miércoles, 4 de marzo de 2015

Aceptando al que Dios acepta



(Mateo 9:9-13); (Juan 21:20-23).


El Señor suele causarles sorpresas a sus discípulos con la llegada de un discípulo nuevo. Porque no siempre es el que ellos esperan.

Y así debe de haber ocurrido con Mateo, el publicano que estaba sentado a la mesa de los tributos de César.

La Biblia dice que los primeros discípulos pertenecían a una clase social esforzada, de trabajadores artesanales, pescadores, gentes "del vulgo" pero al fin y al cabo gente honesta.

Pero de pronto, el Señor Jesucristo llama a Mateo, un hombre rico y pudiente –pero con mala fama–, y eso debió de causarles estupor a sus discípulos.

Y seguramente que tuvieron los mismos reparos que los fariseos cuando murmuraron del Señor: "¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?".

Si hemos de creer a algunos eruditos bíblicos, Mateo era del peor tipo de los publicanos, un 'mokhes', o cobrador aduanero, para quienes –según se creía– el arrepentimiento era casi imposible.

Estos mokhes eran más rapaces que los otros cobradores.

Eran una raza de delincuentes a los cuales bien se podía aplicar (Levítico 20:5): "Entonces yo pondré mi rostro contra aquel varón y contra su familia, y le cortaré de entre su pueblo, con todos los que fornicaron en pos de él prostituyéndose con Moloc".

No obstante, la elección de los seguidores de Jesús no la hacen los discípulos, sino el Señor en persona.

Y a todos los discípulos sólo les toca acoger al recién llegado como Dios ordena.  (Rom.15:7) Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios.

Tenemos que aprender, amados, que la elección de Dios no siempre sigue los estándares nuestros.

Dios tiene sus propias razones, y muchas veces esas razones son muy diferentes a las nuestras.

Por ello, los caracteres de los escogidos no siempre son lo que quisiéramos nosotros. Y muchas veces esos caracteres, puestos en contacto, producen chispas. (Mat. 20:26-27) Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos.

Eso también forma parte de la soberanía del Señor, y de la disciplina de los discípulos. Porque sólo Dios conoce el verdadero potencial de cada discípulo.

Pero no sólo la entrada de un discípulo nuevo es algo privativo del Señor, sino también su suerte futura.

Cuando Pedro le pregunta al Señor por Juan, en aquella conversación junto al mar, revelada a nosotros casi al final del Evangelio de Juan, el Señor le responde: "Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?".

Es evidente que Pedro sentía celos de Juan, por eso el Señor le corrige.

El lugar que cada discípulo ocupa en el corazón del Señor, y también en el contexto de la obra, son asuntos que decide el Señor mismo… e igualmente puede decirse del fin que ellos tendrán.

Pedro sería llevado donde no querría ir; y Juan podía quedarse hasta que el Señor venga, si así el Señor lo dispone, pues todo eso lo decide el Señor, no los discípulos.

Así pues, el Señor trae a los que quiere, los ubica donde quiere, y escoge para ellos el fin que quiere. Porque Él es el Señor.

A cada discípulo en particular le conviene inclinarse ante esta Soberanía.

Y cuanto más dispuesto está a aceptarla, más pronto será promovido.

¡Bendecido día para todos!





Aguasvivas.cl


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