedes destruir porque te parece un gigante inexpugnable. Si es así, entonces, allí esta tu Jericó.

2. Puede ser un Jericó externo, alguna situación familiar, un hijo problemático, una esposa o esposo opositor, un rechazo familiar. ¿Hay algo que te impide aceptar la total voluntad de Dios en tu vida? Puede que Dios te haya llamado para la obra misionera, o que te haya llamado a predicar, o a servir en algún otro ministerio, pero hay algo que se interpone, y siempre siempre, entre tu decisión y la voluntad de Dios se levanta un Jericó que te parece gigantesco. Si es así, entonces, allí está tu Jericó.

Este Jericó esta allí, día tras día burlándose de ti, es eso que no te permite ser el hombre o la mujer que quisieras ser para Dios, reconócelo ahora mismo y ponle nombre ahora mismo: ESE ES TU JERICÓ.


SEGUNDO: RECONOCE QUE SÓLO DIOS TIENE EL PODER PARA DERRIBAR TUS JERICÓS.

Qué espectáculo tan raro habrá sido este para los que habitaban en Jericó cuando observaban día a día al pueblo hebreo dar vueltas y vueltas alrededor de los enormes muros… siempre en silencio.

Los guardas de las torres, los hombres, los ancianos, las mujeres y hasta los niños que vivían en aquella fortaleza inexpugnable se deben haber burlado, aunque dentro de ese contexto de burla, el germen del temor acaso comenzaría a crecer dentro de sus corazones.

Los moradores de Jericó sabían que aquellos hombres que llevaban un arca extraña entre los grupos hebreos eran el Pueblo de Jehová; ellos sabían -porque se había corrido la voz-, que venían de Egipto y que habían salido de ahí con mano poderosa. Sabían que ellos habían pasado por en medio del mar rojo en seco, y que Dios había destruido a Faraón y a su ejército…. ellos reconocían que los israelitas eran el Pueblo de Jehová.

Y mientras tanto, para los hijos de Dios nada cambiaba. Allí estaba esa muralla infranqueable enfrente de ellos como un monstruo gigantesco e imperturbable. ¿Qué es lo que piensa el cristiano cuando tiene a un Jericó que se levanta por encima de él? Dudas, sólo dudas es lo que su mente genera. Las cosas siguen igual, y nada parece cambiar.

Nuestro diario vivir es monótono, nuestro diario vivir es en ocasiones de temor, de recelo, de duda; nuestro diario vivir es el mismo de siempre y no parece que haya novedades… la muralla siempre está ahí frente a nosotros, al acecho; el pecado está a la puerta. Allí está tu Jericó.

Pero yo quiero decirte una cosa, hermano. Algo extraordinario ocurrió a la decimotercera vuelta. Sonaron las trompetas... y los muros de Jericó se derrumbaron, los muros de Jericó cayeron.

Y lo más asombroso de todo es que Jericó, la fortaleza que parecía inexpugnable, la fortaleza que parecía infranqueable, impenetrable, fue conquistada, por decirlo así, sin que se disparara una sola flecha, fue conquistada sin que se trabara ninguna batalla.

¿Qué tiene que ver esto con la experiencia personal de cada uno de nosotros?

Tiene que ver en una cosa: Jericó no fue vencida por medios humanos.

L.B.D. en (Heb.11:30) “por la fe cayeron los muros de Jericó, luego de rodearlos por 7 días”… Entonces, como vemos, la única arma que se usó fue la fe, hermanos, y hay por lo menos dos cosas que aprender de esta arma, y vamos a verlas: primera, la fe probada.

a) La fe del pueblo fue probada.

El pueblo caminó trece veces alrededor de la ciudad, aunque no se les dijo la razón para hacerlo, y quizá fue algo difícil de aceptar. Pero el pueblo caminó, el pueblo lo hizo, el pueblo obedeció… en silencio.

El arca del Testimonio iba en el centro (en la Biblia se menciona 11 veces este detalle), y el pueblo, aunque no conocía lo que Dios iba a hacer, sí sabía muy bien que Dios estaba en medio de ellos. El arca daba testimonio de ello.

¿Sabes tú que Dios camina siempre contigo? Entonces, la fe en nuestro caminar silencioso es el fundamento, hermanos.

b) Trece veces.

¿Por qué dar vueltas trece veces?

Trece largas vueltas mirando hacia los altos muros, esa gran defensa que protegía al enemigo, y al final de cada una de estas vueltas, el gigante amurallado seguía allí inmutable. ¿Por qué trece veces? Porque Dios quería CONVENCERLOS, Dios quería que ELLOS RECONOCIERAN, Dios quería que ELLOS SE DIERAN CUENTA de una vez por todas que ellos, con sus propias fuerzas, jamás podrían derribar esos muros.

Toda esperanza en ellos se desvaneció, ahora sabían que no podrían conquistar Jericó. No, a menos que Dios interviniera.

Hermano: Tú te das cuenta que caminas con Dios, pero todavía queda el Jericó que te espanta y del cual a veces no quieres ni hablar, pero sigue allí… tú lo conoces, tú sabes cuál es tu Jericó, (no puedo santificarme, no puedo testificar, mi testimonio es débil, mi conciencia me acusa, veo diferente a los hermanos, no atiendo mi Ministerio, no predico la palabra, no sirvo al necesitado, no oro, no ayuno…)

La mayor dificultad en la vida de un cristiano es llegar al punto donde uno se da cuenta que el asunto que tanto nos preocupa está por encima de uno mismo, muy por encima de uno mismo: Mira hermano: Tu Jericó debe ser destruido, pero recuerda siempre esto: debe ser Dios quien haga la obra, debe ser Dios quien derribe los muros y las fortalezas.

Pasamos años tratando de ser mejores, pero Dios solo puede esperar fracasos de nosotros, tarde nos damos cuenta de que mientras queramos hacerlo nosotros solos, impediremos que los recursos omnipotentes de Dios en Cristo Jesús actúen en nuestra ayuda.

A veces nos encanta hablarle a otros de nuestras dificultades, pedir que otros intercedan y nos ayuden en oración, que nos aconsejen, que nos den tips para salir de los problemas.

Pero tu Jericó seguirá frente a ti hasta que RECONOZCAS que es la dádiva de Dios en Cristo Jesús la que tiene el Poder y que tú eres incapaz de derribar los muros sin la ayuda de Cristo.


CIERRE

Hermano, yo quisiera preguntarte hoy: ¿Cuántos Jericos hay en tu vida?

Tenemos Jericós de pecado como la indiferencia, tenemos Jericós de pecado como el materialismo, tenemos Jericós de pecado como el amor por el dinero, tenemos Jericós de pecado como el gusto por ciertas cosas mundanas.

Y peor aún dentro de la misma iglesia, con cristianos desleales, con vidas no consagradas, nos estamos acostumbrando a ver que la gente se vaya al infierno.

Nos podemos reunir en asambleas, buscar nuevos métodos y soluciones, pero debes saber que Dios no está buscando nuevos métodos; lo que Dios está buscando son hombres nuevos, hombres verdaderamente nacidos de nuevo, hombres renovados en el Espíritu Santo.

Se burlan de nuestra Iglesia, tenemos poco impacto en nuestra propia familia, con nuestros amigos, en nuestro trabajo… ¡ SEÑOR, SOMOS COMPLETAMENTE INCAPACES!

Hoy hay en el mundo más de 1600 millones de personas como tú y como yo, que nunca han oído el Evangelio de Jesucristo; 34 millones de personas mueren cada año, y esos 34 millones se van a una eternidad sin Jesucristo.

No hay duda que estos números son más importantes para Dios que nuestras finanzas personales, y que nuestros trabajos, y que cualquier otra cosa. Y ante estas cifras espeluznantes aún permanecemos callados en las Iglesias, no predicamos a Cristo, no sacamos el púlpito a las calles...

Esta es la tragedia del Cristianismo moderno, la falta de la evidencia real de lo sobrenatural, la falta de señales de las que habla Marcos 16. Y no podemos guardar silencio.

¿Estás dispuesto a mantenerte firme en la comunión con Dios, para darle a Dios la oportunidad de hablar y dirigir tu testimonio?

La solución a tu Jericó está en tus rodillas; esto no es inacción, ni pasividad; se trata de unirse de verdad con Dios, ser Uno con el Padre, como lo es Jesucristo.

Cuando esperas en Dios y te esfuerzas en oración, el enemigo empieza a asustarse; la falta de oración es un terrible pecado para los hijos de Dios; recuerda que es el Espíritu Santo quien redarguye al mundo de pecado…

¿Te ha redargüido hoy?

Si es así, ¡Que Dios te bendiga!

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