lunes, 7 de septiembre de 2015

La viuda de Sarepta



El pasaje de (1 Reyes 17:18-24) nos habla del profeta Elías siendo enviado por Dios a una viuda de Sarepta.

Sarepta significa ‘la casa del orfebre’.  Es muy interesante.  El Señor muestra preciosidades de su divinidad en este texto, con el sentido de purificar y moldear a su iglesia como un candelero.

El profeta Elías es figura de Cristo, y la viuda es figura de la iglesia.

El profeta es enviado a Sidón, una tierra gentil, que somos nosotros.  Luego lo vemos pidiendo que primero le sea dado a él: “Hazme a mí primero… una pequeña torta” (v, 13).

Vemos este principio en toda la Escritura, sea de una viuda pobre (Mar. 12:42-43), o de un joven rico (Mat. 19:16-22). El siervo siempre debe dar primero a su Señor, y después puede sentarse él a comer. De esta manera, en la casa del Señor, el siervo nunca pasará necesidad (Luc. 17:7-9).

Él pide que primero le sea dado a Él, no porque espera algo de nosotros, o que algo que provenga de nosotros sea bueno. Lo hace Dios para quitar aquello que es nuestro; para quitar aquello en lo cual ponemos nuestra confianza y aun nuestra seguridad. (Luc. 9:23-24).

Como la viuda, nosotros guardamos en lo íntimo aquello que más nos gusta, lo que nos alimenta, aquello en lo que ponemos nuestra confianza y nos mantiene vivos.

Pero vemos que después de que la viuda dio todo lo que tenía al profeta, no le faltó nada más. ¿Quién es el Pan de vida, sino nuestro propio Señor? El pan de nosotros perece, mas el Pan que descendió del cielo es eterno.

Pero aquí también hay algo que más que el Señor nos muestra. ¿No dice el versículo 12 que ella también quería comer y luego morir?

¿Por qué entonces, cuando su hijo murió, ella se angustió y reclamó al profeta? ¿Acaso no estaba la viuda dispuesta a dejarse morir junto con su vástago?

Es así como consideramos la operación de la muerte en nosotros. Nos gusta hablar de ella, predicar sobre la cruz y su obra en nosotros; hablar de la muerte del yo. Pero cuando viene como disciplina para nuestra santificación, nos quejamos (Prov. 3:11-12).

Consideramos bueno hablar sobre la cruz y verla obrando en nuestros hermanos, pero cuando opera en nosotros también decimos como la viuda: “¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades?”.

Pero la Biblia dice que algo glorioso ocurrió con aquella viuda: Cuando ella lo pierde todo, al fin pudo experimentar la vida de resurrección por medio de su hijo.

Hay un poderoso texto que dice: Dios nuestro Padre hizo la herida, y Él la sanó (Oseas 6:1-2).

Podemos estar sufriendo pérdida, pero esto es para ser revestidos de lo nuevo.

Purificando aquello que es temporal, podremos ganar aquello que es eterno y mucho más glorioso (2 Cor. 4:16-18).






Aguasvivas.cl

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